Sí que había vida después de Pablo Escobar, y mira que su sombra es alargada. El mayor mérito de esta tercera temporada es haber sobrevivido al Patrón, y eso habla de que no pierde calidad esta serie que hasta ahora se ha centrado en Colombia, mostrándonos los terribles abusos que los narcotraficantes han llegado a cometer en ese país.
El mérito lo tienen para mi gusto tres factores, unidos a un continuismo en la forma de la narración (con la voz en off de uno de los agentes, en esta ocasión, relevando a Murphy, el agente Javier Peña): el propio Javi (o "Havi", como le llaman), que agiganta su figura pese a encontrarse más entre despachos que en la calle; el cartel de Cali, y en concreto los nuevos capos, con los hermanos Rodríguez a la cabeza y sus socios Chepe y Pacho Herrera, en parte debido a sus distintos procederes respecto al cartel de Medellín; y por último un protagonista inesperado: Jorge Salcedo.
Tras la caída de Pablo Escobar, la llegada de droga a EEUU sigue siendo incesante, como si no hubiera cambiado nada. Y es que a rey muerto, rey puesto, como la propia publicidad indica (grande también el "Sé fuerte. Vuelve Narcos"). La diferencia radica en un cambio de perfil en cuanto a los procederes, sobre todo en lo que refiere a asesinatos y violencia gratuita, no en lo de sobornar todo lo sobornable. La influencia de los hermanos Rodríguez en Cali es de tal calibre que se permiten el lujo de negociar una rendición dentro de seis meses, con condiciones inmejorables. Cuando al final todo se tuerce para ellos, verles torcer el gesto casi con perplejidad es impagable.
Gilberto Orejuela (Damián Alcázar) es el líder: un buen negociador, con el suficiente encanto para caer bien y lograr lo que se propone. Su buena cabeza ayuda a no cometer excesos, a tener muy buena seguridad y a no involucrar a su hijo, a quien separa de sus negocios y le dirige a estudios de Derecho. El golpe maestro de ayudar a los Pepes a cargarse a Escobar le reporta vía libre, aunque también toda la atención de la policía y de las autoridades. Le beneficia, eso sí, que el asesinato de Pablo Escobar fue muy mediático y ahora la consigna es que no se produzca tanta violencia como en la otra época. Eso se traduce en que los norteamericanos (y en concreto la DEA, liderada por Javi Peña) han de subordinarse más a los colombianos. Lo paradójico es que casi hay que agradecerle que busque evitar la violencia.
Miguel Rodríguez (Francisco Denis) es el hermano pequeño y número 2. Más callado e introvertido, siempre a su sombra, menos dado a dar órdenes, todo cambia cuando detienen a Gilberto en el cuarto episodio. Poco a poco se va desligando de lo establecido por su hermano, al mismo tiempo que toma decisiones como la de ir a la guerra contra el Cartel del Norte del Valle (que a su vez les había atacado oliendo debilidad) o incumplir el pacto de entregarse. Se vuelve un paranoico con la seguridad, en parte por el carácter desconfiado de su hijo, David Rodríguez (Arturo Castro), uno de los personajes más detestables de la temporada. El amorío con María Salazar (guapísima Andrea Londo), esposa de un chulo traficante al que se pulen los Rodríguez, no pasa a mayores a nivel argumental (apenas tiene resonancia) salvo para ver que la chica no tiene reparos en cambiar de manos con tal de sacar algún beneficio.
Pacho Herrera (Alberto Ammann, una de las primeras bazas españolas del reparto) digamos que es el más leal de los llamados cuatro Padrinos, puesto que tiene la oportunidad de unirse al cartel mexicano y por agradecimiento a los Rodríguez no acaba aceptándolo. Su homosexualidad en un país tan machito demuestra que muchos de los prejuicios, bien raciales, bien sexuales, son diferentes con dinero e influencias de por medio. Que le gusten los hombres no quiere decir, ni mucho menos, que dude en disparar o ejecutar una venganza.
Por último, tenemos al Chepe Santacruz (Pêpê Rapazote, de este portugués no se ha oído críticas de su acento, como las hubo con Wagner Moura), más centrado en Nueva York, la "joya de la corona" de Cali. Sus métodos no difieren en exceso de las de Escobar cuando le vienen mal dadas, sobre todo a raíz de la explosión de un laboratorio en pleno centro neoyorquino. Que se lo digan a los dominicanos, con quienes se pone a contar regresivamente de la manera más desafiante que se conozca. La chulería con la que se entrega indica a la perfección que incluso cuando ha perdido el mando quiere dar la impresión de lo contrario, algo a lo que había estado acostumbrado.
