Troy: Fall of a City (Troya: la caída de una ciudad). Temporada 1

(BBC. 10 capítulos: 17/02/18 - 07/04/18)
(¿Se puede considerar como spoiler revelar datos de una trama que tiene siglos de antigüedad?)

La apuesta inglesa por recrear de nuevo uno de los mitos de mayor alcance en la historia de la humanidad pincha en hueso y más que por la falta de presupuesto a la hora de intentar igualar los efectos especiales que tenía la superproducción americana de la película (las comparaciones son odiosas), el problema radica en un reparto de muy bajos vuelos.

Porque mira que recrean una historia mucho más cercana al mito, incluyendo por ejemplo la aparición (muy tangencial, también es cierto) de los dioses, casi siempre poco más que espectadores, aunque es cierto que son los que originan el conflicto principal. Se apegan bastante más que la película a la historia que Homero transmitía en La Ilíada, si bien es cierto que el poema narra un fragmento de la gran batalla entre griegos y troyanos, por lo que se da pie a que existan diferentes y variadas versiones.

Así, conocemos que Paris (decente al menos Louis Hunter, algo que no se puede decir de muchos compañeros suyos), un pastor al cargo de Agelao, recibe la visita de los dioses. Más bien, de tres diosas: Atenea, Afrodita y Hera, que le piden al humano que dirima la disputa sobre la manzana de la discordia, que se la quedará la más bella de las tres diosas, como propuso Eris. Zeus, con mucho sentido común, se negó a dirimir la cuestión y el marrón le cae a este muchacho impulsivo y hedonista que tampoco se toma muy en serio sus cuestiones pastoriles (él se podría considerar el antecedente de los bucólicos pastores del siglo XVI al estilo de Garcilaso).

Primer problema: las diosas resultan un bluff del que difícilmente te puedes abstraer. Ninguna de las tres parece una diosa. Atenea (Shamilla Miller) solo destaca por su fruncido de ceño; Hera (Inge Beckmann) parece más bien la encarnación de la diosa invisible, de lo irrelevante que parece; y Afrodita (Lex King) no es sino la encarnación de una modelo alta y anoréxica. No es solo el aspecto físico poco divino, sino las interpretaciones tan limitadas. Al menos Zeus (Hakeem Kae-Kazim), aunque solo sea por su voz más grave, transmite algo.

Cada una de las diosas le ofrece algo a Paris: poder, no sé si gloria y el amor de la mujer más hermosa de la tierra. Paris se queda con la última oferta, la de Afrodita, y la escena en la que interactúan dioses con humano se cierra de una manera bastante digna, aparentando haber sido algo así como un sueño. Ese sueño, o ese encuentro divino, marcará a Paris, que no se conformará con pastorear, y saldrá hacia Troya, donde se cuela en una competición entre príncipes.

Ahorraré detalles: Príamo interrumpe el castigo de Héctor y por una marca en la piel reconocen que Paris es ni más ni menos que Alejandro. Aunque aluden a un lobo que se lo llevó, pronto se sabrá que los augurios vaticinaban que ese príncipe estaba asociado al desastre de Troya, algo que aparece en las visiones de Casandra (vaya papelón el de Aimee-Ftion Edwards, la Esme de Peaky Blinders, nada más que gritando y con cara asustada), por lo que Príamo había pedido a Agelao que lo matara, aunque no pudo y lo crió como su propio hijo.

Con Príamo empezamos (si no lo habíamos hecho con las tres diosas) la carrera a quién es el mayor esperpento no ya interpretativo, sino en la recreación del personaje: lo más destacado de la insulsa interpretación de David Threlfall es ese incongruente mostacho castaño en medio de una barba cana. No luce ni en su momento de "gloria", cuando le pide a Aquiles el cuerpo de su hijo caído en combate.

Mejor está Hecuba (Frances O'Connor), esposa de Príamo, aunque su protagonismo es menor, por desgracia. De todos los hijos, apenas se distingue bien a Héctor, y por desgracia la alargada sombra de Eric Bana es alargada, y nada tiene que hacer un plano Tom Weston-Jones, que no transmite lo que debería en el que puede considerarse como el personaje más trágico de la obra, pues el hombre solo quería defender a su familia y a su ciudad, y el honor se anteponía a cualquier otra cuestión. Poco de eso llega al espectador, porque se fijan más en la tortuosa relación con su hermano recién aparecido.

