(Antena 3. 9 episodios: 02/05/2017/ 27/06/2017) |
Cada vez que me enfrento a una serie (o película) española, tengo que reconocer que lo primero de todo es entablar una batalla contra mis prejuicios. Creo que más en serie que en película, como si se le viesen más las costuras al producto televisivo. Es por ese motivo por el que escudriño con mucho más detenimiento lo que me cuentan y cómo me lo cuentan mis compatriotas que cuando lo hago con las homónimas estadounidenses. Me creo sin miramientos ni escrúpulos a Los Defensores, pero saco el bisturí y el microscopio cuando la historia me la cuentan en español (y no son los malparidos de los Narcos).
Bajo esa premisa que no me puedo quitar de encima, el reto es reseñar esta serie como lo hubiera hecho de haberse llamado "House of paper" y en vez de Ursula Corberó estuviera viendo a Alycia Debnam-Carey (Fear the walking dead, la primera que se me ha venido a la mente de una edad similar), o si el Profesor fuera James Spader (The Blacklist) en vez de Álvaro Morte (cuya interpretación, a grandes rasgos, es de lo mejorcito). Como si en vez de Antena 3, la responsable fuera AMC. Y entonces tengo que editar mis impresiones iniciales al ver el piloto:
"Los actores me parecen todos sobreactuados y exagerados, acentuando una característica suya que debería ser un indicativo a la hora de actuar y no la base de su actuación: El Profesor (de lo más decente al menos), titubeando en cada alocución; Ursula Cordero que no pasa de medianía cuando no está en plan sexual; el Macarrilla hablando como si tuviera media boca muerta, a lo Martiño Rivas (El internado, Las chicas del cable); cada frase presuntuosaparece sacada del manual del "buen" guionista. Por no hablar de la desmesurada duración de los episodios.
Y luego errores por lo que parece comunes a muchas ficciones patrias: BSO en inglés sin venir a cuento y una horrorosa voz en off que te saca de todo punto que te hace pensar en estrangulara para que se calle y te deje ver lo que, por otra parte, ha sido na idea original más allá del Ocean Eleven: hacer dinero mientras dure el secuestro".
La premisa de la duración seguramente sea el caballo de batalla que deberían replantearse las ficciones españolas. Si en esta ocasión no llega a la hora y media como otras tantas, los 70 minutos alargan en exceso subtramas secundarias que deberían desaparecer, o las mismas escenas principales, a las que les sobra un par de minutos y llevan a pensar que se está sobreactuando. La casa de papel ganaría muchos enteros si le quitásemos metraje, equiparándola con cualquier serie internacional sin duda. Sigo pensando que la BSO con canciones en inglés no viene a cuento, y menos la voz en off de Ursulita anticipándonos algunos datos sin venir a cuento.
Porque la idea merece la pena e incluso la forma de contarla se ajusta a la perfección con ese atraco a la Casa de la Moneda que acaba siendo secuestro y además bastante premeditado. El golpe perfecto. Los flashbacks que remiten a los cinco meses de preparación en una finca toledana apuntalan la construcción de los personajes, aunque se corre el riesgo de que de atracadores profesionales buscados incluso por la Interpol pasan a ser ese vecino del quinto tan majo que te ayuda a arreglar la cerradura. Demasiados buenos, demasiado tiernos, demasiado inexpertos.
El Profesor es el cerebro del grupo (o presunto cerebro, según el giro del noveno episodio, que podría funcionar como último de temporada, aunque la idea es que esta está dividida en dos partes) y el único de la banda que permanece extramuros, aunque conectado en todo momento con el interior del recinto por medio de sofisticados sistemas indetectables para la policía. Siempre un paso por delante que las fuerzas del orden, la idea es aguantar el mayor tiempo posible para fabricar billetes a mansalva, billetes que no estarán marcados. Una hija de embajador inglés, Alison Parker (María Pedraza, otra con problemas mandibulares que le dificultan la dicción), es la garantía para que los rehenes sean respetados.
Dentro, está a cargo -no chirrían en exceso los nombres en clave de la banda- Berlín (Pedro Alonso, otro de los destacados a nivel interpretativo, de los que resultan más creíbles), un ladrón de guante blanco con tendencias a psicópata, manipulador y algo inestable, que te pone la piel de gallina con esa mirada turbia, esa sonrisa de maniaco demente que combina con un discurso fácil y modales refinados.
