Hija del camino. Lucía Asué Mbomío Rubio. Grijalbo

(368 páginas. 16,05€. Año de edición: 2019)
Cuesta trabajo retomar costumbres que se pierden. No hablo de leer, que eso es algo que no he podido hacer hasta hace unos días, sino de reseñar las lecturas. Y más este libro: especial porque conozco a la autora; difícil, porque me ha costado varios meses, y no porque no me haya gustado (todo lo contrario), sino porque ha coincidido con el (difícil) embarazo de Irene y el nacimiento de Alfonso y Julián (los motivos de no poder leer, o los motivos de no poder dormir, que a su vez repercute en lo primero). Quién me iba a decir que un libro que me gusta me iba a durar varios meses...

Una lectura a trompicones es algo que no recomiendo a alguien. Pero mejor eso a no leer, por supuesto. Y más cuando una lectura es tan, tan interesante. Cuando rompe esquemas o quiebra preceptos que parecen establecidos. Hablo de la falta de racismo en España. Parece un tema superado, algo que se asocia a las antiguas generaciones, que no estaban acostumbradas a recibir inmigrantes (todo lo contrario). En este país no se odia por cuestiones de colores de piel, qué va. Que haya vallas impidiendo la entrada de las personas que vienen de África es sin más una cuestión de supervivencia, para impedir el efecto llamada, no vaya a ser que nos invadan.

Lo cierto, claro está, que no es esa nuestra situación. Lo que no se nombra tiende a no existir y la discriminación es un silencio que retumba a gritos en nuestros tímpanos blancos y acomodados. No nos ponemos en la piel de los que tienen otro color de piel y pensamos que lo que nos viene dado por defecto es algo inherente y consustancial a nosotros. No lo llamamos privilegios porque pensamos que todo es así. No nos miran mal ni recelan de nosotros ni tenemos que demostrar el doble que otras personas (estoy escribiendo en masculino a propósito. Estoy convencido de que una mujer sí que tiene que pasar por este proceso, aunque solo sea para buscar trabajo): "Tú partes de cero y yo empiezo en negativo, teniendo que demostrar que no soy lo que los demás imaginan".

Un ejercicio de empatía es lo que nos propone la autora, Lucía Mbomío, periodista y vecina de Alcorcón, ambos aspectos que se dejan notar en la novela. A través de una hermosa metáfora que da nombre al libro, vemos que hay personas que no se adscriben a una determinada frontera geográfica, sino que se asientan en el tránsito. En movimiento, las circunstancias cambian sobremanera, empezando por un aspecto casual, la pigmentación de la piel, que por desgracia determina la percepción de la gente. Y eso que el movimiento a lo mejor ha empezado antes del propio nacimiento. 

Además de empatía, Lucía nos ofrece un ejercicio de memoria. O de olvido. Las últimas colonias de nuestro otrora imperialista país, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, son el latiguillo de una lección de las que iban en retahíla, como las que nuestros padres aprendían, como la lista de reyes godos. Y resulta que había una colonia más: Guinea Ecuatorial, país de África donde se habla español, aunque los españoles lo ignoremos o desconozcamos. Antonio, el padre de Lucía, perdón, Sandra Nnom, es de allí, y el hecho de haberse casado con una mujer española  (Aurora) determina la realidad de sus hijas, Sandra y Sara (aunque ella menos por otro hecho fortuito: su color de piel es más blanco, así de aleatorio e incomprensible es la cuestión).

Estamos ante una novela testimonial más que de acción. En tercera persona, Sandra, desde su exilio voluntario a Londres, donde trabaja de dependienta, rememora su biografía, su búsqueda permanente de identidad. Desde las primeras páginas asistimos a las explicaciones de más (casi siempre en eco, duplicando la información) para explicar su color de piel y su adscripción geográfica. Su pertenencia. "Pero no fueron ni una ni dos ni tres personas, sino las suficientes como para que ella se cansase y se sintiera lejos y fuera de España, incluso cuando vivía allí". Las explicaciones al lector, y a sí misma, nos llevan, pues, a un recorrido que arranca en los años ochenta.

Quizá la primera de las tres partes en que se divide el libro es la más dolorosa. Porque duele ver que se discrimine incluso a una niña que apenas tiene nociones de lo que está bien o está mal, de lo que es normal o lo que no. Duelen los motes de otros niños ("Conguito, Baltasar, Cola Cao, Nocilla, Carbonilla, mono, negra de mierda"), duele que haga falta llegar a las manos para defenderse de algo que realmente es un sinsentido, los prejuicios ajenos, duele el miedo de dos niñas de regreso del cole ante el auge del neonazismo (asesinato de la dominicana Lucrecia Pérez). 

La segunda parte comienza con la visita sorpresa de Aurora y de Sara a Londres. Si antes nos había dado a conocer a Antonio, ahora le toca a su madre, además de proseguir el recorrido cronológico con el Erasmus de Sandra en Coimbra, el primer novio, los primeros trabajos de periodista. En la tercera parte pasamos a la parte africana, puesto que Sandra se traslada a Malabo (donde vivirá con su tío Faustino y su primo Samuel) aprovechando una propuesta de trabajo, que llega justo en plena crisis económica. 

Aquí hay una especie de vuelta de tuerca, o la comprobación de que el lugar de origen, el sentimiento de pertenencia, siempre es problemático. Si antes era negra, ahora es blanca. Y tendrá que cuadrar la verdadera Guinea (inmersa en una dictadura) en la idealizada imagen que tenía de su país de origen. Por suerte, el tono nunca es apesadumbrado ni provoca una crisis existencial en Sandra, sino que simplemente va encajando las piezas, algunas de ellas tan luminosas y enriquecedoras como la de la tía Celia.

Conocer a la escritora te lleva a otro ejercicio, no tan literario y sí más cotilla: discernir lo que es real, lo que ha vivido Lucía, de lo que es ficción, esa parte elaborada para conformar un personaje, bien armado y construido, a base de experiencias, vivencias, lecturas, diálogos... Un aliciente extra, por así decirlo. Pensar por ejemplo que lo de las duchas con agua hirviendo parece algo demasiado personal como para ser inventado...

Llama la atención desde el principio, aparte del tema tan necesario y poco socorrido en la ficción española, lo bien escrito que está. El estilo es otra razón para recomendar este título: "Para la ocasión, Sandra se vistió de feliz", "Sandra se levanta de la cama envuelta de recuerdos", "La soledad es una imposición de la que no es posible librarse ni en la intimidad del hogar", "Los cánones de belleza son losas, da igual el hemisferio en el que se esté".

No solo es el estilo; también las reflexiones que suscita la autora. Por ejemplo, habría que enmarcar la reflexión cerca del final: 
"Yo ya no pertenezco a ningún lugar. No soy ni de aquí ni de allí. (...) Los inmigrantes vivimos en un limbo (...). 
-Y también muchos de vuestros hijos (...). Las fronteras que atravesasteis vosotros nos atraviesan a nosotros (...) yo creo que los hijos de las personas que migráis, a veces necesitamos tomar el relevo y continuar el  camino, buscar nuestro sitio".
Y habría que incluir esta lectura en los institutos, si es que consideramos que el tema del racismo o de la inmigración merece nuestra atención o nos conformamos con los discursos de odio o las simplificaciones excluyentes que limitan nuestros horizontes.

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