El dolor de los demás. Miguel Ángel Hernández. Anagrama

(312 páginas. 18,9€. Año de edición: 2018)

En la Nochebuena de 1995, el mejor amigo de Miguel Ángel Hernández asesinó a su hermana y se quitó la vida saltando por un barranco. Ocurrió en un pequeño caserío de la huerta de Murcia. Nadie supo nunca el porqué. La investigación se cerró y el crimen quedó para siempre en el olvido. Veinte años después, cuando las heridas parecen haber dejado de sangrar y el duelo se ha consumado, el escritor decide regresar a la huerta y, metiéndose en la piel de un detective, intenta reconstruir aquella noche trágica que marcó el fin de su adolescencia. 


Mucha gente, incluso personas no muy proclives a la lectura, al saber un poco el argumento de la novela, sienten un irreprimible deseo por conocer más, como les ocurre a algunos de los personajes en la propia historia, aunque ahí se justifica porque se trata de hechos muy conocidos en esa región murciana. El elemento morboso es indudable, pero pronto el lector que se aproxima por este motivo va a descubrir que no es lo fundamental, ni mucho menos.

El acercamiento a esta novela debería venir por otras vías. Una recomendación (como es mi caso con Amparo) o las elogiosas referencias que ha recibido el autor por esta obra y otras anteriores. Leyéndolo, te das cuenta de que estamos ante una voz más que interesante aunque solo sea por esa mezcla entre estilo culto y a la vez registro sencillo, casi coloquial. Que hay frases que merecen la pena simplemente por ellas mismas (por ejemplo, al referirse a los sillones-mecedora de la casa familiar, habla de "Una escenografía sin personajes. El cuerpo de las cosas"; en esa misma página, al hablar de la depresión, emplea esta magnífica metáfora: "El sol negro de la enfermedad expandiéndose por toda la casa")

Son varios los momentos en los que ves una estructura firme (más allá de las seis partes y el epílogo, a su vez subdivididas en episodios) detrás de unas palabras bien administradas, pero, sobre todo, que hay madera de escritor. Sin entrar en lo estrictamente novelesco, percibes un bagaje cultural (no solo literario) detrás que redunda en la impecable factura del libro, por más que luego haya que precisar que novela lo que se dice novela no es, o que la originalidad de un narrador testigo que ha vivido la historia y se centra sobre todo en sus pensamientos o sentimientos no es tal (aunque no creo que ese sea el propósito del autor).

Nicolás y la Rosi son los dos protagonistas de la historia (asesino el uno, asesinada además de hermana la otra) que Miguel Ángel Hernández rescata de las tenebrosas sombras del pasado. Nicolás era su mejor amigo, aunque él mismo reconoce que su amistad excluía ciertos temas o adentrarse en intimidades. Los hermanos y los padres del autor tendrán su cierta relevancia, así como otras personas/personajes que le ayudan en su proceso de escritura, como Vicente, que hará lo posible para que el autor consiga los papeles de las autopsias, o la prima Loles, quien será la encargada de darle mayor relevancia a la Rosi, la gran desconocida para él (ese humilde reconocimiento de que faltaba algo hasta que no hablan de ella y la da a conocer es de lo más acertado del libro: "Ella había sido una historia, un cuerpo lleno de emociones, una vida. Y él, mi amigo, Nicolás, la sombra que lo había arrebatado todo").

Lo relevante son las reflexiones que se derivan de este propósito inicial de darle forma a las dos líneas que condensan lo fundamental del relato: "Hace veinte años, una Nochebuena, mi mejor amigo mató a su hermana y se tiró por un barranco". Y no me refiero a las aseveraciones más o menos valientes (sus procesos mentales respecto a la religión, al sexo, a su excesivo peso o al desarraigo en la huerta murciana) o más o menos oportunistas (si hará daño a algún familiar de su amigo y asesino, si lo está haciendo bien o mal, sus inseguridades), pero consigue ese difícil equilibrio de restarse importancia a sí mismo pese a que estemos presenciando sus procesos mentales. "Y supe entonces claramente que nada se borra del todo, ni el bien ni el mal, que el pasado permanece y nos acompaña eternamente, como una sombra que no siempre podemos descifrar".

Apenas existe acción. Durante los casi tres años que transcurren desde que inicia la escritura del libro y de los hechos hasta que acaba, apenas encontramos más que entrevistas y disquisiciones. Y cuando entremezclamos con los hechos de esa fatídica noche de hace veinte años, tampoco nos adentraremos en lo qué pasó, sino en lo que él vio o escuchó. Esas referencias detectivescas de la solapa conducen un poco a engaño. Eso no quiere decir que no estemos ante un muy buen libro, muy bien contado, muy interesante y, claro, muy personal.

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