(Netflix. 3 episodios: 05/06/2019) |
Contiene spoilers
Viendo el cartel de la nueva temporada, no sé por qué me extraña que la serie haya sido cualquier cosa menos Black Mirror. Lo que solían ser fondos negros, ahora son soleados. O, más bien, chupi pirulis. Términos totalmente incompatibles con esa serie corrosiva, por momentos inquietante y macabra, también fascinante, en la que las nuevas tecnologías cumplían un papel relevante en la configuración de historias de terror con elementos futuristas.
Esos elementos aquí han pasado a ser algo así como la naíf decoración de tramas insulsas, cursis, aburridas o directamente irrelevantes. Que lo mejor de la nueva temporada sea el muñequito Ashley Too con la pegatina de la anarquía y un cinturón de pinchos dice mucho de lo que esta vez nos ha ofrecido Charlie Brooker. Algo casi indecoroso, bochornoso, injurioso, cualquier adjetivo con resonancia peyorativa acabado en '-oso'. Será Netflix, será la temida americanización, serán los plazos, será, será. Aunque el tiempo verbal que parece que hay que conjugar es 'fue', porque ya recibimos inquietantes señales con Bandersnatch, que ya cojeó bastante (aunque por lo menos nos lo presentaron de manera diferente).
Empezamos con el estupor que nos ofrece Striking Vipers: lo tecnológico es una especie de chip que los jugadores de videojuegos se colocan en la sien para meterse dentro de un Street Fighters, emulando a Ryu y Chun-Li. Lo que se nos quiere contar, a grandes rasgos, es la historia de una infidelidad de un hombre casado, Danny (Anthony Mackie, el amigo volador de Capitán América), al que se le veía cada vez menos interesado en su esposa, Theo (la preciosa Nicole Beharie, Abbie Mills en Sleepy Hollow), tras unos años y un hijo juntos.
La infidelidad acaba siendo virtual, dentro del juego realista: su personaje, el luchador Lance (Ludi Lin), en vez de liarse a golpes, se lía sexualmente con la luchadora Roxette (Pom Klementieff: no había reconocido a la Mantis de Guardianes de la Galaxia). La "gracia": que quien controla ese personaje es su amigo de siempre, Karl (Yahya Abdul-Mateen II, que sale -la cosa va de superhéroes en el reparto- en Aquaman).
El ritmo es lento y que el nudo del enredo sea que si me he vuelto homosexual o si he cometido adulterio por tirarme a alguien en un videojuego no parece muy inquietante. Se desaprovecha a Nicole Beharie y el 7 con el que puntúan en IMDb a este episodio es hasta casi generoso. Aburridísima la primera entrega.
Menos tecnología si cabe se nos muestra en Smithereens, ambientado en un presente inmediato, por más que whatsapp, facebook o instagram tengan otro nombre y otra interfaz. Me sorprende que lo que por momentos da la impresión de ser un anuncio ampliado de la DGT ("cualquier distracción puede ser fatal") llegue a un 7,7 en IMDb. Si aburrido, soso y light era el primer episodio, este lo es multiplicado por dos, que son los personajes principales: el desequilibrado Chris Gillhaney (Andrew Scott, el Moriarty de Sherlock, es, con diferencia, lo único salvable) y su secuestrado, el becario Jaden (Damson Idris).
Un secuestro en un coche, la policía pendiente para acribillar al criminal, y la red social extendiendo sus tentáculos con los datos recabados sobre el hombre que tiene amenazado a uno de sus asalariados. Faltaría el tercer personaje destacado, el remedo de Zuckemberg, Billy Bauer (Topher Grace), ya que la petición de Chris es hablar con el jefazo de ese "instawhatsbook" y decirle que por culpa de la adicción que provoca su aplicación perdió a su esposa y mató a un hombre en la carretera. Solo salvaría, al margen de las interpretaciones, el momento en el que el secuestrador le corta al gurú de la app porque su opinión le importa un bledo. Le pido mucho más a BM que una reflexión sobre los peligros de las RRSS y el manejo insensato y sensacionalista de muchos de sus usuarios.
Y para acabar, el momento Disney que es Rachel, Jack and Ashley Too, con la aparición estelar de Miley Cyrus haciendo casi de ella misma (curiosamente es de lo mejor de este pésimo episodio, y llama la atención su voz rota): la adolescente Rachel (Angourie Rice) acaba de mudarse junto con su padre y su hermana Jack (Madison Davenport, que salía en Heridas abiertas).
Hace poco que han perdido a su madre y mientras que la pequeña trata de evadirse ejerciendo de fan entusiasta de la cantante Ashley O, un producto prefabricado por la industria musical, la otra se refugia con su guitarra eléctrica y sus cascos para no molestar (igual de considerada que nuestros adolescentes con sus móviles o altavoces portátiles a todo trapo cuando van en el bus o por la calle fustigando el buen gusto con sus raps, traps o reggaetones).
Paralelamente, tenemos la historia de la pobre niña rica, maniatada por su tía Catherine (Susan Pourfar), la madrastra del cuento, a quien solo le interesa su sobrina en la medida que le arroje ceros en su cuenta corriente. Tan plano es este personaje que llega a envenenar a la cada vez más díscola Ashley y la deja en un coma inducido. Más mala que un dolor de muelas.
Por suerte, Rachel había una Ashley Too, un muñequito de inteligencia artificial basado en la voz, los gestos y los mensajes de "tú puedes, esfuérzate por conseguir tu sueño" que lanzaba por los medios de comunicación. El robot lo resetean por equivocación y la Miley Cirus sin filtros sale por su boca y las lleva hasta su mansión. Al final, la madrastra tiene su merecido y salvan a la cantante, a la robot y la hermana guitarrista monta un grupo de rock del que le gusta con la Cirus. Todos contentos.
Todos contentos menos los espectadores de esta infumable quinta temporada que por momentos parecía cualquier cosa menos Black Mirror. Quién nos diría que la tecnología sería en algún episodio un jarrón de fondo para ofrecernos guiones gazmoños y redundantes prevenciones sobre los peligros de las redes sociales. O que había tantas fantasías sexuales asociadas a Street Fighters...
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