(544 páginas. 19,90€. Año de edición: 2018) |
Supongo que en la novela negra, como en cualquier otro tipo de subgénero, la dificultad estriba en conseguir un buen argumento, un argumento que ha de luchar contra las consignas propias de este tipo de libros y que a su vez tiene que pugnar por ser original. Y es difícil serlo cuando juegas con ecos de La ventana indiscreta, un Hitchcock a quien se homenajea de manera evidente.
¿Qué se le puede pedir a un libro así? Por lo menos, que sea entretenido. Si no te devora la impaciencia por pasar la página o proseguir un capítulo más, a la hoguera. Y si bien no llegamos a este extremo aquí, al menos resulta ameno y fácil de leer. Lástima que ese par de detalles que en principio deberían de diferenciarla de otras obras no sean suficientes:
Anna Fox, psiquiatra infantil, sufre de agorafobia y lleva ni se sabe sin salir de su casa, un barrio residencial de Nueva York, desde donde mata el tiempo espiando a sus vecinos, bebiendo vino merlot, viendo películas clásicas. Está separada y apenas tiene contacto con su marido Ed y su hija Olivia por skype. No atrapa en demasía este personaje atenazado por sus miedos y no termina de empatizar conmigo, pero concedo que la construcción de su carácter está conseguido.
No se puede decir lo mismo del resto de personajes: el comisario Little (¿un remedo de Luther?) y su desagradable compañera, la intrascendente amiga Bina, el quisquilloso y atractivo inquilino David o los vecinos Allistair y Jane Russell (la segunda) y su hijo Ethan. Es esa novela que te presenta varios personajes pero no consigue redondearlos de ninguna manera, y eso que se basa en su caracterización por medio de diálogos (o precisamente por eso).
De los 100 capítulos de los que consta el libro, sobran si no la mitad, sí la mitad de páginas. Tardamos la vida en entrar en materia (que Anna es testigo de un apuñalamiento) y el resto tampoco está conseguido el ritmo. Como he dicho antes, han construido un buen personaje, pero a costa de sacrificar una mayor profundidad general.
La novela se sustenta en tópicos demasiadas veces vistos: el vouyerismo, el testigo al que no se le cree (está enferma, está borracha, ha tomado pastillas), personajes que ves venir que no son lo que parecen... Pocos elementos son originales pese a que funcionen en conjunto y enganchen, aunque sea para esa función de pasar a la siguiente página. Por desgracia, es el típico título que además pasa al olvido en cuanto se termina.
Odio cuando se tiran páginas y páginas enumerándonos nimios detalles, y que cuando llegue algo interesante, para provocar tensión e intriga te presenten escenas confusas o mal desarrolladas porque la protagonista se excede con el vino. No te enteras bien cuando apuñalan a la que luego descubriremos falsa Jane (su historia verdadera es tan alambicada que no me veo capaz de referir) ni del accidente de coche, por poner dos ejemplos trascendentales.
El recurso del Sexto sentido ya está bastante desfasado y que todo recuerde a otros ecos no dice mucho a su favor. Además de la ya mencionada La ventana indiscreta, podríamos referir La chica del tren (el alcoholismo de la protagonista) y esa peli en la que Richard Gere era el abogado y Edward Norton, el atontado cliente resultaba ser mucho más de lo que parecía. Un mezcladillo o batiburrillo de temas e ideas con el objetivo de vender libros, objetivo que se ve incluso con el seudónimo del escritor Daniel Mallory para hacerse pasar por una mujer (que supongo que ahora dará más ventas a un determinado tipo de lectora). Aunque lo peor, con todo, es esta frase: "Ese temazepam me ha dejado cao".
¿Cao? ¿De cola cao? Madre mía...
¿Cao? ¿De cola cao? Madre mía...
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