(BBC. 6 episodios: 04/10/2019) |
Contiene spoilers
Aun partiendo de la base de que estamos ante una de las mejores series de los últimos años, una serie que cuenta con un personaje icónico como Thomas Shelby, el líder de la que fue una banda de gánsters de poca monta que amañaba carreras de caballos, esta última temporada ha descarrilado un tanto.
No porque hayamos llegado a un punto insostenible en el que el crecimiento de este personaje inteligente, desconfiado y siempre seguro de sí mismo no encuentre límite ni siquiera en el Parlamento británico, ni porque su hermano Arthur cada día esté peor de la cabeza, ni porque el resto de la familia no sepa agradecer lo suficiente al hermano, al sobrino, al marido al que se lo deben todo, sino porque la estructura ha estado un tanto desenfocada.
La oposición contra el líder del clandestino partido nazi, Oswald Mosley (Sam Claflin) ha sido uno de los principales ejes y no se entendía bien por qué Tommy no se enfrentaba con él sino que le seguía el juego, quizá porque la banda que dirige, los Billy Boys, es demasiado fuerte o porque la caída en bolsa, por culpa del irresponsable Michael, que residía en Nueva York, les hace más vulnerables.
El caso es que la trama ha sido muy confusa y desvaída, mezclando demasiadas cosas, apostándolo todo a ese efectismo tan visual y auditivo (banda sonora siempre recomendable), dando por hecho que nos va a gustar siempre cómo viste y la mala leche que se gasta la tía Polly, que manifestemos una soberana irrelevancia hacia Finn y hacia Lizzie, que nos va a parecer repulsiva la esposa de Arthur, Linda (hasta el punto que cuando parece que muere y no lo hace nos llevamos una gran decepción), y ni siquiera el reducto más sensato de los Shelby, Ada, es suficiente.
Más que un continuo por el que se asiente una trama ya definida, vamos saltando por escenas poderosas en lo visual pero vacías de contenido: Tommy corriendo por un campo de minas ante el temor de que su hijo pequeño acabe herido, el hijo de Aberama Gold siendo brutalmente asesinado, la fiesta a la que acude Mosley pese a estar rodeado de gitanos, la permanente sospecha de que alguien está traicionando a Tommy, la reaparición inaudita e inverosímil de Alfie Solomons, e incluso las visiones que le provoca el LSD y en las que invoca a la siempre sensual Grace, no tapan el hecho de que el argumento esta vez está demasiado cogido por los pelos. O, cuanto menos, está demasiado orientado a una siguiente temporada en la que quizá terminen de cuadrar mejor las piezas.
Al contrario que en temporadas anteriores, que pese al cliffhanger de turno quedaba todo cerrado y bien dispuesto, en esta ocasión nos encontramos con todo abierto y sembrado de incertidumbre. Porque es Peaky Blinders y se ha ganado el derecho a que esperemos la resolución, que si no el enfado podría haber sido de los que impiden perdonar que nos hayan estafado.
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