(FX. 9 episodios: 17/01/18 - 21/03/18) |
Si bien el lío de series que empiezan por "American" resulta ya algo notable, y más cuando Ryan Murphy está detrás de tantos proyectos así, estamos ante la segunda temporada de una serie con temporadas independientes. En este caso, trata el asesinato de Versace en 1997, aunque hay que advertir que el protagonista principal no es el asesinado, sino el asesino, Andrew Cunanan.
Contiene spoilers
Como ya ocurriera con la primera tanda, centrada en el caso de O.J. Simpson, la ambientación noventera está perfectamente diseñada, con varios escenarios como Miami, lugar de residencia del diseñador de moda; Milán, lugar de nacimiento; y las distintas ciudades por las que pasa Cunanan (Minneapolis, San Diego). El elenco interpretativo es, asimismo, notable, destacando Darren Criss como un contradictorio y versátil Andrew y Penélope Cruz como la polémica Donatella Versace, hermana pequeña de Gianni, a quien le da un verosímil acento (pese al error de hacerles hablar en inglés incluso en Italia) y un peso dramático muy potente.
Un pasito atrás situaría a Ricky Martin y a Edgar Ramírez, que interpretan respectivamente a Antonio D'Amico y a Gianni Versace. El primero, pareja de Gianni, porque es un poco más secundario y el segundo porque no pasa del notable parecido con el personaje real (algo extensible al resto de personajes, incluyendo a Penélope, pues tendemos a asociar a Donatella con ese engendro de bótox y cirugía plástica mal llevado y no con la rubia más atractiva que fue años atrás).
Para mi gusto, la primera temporada tuvo más vuelo y alcance, aunque tampoco me ha disgustado esta segunda, sobre todo gracias a la elección de una estructura arriesgada y unas decisiones polémicas, como darle más protagonismo a quien no lleva el nombre en el título, algo que ha descolocado a muchos espectadores. En cuanto a la estructura, vamos desde el asesinato el 15 de julio hacia atrás en el tiempo, casi de asesinato en asesinato por parte de Cunanan, que pasó de mentiroso compulsivo y personaje pintoresco a asesino en serie por una cadena de motivos que nos explican paso a paso, hasta llegar a la infancia de ambos personajes.
Queda claro al final que el paralelismo efectuado entre víctima y verdugo es deliberada. El nexo común entre ambos es su homosexualidad, tema central de esta segunda temporada. Mientras que uno, reconocido y reputado, admirado y agasajado, incluso hace públicas sus preferencias, algo más valiente 20 años atrás, otro pasa sin pena ni gloria pese a sus ínfulas grandilocuentes, pues sin dinero respaldándote detrás lo que se sale de la norma roza la línea con la marginalidad.
Si en O.J. se denunciaba el racismo, piedra sobre la que se sustentó la defensa de un personaje público al que todas las pruebas incriminaban, aquí pasamos a la denuncia de la homofobia, lo que propició el asesinato de Versace, pues en condiciones normales un asesino como Cunanan hubiera sido capturado antes, ya que la espiral de crímenes hubieran podido ser resueltos rápidamente, pues había pruebas incriminatorias suficientes. Sin embargo, como las víctimas eran homosexuales, la policía relegó la importancia de la captura del asesino.
Cuesta seguir el hilo cronológico con la manera de narrarnos la historia (hay quien podría optar por ver la serie empezando por el último capítulo para enterarse mejor), y puede que se reste algo de emoción, al saber en todo momento lo que va a pasar, pero por otra parte se gana en emotividad. Al conocer las víctimas de Cunanan, al ver aspectos de sus vidas truncadas, el espectador no puede evitar sentirse más vinculado a ellas, más proclive a empatizar con ellos y sentir sus destinos.
El primero, obviamente, Gianni Versace, un hombre honesto consigo mismo, con mucho talento en su campo, una persona afable, abierta, no muy endiosado pese a que su éxito y su modo de vida le podría conducir a ser un divo desconectado con la realidad, además de profundamente amado, algo que incita sobremanera a Cunanan a matarlo, al ver en él casi a su némesis, a lo que le hubiera gustado conseguir. Su mansión a pie de playa en Miami, excesiva y barroca, simplemente habla de su gusto por la belleza y su salida del armario habla de que por encima del dinero estaba su honestidad. Vemos que parte de culpa de su autoestima se la debe a su madre, su primera defensora, la que marcó en parte su destino, allanándole el éxito al restarle importancia a sus inclinaciones sexuales y al recordarle que el único camino posible para dedicarse a la moda sería su capacidad de trabajo.
Por contra, la influencia paterna de Andrew es un condicionante casi inevitable para convertirse en lo que fue. Si no asesino, por lo menos sí sociópata y mentiroso, como lo fue su padre, Modesto Cunanan (Jon Jon Briones), filipino emigrado a Estados Unidos, hecho a sí mismo, pero que en el camino (o puede que desde siempre) tuvo claro que el fin justificaba los medios: su falta de preparación en las finanzas se compensaba con su labia, su falta de escrúpulos y su tendencia patológica a la mentira. Además, se nos insinúan sus abusos sexualmente a Andrew cuando era pequeño, con lo que su pederastia contrasta con las recriminaciones que le hace a su hijo de mayor tildándole de marica.
Andrew anhela ser alguien especial, reconocido y amado. Su generosidad, sin embargo, se queda en nada por su incapacidad para ser sincero. Desde que destapan que su padre es un estafador, todo el entramado que Modesto monta para destacar su pretendido genio, Andrew busca dinero y parecerse a su admirado Gianni Versace. En este sentido, la escena final, no deja de ser irónica, con el plano de su féretro uniformado con el de otros cadáveres anónimos. Lejos de ser especial y único, su nombre se confundió entre el resto y la soledad fue su último legado.
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