Transparent. Temporada 3

(Amazon. 10 capítulos: 23/09/2016)
Supongo que si he tardado tanto en reanudar Transparent es por la pereza que da esta disfuncional familia que tiene la fuerza avasalladora de un tsunami. La grandeza de la serie es retratar el egoísmo que supuran por los cuatro costados cada uno de los componentes de los Pfefferman y lo peor es que todos nos podemos sentir identificados en cualquier momento. La transexualidad ha dejado de ser el eje predominante para convertirse casi en anecdótico. La soledad que te transmite supone tal esfuerzo que ni la duración de 30 minutos minimiza la sensación de gravidez y tristeza. 

Gente acomodada, judíos de  clase alta que no necesitan trabajar para vivir (quizá sea esa la fuente de sus problemas, de hecho), conviven a diario con fantasmas, inseguridades, miedos, obsesiones, incertidumbres, manías y egocentrismo reconcentrado. Gente que lo tiene todo solucionado, casas de ensueño, una cómoda cuesta abajo para rodar por la vida, se pone trabas a sí mismos, se buscan problemas donde no los hay (a veces sí, es cierto), parece que se regodean en encontrar motivos para sentirse infelices. A todos les carcome la depresión.

Cada vez resulta más evidente que la comedia está limitada a la breve duración y a ocasionales puntos humorísticos, y que el drama impregna el sentido final al menos de esta tercera temporada. Una tercera temporada errática, que funciona a impulsos. Por ejemplo, parece que será central que Maura quiera ayudar a otros trans como Elizah, que llama al centro LGBT amenazando con el suicidio. Luego, el desmayo que siente parece que trastoca este plan inicial. Elizah, de hecho, no volverá a salir en más capítulos.

El segundo episodio es paradigmático para retratar a los Pfefferman. Maura es internada en un hospital público y antes incluso de preocuparse por su salud, todos sienten un rechazo y una repulsa casi frívolas por el hecho de estar hacinados en un centro sin pedigrí, rodeado de mendigos y menesterosos, casi con asco por tocar cualquier cosa que los infecte. 

Pese a haber iniciado una relación con Vicki que podría considerarse perfecta dadas las circunstancias, Maura inicia una espiral de mirarse su propio ombligo, eso que denunciaba en algún momento de sus tres hijos. Quiere completar el tránsito a ser mujer mediante la cirugía, pese a que a su pareja le gusta tal y cual es. En una de esas escenas bochornosas marca de la casa Pfefferman, le echará en cara lo tacaña que es, y solo porque ella se pone de parte de su hermana Bryna (genial, por cierto, la secundaria Jenny O'Hara). Lo que antes callaba o aguantaba, ahora es motivo de disgusto. Quiere llamar la atención, quiere que todos se pongan de su parte, quiere lo que quiere y cuando no lo consigue se comporta como un niño pequeño.

La evolución, pues, de Maura, la lleva a situarse en el mismo plano de insatisfacción, infelicidad y egoísmo que sus hijos. No importa la edad que tengas, sino la manera de reaccionar a los traumas de la vida. En este caso, parece que centrarse obsesivamente en lo que te falta o lo que no tienes se impone a todo lo bueno.

Sarah, aunque de carácter más afable o que cae mejor que Josh y Ali, no sabe lo que quiere. Hasta en su bisexualidad se demuestra un grado muy avanzado de perdición, de desnorte. Cuando se ha divorciado de Len (uno de los pocos que empezó siendo un capullo y ahora no lo parece) resulta que es el único que la comprende. No le satisface la prostituta que le azota, quiere buscar en la espiritualidad que le proporciona la rabino Rachel algo de sentido. Una Rachel que parece la siguiente víctima de los Pfefferman, como ya lo fue Tammy. Todos cuantos les rodean corren el riesgo de acabar como las maracas de Machín.

A Josh le acaba de rematar el suicidio de Rita. Su vaivén profesional (busco un grupo para crear mi sello discográfico, me vuelvo a juntar con mi socio) y personal (concretado en torno a la casa familiar) cada vez es más errático, proporcional al tiempo que deja de dedicar a su trabajo. Así como Sarah se aburre por no tener una ocupación y empieza a desvariar, Josh, que antes dirimía sus problemas a través del sexo, inicia una autodestrucción que no detiene ni Colton, que sabiamente rechaza la oferta de quedarse en Overland Park y dejar Los Ángeles. Si antes Rachel fue su juguete roto, ahora se fija en Shea, en ese viaje en busca de su hijo para darle la noticia de la muerte de Rita. 

Y Ali tres cuartos de lo mismo. Su insatisfacción y veleidad ahora tienen como objetivo su relación con Leslie. En cuanto ya son pareja más o menos estable, pierde el interés, como le pasara con Syd. A lo mejor le libra que parece que le gusta dar clases en la universidad, pero ya sabemos que los trabajos no son el fuerte de esta familia. Lo curioso es que todo lo desgraciados que son con todo el mundo y con sus relaciones, entre los hermanos suelen hacer piña y comportarse mejor. Ninguno de los tres son malas personas, aunque lo parezcan, pero los efectos que producen a los demás no los distancia de ser unos cabrones.

Quedaría por hablar de Shelly. Cuando descubre que Buzz es un jeta vividor que no pone un duro y que encima le miente, corta con él, y se termina así su proyecto de estabilidad. La que parece el miembro más reprobable de la familia resulta ser al menos la más coherente. Vive muy pendiente del qué dirán, pero es la única a la que no le afecta tanto dedicarse a la vida contemplativa, viviendo (supongo) de las rentas o de las pensiones de sus ex maridos. Quizá haya sido el personaje, de hecho, de la temporada, con ese apoteósico final en el crucero, con una antológica versión de Hand in my pocket, de Alanis Morissette (esta temporada la BSO ha bajado enteros con respecto a las anteriores).

En general, transitamos por la desesperación de asistir a unos comportamientos erráticos y ególatras que casi te llevan a repudiar a todos los personajes, en hechos más o menos mínimos, capítulos en los que la trama resulta casi irrelevante. Salvo el capítulo ocho, If I were a bell, el mejor de la temporada, enteramente dedicado a un flashback en el que vemos a Maura (estupenda la actuación de Sophie Giannamore) y a Shelly (estupenda caracterización con Hannah Glazer) a los 12 años (1958) y entremezcladamente con sus 21 años (peor Jimmy Ambrose como un reprimido Mort que Molly Bernard). Si dura es la vida de Maura, reprimiendo su impulso natural de ser mujer (a través de la oposición de Chaim, estupendamente interpretado por Michael Stuhlbarg, ese padre que había abandonado a Yetta -Michaela Watkins- en la segunda temporada y que vuelve con ella, para disgusto de la madre de Maura, Rose, interpretada por Gaby Hoffmann dándonos un respiro de Ali), nos sorprende ver que Shelly vive su particular infierno con la violación de su profesor de música.

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