Un peldaño por debajo están todos los demás: Tokio (una especie de lugarteniente que acaba de perder a su amor y está acorralada por la policía, interpretada por la ya mencionada Ursula, que más allá de esa vertiente sexy que es marca de la casa deja bastante que desear, aunque no toda la culpa es suya, que su personaje se las trae por prendarse de Río); Moscú (encargado de los explosivos, un hombre campechano de buen fondo que se preocupa de cuidar a su descerebrado hijo, también metido en el ajo; mención especial a Paco Tous, que se merecería mayor protagonismo); Nairobi (cuyo papel es más de entretener que otra cosa, es la "payasa" que intenta hacer mejor la vida de los rehenes, sobre todo los que trabajan para fabricar dinero: el papel es una bicoca, pero la bisoñez o la falta de vuelo interpretativo de Alba Flores impide que sea uno de los personajes más entrañables).
Río (vendría ser el genio informático de turno, aunque en el interior del recinto su papel es el de secuestrador amable, a veces demasiado, sobre todo con Alison: Miguel Herrán no engrosará las filas de actores patrios que den el paso a Hollywood); Denver (es el hijo de Moscú, y pese a los trapicheos previos no parece de perfil idóneo para un trabajo como este, y a Jaime Llorente le pesa la dicción -aunque me dicen que los adolescentes hablan con esta lengua de trapo y sería algo buscado- y esa risa característica se explota demasiado); Helsinki (Darko Peric) y Oslo completarían el elenco, aunque estos más en plan mafia rusa o búlgara o lo que sea, el brazo armado (aunque no impide que se intente jugar con el prejuicio preestablecido, que luego el barbudo sicario tendrá sus momentos oso de peluche).
Por el otro lado, tenemos a la inspectora Raquel Murillo (Itziar Ituño es quizá la protagonista más floja, no me la creo en ningún momento y le viene enorme el papel), en principio la agente con más experiencia para negociar con secuestradores, aunque como su vida personal pende del hilo de la credibilidad por haber denunciado a su marido (también policía) por malos tratos justo cuando este se había liado con su hermana, se muestra demasiado nerviosa y errática, por más que algunas de sus corazonadas sean (excesivamente) certeras. No ayuda que su madre, Mariví (Kiti Mánver está desaprovechada, como casi siempre), tenga un principio de alzheimer (el cual viene de perlas a la historia en un par de momentos de tensión máxima, resueltos de manera zarrapastrosa escudándose en sus lagunas mentales, como en la escena del café arrojado por el Profesor).
Su mano derecha es Ángel (Fernando Soto), casi siempre un apósito añadido de Raquel, su perrillo faldero, sin mucha iniciativa ni vuelo, enamoriscado desde hace años de su superiora, algo que le echa en cara su mujer cuando el buen hombre acaba en el hospital por darle a la botella al volante para olvidar que su jefa le ha señalado como topo y amenaza con hundirle la carrera (escena que se superpone a otras, pero que da bochorno más que otra cosa). Suárez (Mario de la Rosa) es la mano armada y poco más y el coronel Prieto (Juan Fernández) es el enlace con el ministerio de Interior, trabando por momentos la labor de Murillo al ser el representante político.
Y de entre los rehenes, destacan Mónica Gaztambide (Esther Acebo) porque acaba de enterarse de que está embarazada de su jefe, Arturo (Enrique Arce), casado a su vez y con hijas. Este personaje da pie a que el espectador sienta mayor cariño, aunque no todos aceptamos el romance "inesperado" con Denver, después de que este dispare a su pierna para no matarla, como pedía Berlín tras su conato de rebeldía buscando un móvil. Arturito, por su parte, es el candidato del año a secuestrado que pide a gritos un balazo o una muerte agónica, con esa cobardía suya tan característica y una tendencia a ser de lo más inoportuno. Solo la profesora del cole privado que estaba de excursión, creo que llamada Mercedes Colmenar (Anna Gras) me resulta más repulsiva, haciendo de maestra y voz de la conciencia de manera abrumadora. Si soy un profesor lo mínimamente parecido a ella, que me peguen otro tiro a mí.
En fin, lo dicho. Más allá de que se estire demasiado el chicle por momentos y de que la consideración final de esta serie depende de su resolución (bien que escapen por esos túneles secretos, bien que al final no puedan con la presión de la poli), estamos ante una propuesta más que interesante, que puede tener sus inconvenientes, pero que al menos arriesga, al contrario de la propuesta de Las chicas del cable, que tiraba de clichés y folletín barato sin rubor. Más cerca de la originalidad de El Ministerio del Tiempo y del interés de producciones de acción de cualquier otro país, bien hecha y bien llevada en líneas generales.
Comentarios