Javier Peña esta vez adquiere un rol diferente, más burocrático, más insatisfactorio y frustraste. El embajador Crosby (Brett Cullen) no deja de repetirle el perfil más político de su puesto, y cómo los de la DEA deben subordinarse a las autoridades colombianas. Pese a ello, se buscará las vueltas para hacer su trabajo, por más trabas que reciba o más zancadillas de su homólogo de la CIA, Bill Stechner (Eric Lange).
Aunque no tenga la misma garra como narrador que Murphy, su papel en la serie es uno de los puntos fuertes, con esa dualidad entre integridad por una parte y sensación de acorralamiento por otra. Su conocimiento de los procederes colombianos deparará varios de los momentos más sorprendentes, como la operación en un camión de pollos para detener a Gilberto y sortear a los corruptos policías. ¿Cambiará de opinión y dirigirá las operaciones contra la nueva amenaza que se avecina en la temporada 4, en México? Por una parte, apetece ver a Pedro Pascal de nuevo, pero por otra convendría un soplo de aire fresco empezando de cero la historia.
Antes de jugar a futurólogos, hay que hablar de los agentes sucesores al dúo Murphy-Peña: Chris Feistl (Michael Stahl-David) y Daniel Van Ness (Matt Whelan), quienes pese a sustituir a la pareja de polis asignados en un principio (y a quienes la red de seguridad de los Rodríguez deja en bragas), cumplen su función más que dignamente, aunque no lleguen nunca a la relevancia de la pareja de las dos primeras temporadas (entre otras cosas, porque su desarrollo no es ni la mitad).
Ya he referido dos de las tres patas fundamentales del éxito de una difícil temporada postEscobar, y me falta la más sorpresiva, porque narcotraficantes y agentes policiales se suponían. Y no es otro que Jorge Salcedo (Matias Varela), uno de los encargados de la seguridad de los Rodríguez, un tipo inteligente, honrado, que quiere desligarse de los mafiosos para fundar su empresa de seguridad, pero que vista su eficacia, le alargan por seis meses su compromiso, algo que desespera a Paola (Taliana Vargas), su esposa.
Por más que él justifique que no necesita pistolas porque lo suyo es pinchar teléfonos y espiar, lo cierto es que si te metes con este tipo de personas, lo más seguro es que acabes pringando de alguna manera. El desenlace con el Navegante (qué bien hace de repulsivo Juan Sebastián Calero), pues, no es sino el colofón más lógico. En la búsqueda de responsables por lo ocurrido con Gilberto, primero matan a su jefe, Cordova, y la espiral volvería loco a cualquiera, pero él tiene la sangre fría necesaria para sobrevivir y para contactar con los agentes de la DEA para conseguir detener a Miguel Rodríguez y salir a Estados Unidos. Su protagonismo va creciendo a lo largo de la temporada.
Por último, habría que señalar la participación española, aparte del actor que hace de Pacho: el contable chileno Guillermo Palomari con el siempre estupendo Javier Cámara es todo un figura, un hombre dominado por su esposa que le pone los cuernos, acostumbrado a un alto tren de vida y muy arrogante; y con menos protagonismo, Miguel Ángel Silvestre hace de otro blanqueador de dinero, Franklin Jurado, a quien Peña arrestará en Curaçao, otro paraíso para los narcos.
Lo mejor de esta temporada es haber superado a un icono, y siempre el tono didáctico de los alcances inusitados de la droga en Colombia engancha, así como esa fotografía aérea de las calles de Cali. Puede que no haya tanta matanza o tantos insultos (malparidos gonorreos hijueputas), pero no faltan escenas contundentes (la de las motos con Salazar, el primer intento de arrestar a Miguel, que se encierra tras una falsa pared, cómo se descubre que hasta el presidente Samper (casi siempre en imágenes reales, aunque Tristán Ulloa lo había clavado en el episodio 4) estaba metido en el ajo...). ¿Queda mecha para una cuarta temporada? Seguramente, aunque creo que debería cambiar el tono para no incurrir en algo que empieza a repetirse, por más que los métodos mexicanos sean igual de implacables o las conexiones mafiosas suban tanto como ocurrió en Colombia.
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