Mindhunter. Temporada 2


(Netflix. 9 episodios: 16/08/2019)
Han pasado casi dos años desde uno de los estrenos más prometedores, la historia de cómo  en los años 70 empezó a organizarse el FBI contra los asesinos en serie (término que nuestros investigadores promovieron), desarrollando perfiles psicológicos y tratando de aplicar patrones para identificar a las personas perturbadas. Demasiados meses, por más que eso haya podido suponer más tiempo para cerrar tramas o perfilar producciones. Y, como nos pasara en la temporada uno, de nuevo la impresión es que apunta mucho más alto de lo que se nos ofrece.

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La temporada 2 se orienta sobre todo en el caso de las desapariciones y las muertes de los niños de Atlanta, caso ignorado por las autoridades policiales hasta el momento que entra el FBI, todo por culpa, otra vez, de los prejuicios raciales y la consideración de determinados ciudadanos como de segunda categoría.

Esa investigación en Atlanta se lleva por delante la planificación preestablecida de la unidad de investigación del equipo de Holden Ford y Bill Tench. La unidad, confinada a los sótanos de Cuántico, debería empezar a crecer y afianzarse, en parte por la (forzosa) jubilación del jefazo Shepard (Cotter Smith), sustituido por Gunn (el siempre inquietante Michael Cerveris, el Observador de Fringe), un director en principio mucho más proclive a las innovaciones que proponen los Ford, Tench y Wendy Carr.

Más presupuesto, más medios y más reconocimiento. Pueden incluso salir de los sótanos y Gunn les entrega la entrevista más deseada. Ni más ni menos que el mismísimo Charles Mason (Damon Herriman prosigue con uno de los aspectos más destacados de la serie: la fidelidad en los parecidos con los asesinos de la época).

Claro que eso conlleva un incremento en las expectativas puestas sobre ellos. Es decir, que les van a exigir resultados de inmediato y eso supone que en la intervención sobre Atlanta debe traducirse en el primer éxito tangible de relevancia de la unidad a toda costa para darles credibilidad y visibilidad. Al mismo tiempo, supone renunciar a las señas de identidad del equipo, la de establecer parámetros a partir de las entrevistas. No hay tiempo para eso, sino que sobre la marcha tienen que establecer conjeturas.

Sobre todo Holden, que se ha implicado mucho con las madres de esos niños desaparecidos, organizadas en torno a Camille Bell (June Carryl, otra estupendamente caracterizada con esas gafas inmensas), harta de que no se haga nada pese a que las desapariciones cada vez van incrementándose.

Para mi gusto, Holden está menos perfilado en esta temporada o no confirma la evolución dada de la primera. Ya no le tenemos casi autista o despegado de sentimientos, por no hablar de que los ataques de pánico con los que terminamos la primera temporada y arrancamos la segunda al final no se traducen en nada significativo. O ha sido una distracción o nos lo dejan para próximas entregas, o directamente es un fallo narrativo.

Por contra, Bill adquiere mayor protagonismo, en parte por temas familiares. Su hijo adoptado, Brian, se ve envuelto en el asesinato de un niño pequeño, algo que desequilibra por completo a su esposa Nancy (Stacey Roca). Brian apuntaba ya maneras en la temporada uno, siendo un niño asocial y rarito, que deriva más en un perfil de potencial psicópata que no de autista como pensaba. 

La que se cae de la terna es Wendy, relegada en demasía por Gunn. Aunque no ofrece malos resultados en sus dos entrevistas con asesinos, acompañada por el pusilánime Gregg, los planes del calvo director son otros, más en la línea de que una mujer debe conformarse a un segundo plano o a ser ese elemento decorativo que atraiga la atención del personal masculino. La trama sentimental con la camarera Kay Manz (Lauren Glazier) es un bagaje muy pobre para un personaje que podría dar mucho más de sí.

Atlanta acaba devorando todo lo demás y no precisamente aplicando los métodos que han configurado la unidad especial que conocimos en la primera temporada. No digo que no resulte interesante, sobre todo al comprobar los contrastes entre los indeseables políticos de Atlanta, más preocupados por la publicidad y la imagen que ofrecen al resto de Estados Unidos, que por solucionar unos crímenes atroces. 


Si bien el FBI debería ser más relevante, en realidad dependen de la policía, a menudo no muy bien formada. Por suerte, Bill y Holden cuentan con el apoyo del muy competente Jim Barney (Albert Jones). El espectador se da cuenta del fracaso de la misión, por más que al final empluman dos asesinatos al sospechoso Wayne Williams (Christopher Livingston, al que descubren gracias a la tediosa estrategia de cubrir los puentes por donde el asesino se deshace de los cadáveres) y los méritos se los lleva la unidad, un sabor agridulce para Tench y para Ford, además de para los seguidores de una segunda temporada que prometía mucho más.

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