(Netflix. 10 episodios: 17/11/2019) |
Pocas veces un título es tan importante para una cadena de televisión. Sin duda, The Crown es buque insignia dentro de la carrera del prestigio que otorgan los premios y la consideración de la crítica. Y no cabe duda de que esta serie juega en una liga de mayor alcance que la que busca esta cadena, normalmente centrada en buscar suscriptores sin entrar demasiado en parámetros de calidad. Peter Morgan logra un producto que parece propia de otras plataformas.
La serie cuenta con todos los elementos para sobresalir: banda sonora, fotografía, dirección, interpretaciones... Incluso un tema tan poco interesante para mí, como sería la familia real británica, consigue parecerme interesante porque se centra en un personaje, la reina Elizabeth II, bastante plano, frío o contenido, y teje a su alrededor un mapa muy acertado y bien construido del Reino Unido de la época. O de las distintas épocas.
Y es que la tercera temporada ofrecía un salto al vacío de notable magnitud. Las dos primeras tandas habían deparado interpretaciones icónicas, más allá del magnífico John Litghgow como Churchill (personaje que se come a los demás en esa primera temporada): Claire Foy le dota de belleza y fondo a los primeros años de reinado, Matt Smith parece un calco del duque de Edimburgo, tanto en físico como en ambiciones y virilidad frustradas, y Vanessa Kirby cumple con creces el cometido de perfilar el personaje más mediático y carismático de la casa Windsor, la princesa Margarita.
Todos esos actores de las dos primeras temporadas desaparecen del mapa para dar paso a otra década (u otras décadas: finales de los sesenta, principios de los setenta). E incluso en los casos que más dudas deparaba, como es la elección del nuevo Philip, Tobias Menzies (en GOT Edmure Tully), sobre todo por falta de parecido físico, ha resultado más que aceptable.
Claro que contar con pesos pesados como Olivia Colman (Óscar por La favorita) ayuda mucho. La crisis de la mediana edad queda ampliamente retratada, y los gestos, movimientos, costumbres y toda esa galería de acciones que te llevan a conformar un personaje como la reina Elizabeth son calcados. Tiene más mérito para una actriz ofrecer un recital con alguien contenido e introvertido que con todo lo contrario. Mucho más difícil.
También difícil era el papel de Helena Bonham Carter como Margaret, aunque viendo la trayectoria del personaje real, entiendes esta elección. Ya no nos encontramos con la exuberante belleza (asociada a la juventud, claro) de Kirby, pero la crepuscular y peculiar Bonham Carter vuelve a robarse el protagonismo cuando los capítulos giran en torno a ella. O incluso cuando no lo hace. Calcan el eclipse de la verdadera Windsor interpretativamente. El entre intenso y tóxico matrimonio con Anthony Armstrong-Jones, lord Snowdon (Ben Daniels, Adam Galloway en House of Cards), marca en gran medida su evolución.
El nuevo Primer Ministro que acompaña el longevo reinado de Elizabeth es otra agradable sorpresa. Harold Wilson (Jason Watkins), laborista, en las antípodas de la ideología imperante, a base de contrastes y repetidas veces que rompe los prejuicios monárquicos o más conservadores.
Los hijos de Philip y Elizabeth empiezan a acaparar mayor protagonismo. La tangencial y bastante ignorada princesa Anne (Erin Doherty) cae bien por su irreverencia y su modernidad; Josh O'Connor, además de ser un calco del original, ofrece un príncipe Charles tímido pero a la vez con ideas bastante reformadoras de la caduca monarquía, además de ser la antítesis de hombre que a su padre le hubiera gustado, más sensible que lo que dicta su machismo.
Encontramos capitulazos que son pequeñas y cerradas historias en sí mismas si no fuera porque nuestros protagonistas siguen evolucionando, como Aberfan (capítulo 3, centrado en la tragedia del derrumbe del pueblo minero de Aberfan) o Bubbikins (capítulo 3, con la madre de Philip, la monja fumadora, la princesa Alice, interpretada por Jane Lapotaire); personajes complejos y carismáticos como lord Mountbatten (Charles Dance, Tywin Lannister) que acapararían el protagonismo de cualquier serie; momentos como la investidura del príncipe Charles o la llegada del hombre a la luna (que sirve de excusa para acompañar la crisis de mediana edad de Philip), la finalización del estupendo arco argumental del duque de Windsor con la también magnífica actuación de Derek Jacobi; o la introducción de la historia de amor de Charles y Camilla Sand (interpretada por la demasiado guapa Emerald Fennell).