Eso sí, peor aún está su esposa Andrómaca (pálida y flojísima Chloe Pirrie), quien no tiene nada que hacer con la comparación que se establece contra Saffron Burrows, una de las mujeres más elegantes y sexys del panorama. Eso sí, aún nos falta llegar al punto de partida de la trama, relacionado con esa mujer que Afrodita le había prometido a Paris: Helena, la esposa de Menelao (otro papel pusilánime el de Jonas Armstrong), a quien Paris visita en su primera misión diplomática.

Lo contrario a la diplomacia es seducir y raptar a la esposa de quien visitas, y más a traición y aprovechando que Menelao había tenido que ausentarse para acudir a un entierro. En fin, la historia de la destrucción de Troya es una concatenación de errores basados en el egoísmo galopante de dos jóvenes que no se conformaron con ser amantes, sino que desencadenaron una de las guerras más cruentas conocidas.

Aquí me tengo que parar. Creo que el error más garrafal del casting llega con una Helena tan terrenal que parece más modelo de operación estética (pómulos y nariz) que la encarnación de la belleza. Más que por el cabello rubio o moreno, el problema para Bella Dayne es que no parece el tipo de mujer por el que un hombre olvide su posición, o por el que su marido burlado llegue a perdonar, conmovido por su belleza. Y no solo eso, nuevamente es que las dotes interpretativas no compensan esa representación tan limitada de la hermosura. El que es el papel más relevante de esta historia, sobre todo cuando empiezan sus intrigas para encubrir su encuentro con Aquiles, no llega a conmover en ningún instante ni transmite química con Paris; pero lo peor es que casi no provoca ni repulsa. No nos dice nada, salvo que el único atractivo que es capaz de mostrar es un escote permanente.

Por encima de que las batallas no muestran la grandiosidad que deberían, nos salimos de la historia por culpa de un Agamenón chusquero y más bien pasado de rosca (Johnny Harris solo sabe gritar como un poseso, no actuar), y es entonces cuando nos llega el tiro de gracia en forma de Aquiles: no importa que David Gyasi sea negro (ya podrían haber hecho que todos los mirmidones lo fueran), ni que esté enamorado de Patroclo (Lemogang Tsipa), algo presente en la historia original, ni que no llegue al carisma de Brad Pitt, pero al menos podría haberle dado algún matiz a una interpretación que no pasa de intrascendente.

Solo se salva Odiseo, con un Joseph Mawle (tío Benjen, Game of Thrones) que parece el único capaz de meterse de verdad en su papel, y darle matices a esa inteligencia que le lleva a bordear (y traspasar) la ética y el honor, sin duda por culpa de servir a un rey aqueo que no se merecía su puesto. No le hace falta llegar a la escena del bebé de Héctor y Andrómaca para resultar lo mejor, con diferencia, de la serie. A otra que salvaría es a Amy Louise Wilson por su Briseida, aunque está lejos del protagonismo que tenía este personaje en la película.

Ya para rematar, hacia el final, después de que habían mostrado una versión mucho más creíble y más desarrollada de la estrategia del caballo de Troya (apelando a que en su interior había grano y vino, y la codicia impera sobre la desconfianza), destrozan toda posibilidad de redención con un asedio, saqueo y destrucción de Troya que no lo parece en ningún momento. 

Ni siquiera explotan bien el hecho de que escape Eneas (qué decir de Alfred Enoch, ya padecido en How to get a murderer, a quien no se le ve luchar en ningún momento, que yo creo que es porque seguro que pone la misma cara de póker que luce hablando que con una espada en mano), y cuando debería ser más importante su presencia, se desentienden de los dioses, alejándose de la meritoria escena en la que los ejércitos troyanos y aqueos van a entrechocar y las diosas se infiltran en cada uno de los bandos.

La sensación final es la de cutrez, y esa sensación prevalece a una historia que no está mal contada (algo de lo que adolecía la versión cinematográfica), y que sigue con bastante fidelidad la historia clásica. Al final, nada de eso importa, y habrá que esperar para encontrar una mejor adaptación.

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