Pídeme lo que quieras. Megan Maxwell. Esencia

(464 páginas. 6,95€ -ebook-. Añoun  de edición: 2012)
Vamos a poner un poco de picante al blog. Con Pídeme lo que quieras, estamos a medio camino entre la novela romántica y la novela erótica. Por tanto, hay que tratar de obviar la retahíla de tópicos y lugares comunes, al menos del primer subgénero (el segundo aún está menos explorado o explotado) y tratar de olvidar esos clichés subyacentes a una literatura enfocada sobre todo a las mujeres (si es que existe una literatura para hombres y otra para mujeres, concepto que potencian las editoriales).

Lo que no cabe duda es que está enfocada para engancharte a una lectura fácil en la que haces tuyo los avatares sentimentales y sexuales de Judith Flores, la protagonista, una joven secretaria en una empresa de origen alemán (Müller). Judith (o Jud) es un personaje lineal que, a grandes rasgos, está notablemente bien dibujado, al menos para los planes para esta escritura española escondida bajo seudónimo: activa, leal, trabajadora, bastante familiar pese a ser un poco desapegada... Si bien las descripciones están reducidas a lo que están, podríamos hacernos una idea de este personaje, dibujado a grandes rasgos en lo físico más allá de la ropa que lleva en cada momento (para luego ser despojada de ella, claro).

Menos conseguido está su pareja de baile, Eric Zimmerman, un alemán de madre española, joven empresario de éxito, acostumbrado a conseguir lo que pretende, de clase acomodada, con mucha pasta, alto, rubio, guapo..., en fin, el conjunto de rasgos prototípicos para provocar la salivación en el sector femenino. En cuanto a su carácter, es un hombre posesivo, celoso, por momentos irracional, dado a rabietas infantiles en cuanto algo se sale a su obsesivo control. Es un gilipollas integral y tiene varios momentos con Judith de haberlo mandado a freír espárragos, como cuando manda seguirla o fotografiarla (hola, ¿eres un maldito acosador?).

Mientras que ella cae bien o al menos es consecuente con sus actos, a él es fácil cogerle bastante manía, por más que la autora haya intentado conferirle de un aura de misterio (nunca quiere hablar de su padre, no se sabe por qué le duele la cabeza o toma tantas pastillas, y en ese sentido la explicación de una enfermedad degenerativa de los ojos es un tanto absurda) y, por supuesto, sea el eje de la trama sexual, dado su gusto en tener relaciones que se salen de lo convencional: bien introduciendo juguetes, bien introduciendo terceras personas, bien observando o dejando observar a esas otras terceras personas.

Es cierto que no hay quien aguante la trama romántica, confundida a menudo con la sexual al menos por parte de Judith, a quien Eric le atrae más allá del pastizal que mueve (aunque ya que está, ayuda, oye, ¿verdad?). El único aliciente en este sentido es pasar páginas para ver adónde llevan los avatares entre dos personas que tienen poco que ver, sobre todo en el campo sexual, ya que Judith, aunque activa, se mueve en círculos más tradicionales, aunque las prácticas morbosas y alternativas de ese hombre que le crispa pero que le atrae sobremanera cada vez le atraen más. En ese sentido, aunque es previsible dado que estamos ante una obra enfocada para varias partes, enoja un poco el final abierto, un tanto precipitado y que desdice un tanto el avance de los dos protagonistas.

El único crecimiento que se va a observar en un personaje es el de Judith, y eso si hablamos en términos sexuales. Podríamos decir que Eric va rebajando el componente capullo que tiene, pero el final destruye eso. Y en cuanto al resto de personajes, no pasan de figuración: Raquel, la hermana mayor de Judith, un poco pesada en cuanto a que no deja de llamar a su hermana y contarle los problemas con su marido, Jesús, con quien tienen una niña, Luz, sobrina predilecta (y única) de Jud; Manuel, el padre de Judith y Raquel, viudo jerezano con un taller, el causante de que su hija pequeña tenga actitudes más de chico, como el gusto por los coches y motos (imagino que a las feministas estos rasgos tan marcados no les hace ninguna gracia); Fernando, un follamigo veraniego colgado de Judith; Miguel, un ligón que trabaja en la empresa de Judith y que está manteniendo relaciones con su jefa, Mónica (otro dechado de lugares comunes: arpía, insolidaria, despótica, egoísta...)...

Por el lado de Eric, tenemos a los no menos prescindibles, desdibujados y borrosos Betta, ex pérfida que quiere desestabilizar a Judith haciéndose pasar por Rebeca y tratando de seducirla; Sonia, la madre española enrollada de Eric; Marta, la hermana de Eric que le queda viva (su favorita, Hannah, falleció en un accidente, por lo que tiene que cargar con su hijo Flynn, de cuyo padre ni siquiera se habla, que yo recuerde, aunque este tema imagino que se desarrollará en futuras entregas); Andrés y Frida, amigos de Eric que comparten la afición por las orgías y los intercambios de pareja; o Bjorn, otro que tal baila.

Pero, como digo, es mejor no realizar análisis literarios para este tipo de novelas que están para lo que están (entretener y contentar) y que no buscan mayores complicaciones, desde una cronología lineal y una estructura dividida en capítulos, a una serie de rasgos prototípicos y reconocibles. Quizá su mayor virtud sean los diálogos, bastante bien conseguidos y realistas, el motor principal para ver el "desarrollo" de los personajes. Eso si tratamos de evitar las arcadas que producen los apelativos, sobre todo los dirigidos a Judith (morenita le dice su padre; nena le llama Eric; cuchufleta Raquel...). 

Para mi gusto, este tipo de novelas pecan de repetitivas (¿cuántas veces aparece la frase "Calor. Más calor"?), con continuos vaivenes en cuanto a acciones: nos entendemos en la cama, discutimos, nos peleamos, nos reconciliamos, nos volvemos a entender en la cama y volvemos a discutir y a pelear, aunque, claro, estamos hablando de que son rasgos inherentes a este tipo de novelas (no en vano es ya una tetralogía) y cuanto más, mejor. Lo peor, eso sí, es que afecta al componente morboso. Lo que al principio choca o llama la atención o excita, después es más de lo mismo, por más variantes que introduzcan o por más que sea la propia Judith la que demanda el tipo de sexo que en un momento inicial rechazaba en ese príncipe azul germano, Iceman apodado en la empresa.

Eso sí, y para acabar con otra nota positiva, realizando un ejercicio comparativo con una saga que ahora vuelve a estar de moda con la tercera película, entre Las sombras de Grey y esta novela, nuestra compatriota le da mil millones de vueltas, sobre todo porque su protagonista femenina no es una completa pavisosa y estúpida, sino que su temperamento, su frescura y espontaneidad hacen de ella alguien en quien sí podría fijarse un millonario empresario, por más que ambos se muevan en círculos distintos. El devenir de la relación también está mejor explicado, así como la relación con el componente sexual, lejos de estrictos y ridículos parámetros como eran el sadomaso en la célebre saga de "pornomamás", libro que más que producir excitación provocaba hilaridad. Aquí podríamos incluso hablar de un cierto tono didáctico de cara a los juegos eróticos para una pareja, algo impensable en la saga americana.



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