The Man in the High Castle. Temporada 1

(Amazon. 10 episodios: 20/11/2015)
Contiene spoilers

Pocas propuestas pueden ser más interesantes que las que ofrece esta serie: ¿qué hubiera pasado si los nazis hubieran ganado la II Guerra Mundial? Situados en 1962, tenemos unos Estados Unidos bien diferentes a los que conocemos hoy en día. Y es que alemanes y japoneses se han repartido la tarta y cada uno domina una zona: los germanos el este y los nipones el oeste, quedando en medio una zona neutral.

Basada en la novela ucrónica (novela histórica alternativa) de Philip K. Dick (cuya novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? inspiró Blade Runner), desde el principio vemos una recreación histórica impecable y un elenco interpretativo notable, aunque es verdad que pronto la ruta que se nos ofrece encuentra algunas deficiencias, como si no diera más de sí la línea seguida.

Por lo visto, serie y novela siguen rumbos distintos y como no he leído la obra de Dick, veo un dispar desarrollo de las distintas tramas que nos ofrece la propuesta de Amazon. Mientras que la japonesa y la alemana funcionan sin fallas, toda la parte de las películas y la de espionaje peca de algo previsible, sujeta a golpes de suerte o casualidades demasiado forzadas.

La protagonista es Juliana Crane (Alexa Davalos es quizá una de las caras más bonitas en tele o cine que haya visto últimamente), que vive en San Francisco con su marido Frank Frink (Rupert Evans ha sido comparado físicamente en algunos foros con Brad Pitt, como si fuera su hermano moreno), proveniente de familia judía, y trabaja en una empresa metalúrgica, junto con su abnegado (y feo) amigo Ed McCarthy (DJ Qualis).

Todo cambia para ellos cuando se cruza en su camino Trudy Walker, medio hermana de Juliana, y que ahora está metida en la Resistencia, que busca quitarse el yugo nazi y japonés. Su misión consistía en entregar una película (The Grasshopper lies heavy) en la zona neutral, en Canon City, Colorado. Esta película muestra una realidad alternativa distinta en la que el Eje pierde la II GM y posee una fuerza incalculable para socavar el imperio de Hitler.

Está muy bien conseguido este ambiente opresivo en el que los norteamericanos son casi ciudadanos de segunda, en el que alemanes y japoneses miran por encima del hombro a quienes consideran casi súbditos suyos. Apenas hay un horizonte de esperanza que no sea su supeditación, por lo que la decisión de Juliana de ir a Colorado en lugar de su hermana, asesinada por la Kempeitai (policía japonesa), no resulta tan descabellada, al igual que la decisión de Frank de mirar hacia otro lado y hacer como que no va con ellos.

Por eso Juliana coge un autocar y se escapa sin decirle nada. Para añadir un poco de picante a la situación, allí conoce a Joe Blake (Luke Kleintank), un neoyorquino que en realidad trabaja de agente doble para la SS y, en concreto, para el Obergruppenführer John Smith (Rufus Sewell para mí es la estrella que le roba el protagonismo a los más protagonistas), y con quien hay una TSNR (tensión sexual no resuelta) que hará temblar los cimientos de Frank, al mismo tiempo que los del propio Joe.

Juliana es bastante lineal y se explica, de hecho, en dos líneas: es una amante del aikido (arte marcial para defenderse), prefiere librarse cuanto puede de su madre Anne, la típica ama de casa aburrida y criticona, y se lleva mejor con su padrastro Arnold Walker (Daniel Roebuck es el típico secundario cuya cara te suena); lleva un matrimonio sin muchas aristas y más que justicia, se mueve por ese sentimiento de libertad que le otorga la aventura en la que se embarca, por no hablar de que siente una irremediable atracción por Joe.

Joe no se sabe si viene o si va y es el típico espía de las historias, que se puede decantar por la fidelidad al Oberetcführer o por el enganche que siente por Juliana, a pesar de que está casado y tiene un hijo. El estar entre dos aguas le convierte en un peligro para ambos bandos, que no terminan de confiar en él, salvo por parte de Juliana, que cree en él hasta el desfallecimiento, más allá de lo razonable. A veces demasiado impasible, da la impresión de que al actor le viene un poco grande el papel.