Una temporada, pues, estupenda, casi siempre mantenida en el notable alto.
Y es que la tercera temporada ofrecía un salto al vacío de notable magnitud. Las dos primeras tandas habían deparado interpretaciones icónicas, más allá del magnífico John Litghgow como Churchill (personaje que se come a los demás en esa primera temporada): Claire Foy le dota de belleza y fondo a los primeros años de reinado, Matt Smith parece un calco del duque de Edimburgo, tanto en físico como en ambiciones y virilidad frustradas, y Vanessa Kirby cumple con creces el cometido de perfilar el personaje más mediático y carismático de la casa Windsor, la princesa Margarita.
Todos esos actores de las dos primeras temporadas desaparecen del mapa para dar paso a otra década (u otras décadas: finales de los sesenta, principios de los setenta). E incluso en los casos que más dudas deparaba, como es la elección del nuevo Philip, Tobias Menzies (en GOT Edmure Tully), sobre todo por falta de parecido físico, ha resultado más que aceptable.
Claro que contar con pesos pesados como Olivia Colman (Óscar por La favorita) ayuda mucho. La crisis de la mediana edad queda ampliamente retratada, y los gestos, movimientos, costumbres y toda esa galería de acciones que te llevan a conformar un personaje como la reina Elizabeth son calcados. Tiene más mérito para una actriz ofrecer un recital con alguien contenido e introvertido que con todo lo contrario. Mucho más difícil.
También difícil era el papel de Helena Bonham Carter como Margaret, aunque viendo la trayectoria del personaje real, entiendes esta elección. Ya no nos encontramos con la exuberante belleza (asociada a la juventud, claro) de Kirby, pero la crepuscular y peculiar Bonham Carter vuelve a robarse el protagonismo cuando los capítulos giran en torno a ella. O incluso cuando no lo hace. Calcan el eclipse de la verdadera Windsor interpretativamente. El entre intenso y tóxico matrimonio con Anthony Armstrong-Jones, lord Snowdon (Ben Daniels, Adam Galloway en House of Cards), marca en gran medida su evolución.
El nuevo Primer Ministro que acompaña el longevo reinado de Elizabeth es otra agradable sorpresa. Harold Wilson (Jason Watkins), laborista, en las antípodas de la ideología imperante, a base de contrastes y repetidas veces que rompe los prejuicios monárquicos o más conservadores.
Los hijos de Philip y Elizabeth empiezan a acaparar mayor protagonismo. La tangencial y bastante ignorada princesa Anne (Erin Doherty) cae bien por su irreverencia y su modernidad; Josh O'Connor, además de ser un calco del original, ofrece un príncipe Charles tímido pero a la vez con ideas bastante reformadoras de la caduca monarquía, además de ser la antítesis de hombre que a su padre le hubiera gustado, más sensible que lo que dicta su machismo.
Encontramos capitulazos que son pequeñas y cerradas historias en sí mismas si no fuera porque nuestros protagonistas siguen evolucionando, como Aberfan (capítulo 3, centrado en la tragedia del derrumbe del pueblo minero de Aberfan) o Bubbikins (capítulo 3, con la madre de Philip, la monja fumadora, la princesa Alice, interpretada por Jane Lapotaire); personajes complejos y carismáticos como lord Mountbatten (Charles Dance, Tywin Lannister) que acapararían el protagonismo de cualquier serie; momentos como la investidura del príncipe Charles o la llegada del hombre a la luna (que sirve de excusa para acompañar la crisis de mediana edad de Philip), la finalización del estupendo arco argumental del duque de Windsor con la también magnífica actuación de Derek Jacobi; o la introducción de la historia de amor de Charles y Camilla Sand (interpretada por la demasiado guapa Emerald Fennell).
Una temporada, pues, estupenda, casi siempre mantenida en el notable alto.
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Un abrazo.