(Netflix. 8 episodios: 24/10/2017) |
Después de ver el tráiler, me esperaba mucho más de esta serie con una divertida premisa: un chaval, convencido de que es un psicópata, quiere "estrenarse" con una chica disfuncional como él, aunque acaba arrastrándole a un viaje a ninguna parte. Como buena serie inglesa, prometía humor negro típico británico.
Yo culparía sobre todo a los dos primeros episodios, que no acaban de coger ritmo en ningún momento y te chafa lo que podrían dar de sí los dos personajes protagonistas. Parece que el afán de los creadores de la serie es acumular cuantas más rarezas, tanto en la historia como en la manera de contarla (varios episodios empiezan in medias res y luego llega el flashback que te lo explica).
Y si es un buen recurso asistir al curso de los pensamientos de los dos personajes principales, y ver cómo chirrían con respecto a lo que hablan o hacen, otros elementos carecen de chispa, de gracia y de sentido. No me extraña que alguien se baje tras los dos primeros capítulos, en los que los 25 minutos de duración por momentos se antojan demasiado largos.
Contiene spoilers
James (Alex Lawther, el pajillero de Kenny en Black Mirror) es un chico de 17 años desconectado casi por completo de su entorno. Adusto, huraño, retraído, odia los móviles, odia a su padre Phil (Steve Oram), un hombre opuesto a él porque es más afable y gusta de un humor bastante tontorrón, y por si fuera poco está convencido de que es un psicópata porque no siente nada en absoluto, está insensibilizado. Ha empezado a asesinar insectos y animalitos y su siguiente paso es cometer un asesinato. Un adolescente Dexter, vaya.
Por su parte, Alyssa (la pecosa Jessica Barden) es una joven borde, amargada y muy enfadada. Claro que cualquiera lo estaría con una madre estúpida, Gwen (Christine Bottomley), abducida casi por completo por su nueva pareja, Tony (Navin Chowdhry), un fatuo y despreciable chuloplaya que se complace en tratar de manera despectiva a su hijastra, con quien encima se propasa de una manera no muy sutil. Ambos progenitores solo tienen ojos para sus bebés recién nacidos, relegando a Alyssa a labores casi cenicientiles.
Ambos personajes, pues, llenos de taras en parte por esa madre muerta en el caso de él y ese padre ausente en el de ella, están casi destinados a encontrarse. Empiezan a salir y aunque las intenciones de James son bastante oscuras, Alyssa arrastra en su deseo de huir a James. Ahí empezará lo mejor de la serie, esta especie de road movie improvisada que acaba con el coche robado a Phil (tras asestarle un puñetazo en el ojo) empotrado en un pino.
Si bien la serie acusa una cierta improvisación, lo peor es cuando aparecen personajes como Martin (Geoff Bell), el conductor que recoge a los chicos cuando James, desnudo de cintura para arriba, hace autoestop. Lo mejor es cuando Alyssa le espeta a su compañero que como les mate un pervertido (solo un pervertido podría recoger a alguien como James, dice ella) se enfadaría mucho. Lo peor es descubrir que Martin es un pederasta que toca a James en el baño.
Otro personaje oscuro y retorcido es Clive Koch (Jonathan Aris), un profesor de psicología que ha publicado libros y a cuya casa acaban los dos protagonistas, aprovechando que está vacía y falta de vigilancia. La egolatría del hombre ausente es evidente, y en la casa se produce el primer choque entre James y Alyssa, cuando el primero no responde a los (bruscos) avances sexuales de la segunda. Y eso que James empieza a sentirse atraído por Alyssa, que sale de la casa y en su paseo se encuentra con un tal Topher, a quien se lleva a casa con la intención de follárselo.
Tampoco llegará hasta el final y lo peor es que el propietario de la casa aparece. Justo cuando James ha descubierto que el dueño de la casa se trata de un verdadero psicópata, que tiene sus trofeos en forma de fotos y grabaciones con su cámara de vídeo espeluznantes. Le da tiempo a esconderse debajo de la cama de matrimonio (Alyssa dormía) y cuando Koch ataca a Alyssa, James por fin realiza su sueño de clavar su cuchillo de caza en la yugular de un ser humano.
A partir de este instante (el cuarto episodio) el ritmo mejora, aunque el tono del relato se vea entremezclado con la más prescindible investigación policial del asesinato. Pese a que los chicos habían dejado las fotos de las víctimas del hombre alrededor de su cadáver, han dejado demasiados cabos sueltos como para que las pesquisas no se dirijan directamente hacia ellos.
Alternaremos entre las policías Teri (Wunmi Mosaku) y Eunice (Gemma Whelan, Yara Greyjoy), que han tenido un rollo entre ellas y aunque Eunice quiere algo más, la arisca de Teri le pone freno; y la evolución de nuestros protagonistas, más evidente en James, que va rompiendo corazas y se va abriendo a los estímulos externos (vemos que el suicidio de su madre tuvo que ver con su insensibilización), cada vez más enamorado de Alyssa, que centra su fuga en encontrar a su padre, cuyo único contacto con él son las cartas que le envía en sus cumpleaños (y la cazadora que se pone). Esa evolución se plasma en el cambio en sus fisonomías: Alyssa pasa a una melena corta y rubia y James a un look hawaiano.
El atraco en una gasolinera nos deja uno de los mejores secundarios: el pobre Frodo (Earl Cave), abrumado por su jefa (¿madre?) y harto de su vida, ve en James y Alyssa un ejemplo a seguir y les ayudará, a cambio de que estos le dejen tirado. De modo que finalmente Alyssa encuentra a su padre, Leslie (Barry Ward), un tipo peculiar que vive en una roulotte en la playa, que vive de sus trapicheos y que acoge a los chicos, para alivio de la pecosa.
Sin embargo, el código de conducta de este hombre deja bastante que desear e incluso la idealizada visión de su hija se viene abajo cuando atropella un perrito (es insoportable ver su sufrimiento, otro punto en contra de la serie) en la huida que emprende para no atender las peticiones de otra ex, que pide responsabilidad para criar a su hijo.
Al mismo tiempo, Eunice ha estrechado el cerco. Despegándose de la tiránica y egoísta Teri (muy bien este arco pese a que el principio parecía un relleno o algo mal incrustado), está convencida de que la muerte de Koch fue un homicidio involuntario, en contra de la opinión de su compañera. Lástima que los chicos no atiendan a sus razones. Se precipita un final que termina por hundir los logros de la evolución de sus protagonistas, que de su consideración inicial han acabado siendo dos adolescentes en busca de su lugar en el mundo pese a contar con condicionantes negativos.
Ni Eunice tiene el final que se merecía ni los espectadores tampoco, con una persecución policial que acaba con un flashback resumen de los mejores momentos de la pareja, el 18 cumpleaños de James, un disparo, un fundido en negro y la oportuna y tópica canción "The end of the world".
Cuesta empatizar con los protagonistas y si bien es una pareja que el típico espectador va a querer comprar, la banda sonora tiene buenos momentos e intenta alcanzar el espíritu de las películas indie, hay demasiados puntos negros como para confundir que el ser diferente es original. De hecho, me resulta indiferente si James sobrevive y hay una segunda temporada.
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