(Amazon. 10 episodios: 22/09/2017) |
... Y, por fin, nos pusimos al día con Transparent. Sin novedad al frente en esta cuarta entrega, en la que el carácter de nuestros odiosos Pfefferman siguen haciendo de las suyas, esta vez con el marco de fondo de Israel, eje de las peripecias de esta singular familia.
Aunque ha tenido sus momentos y esa singularidad marca de la casa Jill Solloway sigue vigente, está un poco por debajo de las temporadas anteriores, o quizás es que ya no nos pueden sorprender más las excentricidades de todos sus personajes. La búsqueda de su esencia, ese cifrar en la tradición o el pasado las explicaciones de esos caracteres insatisfechos, se convierte en el motor central.
La linealidad de este relato es bastante particular. De repente, Maura ha vuelto a dar clases (ahora enfocándose en su transgenerismo), Shelly se ha ido a vivir con Josh y Ali (o la familia, o quién sabe) ha puesto parte de la casa en alquiler, deparándole unos vecinos bastante huraños y celosos de su intimidad, sobre todo ese padre que tendrá su minuto de gloria (o de humillación) cuando hace una especie de huelga de estar tumbado para que no lo echen.
Si Maura es la que iba a realizar el viaje a Jerusalén para dar una conferencia allí, pronto se le irán uniendo los demás: primero Ali, que no sabe cómo huir de Leslie (que no aparece ni un segundo); ellos dos descubrirán que Moshe Pfefferman (Jerry Adler, el abogado que se dormía en The good wife, genial aquí también aunque solo sea por el moreno rayos uva que luce), el padre de Maura y de Bryna está vivo, y tiene una familia israelita a la que no le va nada mal la vida. Él se ha hecho de oro en su oportunidad israelita vendiendo aparatos de aire acondicionado y sus hijos le dan mil vueltas a los Pfefferman. Incluso se les ve menos angustiados con su infelicidad (porque hay que asumir que en esta serie todo bicho viviente sufre y pena).
Moshe invita al resto de los Pfefferman californianos y allá que se van los que faltaban: Josh, Sarah (con Len), Shelly y Bryna. Lo más interesante de todo será que aparece el tema del conflicto palestino, algo no demasiado habitual en EEUU. Ali, la adalid de las misiones imposibles, será, cómo no, la abanderada y defensora de los oprimidos palestinos, y en esa zona conocerá a Lyfe (Folake Olowofoyeku parece que está incómoda en todo momento actuando, transmite rigidez) y en esas empieza a dudar de sí misma, a incomodarse con su propio cuerpo, con su feminidad. ¿La tercera generación de transexuales en la familia?
Sarah y Len estaban embarcados en un trío con una ex profesora de su hija, Lila (Alia Shaukat), a la que conoce la primera cuando los tres hermanos van a una reunión de sexoadictos y, en fin, en su espiral de estamos bien aunque no estemos, pero vamos a comprometernos por no mentirnos, vamos a huir de ese matrimonio de aburridos que éramos, vamos a necesitar de terceros pero acabaremos liándonos de nuevo con la chica.
Josh sigue acudiendo a las reuniones, algo que parece necesario habida cuenta de que Rita se le aparece. A lo mejor al hacer las paces consigo mismo y con ella, dejan de meternos este recurso que cada vez más introducen las series (13 razones, a bote pronto). Josh, que parece candidato a secta desde hace tiempo, tiene un momento tonto con el guardaespaldas de Moshe, y empuña un arma. En esas, el inepto llega a apuntar por error a Shelly, a quien se le desencadenan (se ve) los fantasmas y confiesa que fue violada con 10 años. Eso pasa justo antes de que todos (menos Ali) se den un baño en el Mar Muerto, que se supone que es la metáfora perfecta para todos los Pfefferman: no pueden dejar de flotar en sus problemas.
Una Shelly que intenta explorar su lado más creativo acudiendo a clases de interpretación en plan improvisaciones. Creará a un personaje, Mario, un tipo contundente y dado a los exabruptos, con el que se dejará llevar, olvidándose por momentos de sus reglas, rigideces y tacañerías. Además, Mario será quien convenza al señor alemán alquilado para que se vaya de la casa.
Poco más a reseñar, salvo el (merecido) momento de protagonismo para Davina, de quien conocemos un poco más en un flashback, cuando aún no se había dado su paso para convertirse en mujer. Lo peor, sin duda alguna, ha sido la noticia de que su protagonista, Jeffrey Tambor, después de las denuncias de parte del reparto de la serie, no seguirá en la quinta temporada, que parece ser que será la última, y que partirá de una desnaturalización tan extraña que se antoja una decisión meramente económica que tenga una temporada más, como ya le pasó (o pasará, voy con un poco de retraso) a House of Cards. O, sin temas de abusos sexuales de por medio, a Once upon a time, que se despidió con una temporada sin parte de sus protagonistas y una historia casi paralela (e idéntica).
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