Y mientras, Frank pasa de pasar a meterse en el embrollo porque la Kempeitai, con el implacable inspector Kido (Joel de la Fuente) al frente, asesina a su hermana y dos hijos; contacta con Robert Childan (Brennan Brown), un vendedor de antigüedades con el que inicia una asociación para estafar japoneses, y se le mete en la cabeza la absurda idea de vengarse asesinando al príncipe japonés, aunque al final se le adelantan. Descuadra bastante que al principio los japos y la inteligencia nazi sea tan eficaz y sin embargo dejen tanta libertad de movimiento a Frank y a Juliana cuando les tenían acorralados. Esta última incluso entra a trabajar en el ministerio nipón.

El triángulo amoroso está demasiado forzado y, como está entremezclado con la trama del espionaje, por momentos presenta momentos endebles y que amenazan con callejones sin salida motivados por la simpleza de los tres protagonistas; en cambio, mayor riqueza tienen los malos: John Smith y Kido. El segundo por esa mezcla de obstinado cumplimiento de su tarea (incentivado en parte porque si fracasa se tiene que hacer el harakiri) y un cierto fanatismo que mueve a los que no tienen vida más allá de su trabajo. 

El primero, en cambio, es un abnegado nazi con familia ideal. Cuando está con su esposa Helen (Chelah Horsdal) da la impresión de que en realidad estamos delante de los Underwood, y que Helen es una especie de remedo de Claire. Aunque la gracia viene por parte de su hijo Thomas (Quinn Lord), un chaval de las juventudes hitlerianas entusiasmado por el régimen y que no sabe lo que hacer para satisfacer a su padre. Pero lo interesante no es eso, sino que le descubren una enfermedad degenerativa y, no lo olvidemos, la raza aria no permite debilidades en la cadena y el pequeño Thomas es un eslabón que debe eliminarse. Será interesante ver cómo lo gestiona John, pero seguro que no le resulta tan fácil como deshacerse del otro peligroso obernoséquéführer Heyndrich (Ray Prosaica), el cual conspira para quitar al taimado John de en medio.

Y me falta por referir a Nobusuke Tagomi (Cary-Hiroyuki Tagawa), ministro de economía japonés y amante de los palitos japoneses con los que intenta leer el futuro o el destino (tienen un nombre, pero no lo recuerdo). Aunque este personaje es muy alabado por su generosidad y buen corazón, no deja de conspirar para que Rudolph Wegener (Carsten Norgaard), un nazi que le da la espalda a Hitler para evitar que haya un desenlace nuclear entre las dos potencias, consiga filtrar lo que parecen instrucciones para que Japón avance en su tecnología. Este personaje, interesante por la interpretación del actor danés, no da para mucho más que para dar por terminado su arco argumental en el último episodio.

Gracias a estos dos personajes tenemos los dos fogonazos o momentazos del final: Rudolph se infiltra en el castillo de Hitler (dicho castillo da pie a que se teorice que es el propio Hitler -ya envejecido e interpretado por Wolf Muser- el misterioso hombre del castillo, cuanto menos el custodio de las cintas) y está a punto de asesinarlo. Mientras que Tagomi nos lleva a lo que parece una dimensión paralela en un final que como mínimo descoloca al espectador. En lo que parece un ejercicio de meditación, cuando abre los ojos se encuentra en otro Estados Unidos, uno que nos es más familiar a los que hemos visto Regreso al Futuro. ¿Estamos entonces, pues, más ante ciencia-ficción que ante una ucronía? ¿Hay universos paralelos y vamos a estar en plan Fringe de un mundo a otro? Eso explicaría la procedencia de las famosas cintas, aunque entonces habrá que ver cómo se reinventan en la segunda temporada, que debería dar un buen giro para acomodarnos ante ese cambio de tercio.

Sea como sea, es una propuesta ambiciosa e interesante, y merece una oportunidad para ver si las debilidades argumentales se localizan y erradican y consiguen enfocar las fuerzas para hacer de esta producción una mejor serie de lo que es en esta primera temporada.

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