(Netflix. 8 episodios: 04/07/2019) |
Contiene spoilers
Lo peor que le puede pasarle a una serie es repetirse. ¿No es el dicho aquello de renovarse o morir? Puede que lo que me gustara de la primera temporada (el estreno de ese año, posiblemente) e incluso de la segunda, en la que pocas cosas cambiaban salvo el crecimiento de sus protagonistas, como a mí me pasara entonces, ahora me echa para atrás, aunque creo que no es solo eso. O sí, y el único problema es que no ha colmado mis expectativas, altas por otra parte con el año añadido de espera.
Lo que antes me parecía fresco y espontáneo, ahora le veo un exceso de rebuscamiento; los malos siempre son malos y, en general, el acompañamiento de los protagonistas es eso, algo así como ruido de fondo. Los efectos están bien, la banda sonora muy bien (aunque hasta en eso lo pongo por debajo que sus predecesoras, aunque por cumplir la tradición copie la lista de Spotify), los protagonistas, en general, siguen pareciendo entrañables, pero ya aquí empieza a rechinar el asunto: ya no me interesa tanto saber de ellos. Es más, será que están en plena adolescencia, pero no me importaría perderlos de vista. Y me parecen demasiados.
El Azota Mentes o Mind Flayer, el monstruo al que se enfrentan es más de lo mismo, pero más baboso y desagradable, con patas más largas y con una tendencia a ocultarse imitando el clásico de terror La invasión de los ladrones de cuerpos (esa es otra: lo que antes eran guiños a la mitología ochentera, ahora más que homenajes son copia y pega no del todo conseguidos, como por ejemplo con ese ruso remedando al Terminator original). Todo, en definitiva, es más de lo mismo, que es el título que le podríamos poner al titular de esta tercera tanda.
Es un tanto inútil resumir la trama porque es más de lo mismo, pero esta vez como más diseminado. Nuestros protas, quizá porque son tropel, se dividen en dos y por momentos tres grupos (hablo de los antes niños y ahora adolescentes). No se sabe a cuento de qué, porque no está muy bien explicado, pero Dustin, que viene de pasar un mes en un campamento de cerebritos y de conocer a Suzie, queda al margen de un grupo que, por otra parte, empieza a hacer aguas porque Will es el único con morriña por Dragones y Mazmorras. Mike y Lucas están más pendientes de sus respectivas novias, Eleven y Max.
No cuela que esta temporada trate de eso o, si es la pretensión, es fallida. Es un tema para el entretiempo y poco más. Es como el protagonismo que recibe la madre de Mike y Nancy, Karen, que tuvo su foco de interés un instante y luego pasó. Karen pasa de formar parte del club de fans del socorrista Billy y casi ser infiel a su marido con él a tener una charla pseudotrascendental con Nancy sobre que persiga sus sueños. Luego desaparece. Como desaparece del mapa la vocación periodista de Nancy tras el "mobbing" recibido en la redacción. Vale que dos de ellos mueren, pero una vuelta por el periódico en plan "valgo más que todos vosotros juntos, carcas" no hubiera estado mal.
Además de originalidad (que no la tiene) y de frescura (todo se ciñe a rajatabla al guion y a la estructura de presentación, nudo y desenlace), la temporada adolece de continuidad, agravada por la aparición de los rusos (por si faltaban tópicos). Salvan la papeleta dos personajes del bando de Dustin: el antes chuleta Steve Harrington, que ahora sirve helados en el centro comercial Starcourt, recientemente inaugurado y que hace que el consumismo medio norteamericano se vuelque allí (nosotros hemos ido detrás unos años después), y su compañera Robin (Maya Hawke, la preciosa hija de Ethan y Uma, ni más ni menos), que son los únicos que aportan algo de chispa a las relaciones interpersonales. Porque a mí me cae rematadamente gorda la hermana pequeña de Lucas, Erica.
En el bando adulto, nos queda el eje Jim Hopper y Joyce Byers, con una evidente tensión sexual no resuelta que bien apunta el primo de Jim, el excéntrico Águila Calvo, Murray. Una evidente y maniquea tensión, por otra parte, por no decir que telegrafiada. Esa es otra: apenas hay un par de cosas que se salen de lo previsto o de lo previsible, porque incluso en el apartado de muertes, la del científico ruso que quiere vivir el estilo de vida americano, Alexei (simpático Alec Utgoff), la del chulo de piscina Billy y la supuesta de Jim (el americano al que se refieren en la innecesaria escena poscréditos) son muy poca cosa. Como la pérdida puntual de poderes de El(even).
Lo mejor de la temporada es la canción de Dustin a dúo con Suzie, Neverendingstory, a petición de la muchacha, quien no se arredra ni con la amenaza de que el mundo colapse. O la única sorpresa: que Robin resulte estar enamorada de Tammy y no pueda ser posible esa pareja. Poco más porque los antes niños son más de lo mismo, la obsesión por los imanes desimantados de Joyce es irrisoria en comparación con la que lio con las luces y el mapa de los dibujos y la hoja en cuaderno pequeño de Jim para abrir su corazón a El da casi para tres folios de DINA4.
En fin, tampoco es que se hayan cargado la serie porque no es para tanto, pero sí que Stranger Things ha quedado para entretenimiento veraniego sin más pretensiones para los que no somos fanáticos de sus personajes. Si la cuarta temporada me rompe algún esquema, bienvenido, pero a estas alturas la complacencia de los Duffer parece irremisible. Una lástima, porque creo que había material para otras dinámicas.
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