(14/08/17) |
Contiene spoilers
Seguramente, la valoración de este episodio baje con respecto al anterior. Nos hemos acostumbrado a que tengamos unos trepidantes últimos minutos con alguna batalla como la de The spoils of war. Es normal quedarse cegado por el brillo y el glamour de unos arrolladores efectos especiales. Eso sí, no puede quedar duda de que no hay episodio en el que no ocurran cosas. Muchas cosas. Cosas que incluso superan la trama primordial. Cosas que solo esta serie te pueden dejar sin respiración, como quien no quiere la cosa, en la escena que parece más intrascendente de todas.
Y no hace falta que eso pase para pensar que este episodio es una maravilla. Hay que pararse a valorar lo que GoT nos aporta, en todos los sentidos: un prodigio audiovisual, con unos efectos impresionantes, que nos hacen empatizar con un dragón que no existe, pero que nos emociona sobremanera cuando Jon lo acaricia y él nos pone ojitos, con un reparto espectacular, que imposibilita que imaginemos ahora lo que leemos de George R. R. Martin sin poner otra cara que la de los actores: ¿un Tyrion que no sea Peter Dinklange, una Cersei que no sea Lena Headey, una Daenerys que no sea Emilia Clarke, una Sansa que no sea Sophie Turner, un Jon Snow que no sea Kit Harrington, un Davos que no sea Liam Cunningham...?
Es eso, pero es también esa incertidumbre con respecto a lo que va a pasar, es la infinidad de teorías que brotan como setas tras la lluvia, es hacer de los Stark, los Targaryen, los Lannister, patrimonio de la humanidad, es poder reunirte con los amigos y polemizar respecto a lo que vaya a suceder a continuación, es hacer del lunes el mejor día de la semana, y del verano el peor de los inviernos jamás visto...
Concretando más y metiéndonos de lleno en este apasionante Eastwatch (Guardaoriente), empezamos otra vez (creo que los cinco episodios lo mismo) con Jaime Lannister, a quien Bronn le saca del agua, completando la difícil tarea de salvar al león con la mano dorada. No puede ser casualidad que tantos episodios abran y cierren con este personaje, cuya redención es notoria, aunque le falta el paso de desvincularse de su manipuladora y calculadora hermana. Es imposible que Jaime no sea la clave al menos de esta penúltima temporada.
Al final Jaime no cae prisionero y no se encuentra con su hermano (ahí no al menos), sino que escapa y le va a Cersei con la historia de su derrota. Vale que el oro destinado al Banco de Hierro se ha salvado (perdón por el lapsus en mi anterior entrada), pero el golpe sufrido y el poderío demostrado por uno de los dragones es demasiado importante como para pensar que una victoria es posible, al menos en el campo de batalla. Qyburn es una de las bazas principales para evitarlo. Y Jaime debería ser otra. Por eso no es de extrañar que la noticia de ese embarazo haya que ponerla en duda.
Cada vez Jaime tiene más dudas respecto a su hermana. Cada vez se da cuenta de que le está manipulando a su antojo y que usa su enamoramiento como la principal manera de mantenerlo a su lado. La redención operada con respecto al joven bravucón, impetuoso, altanero y confiado luchador es notoria, pero le falta dar el paso para emanciparse de esa mancha, de esa peste, de ese cáncer que le carcome y le horada. Está siguiendo a una versión en femenino del rey que asesinó por la espalda por algo parecido a lo que Cersei llevó a cabo: volar si no Desembarco, sí el septo de Baelor con todos los que había dentro.
Da miedo cuando la Reina que se folla a su hermano se pone en plan Tywin y habla de buscar otros métodos para alcanzar la victoria. Ni siquiera cuando Tyrion les plante el muerto viviente en su salón y doblegue el escepticismo del sur de Poniente se podría confiar en la posible alianza con Daenerys. Si ni con su amado Jaime es incapaz de no dar una de cal y una de arena ("diré que el hijo es tuyo, pero como me vuelvas a traicionar, te mato").
El juego de la Reina que es Madre de Dragones es bastante contradictorio. Empieza con esa plástica escena en la que Drogon descansa en un monte al atardecer, mientras que ella da el típico discurso de "no me temáis, no he venido a quemar vuestros campos y vuestros pueblos y a vuestras gentes", aunque coronado por un "si no os arrodillais, moriréis". Papá Tarly no se doblega, pese a la intercesión de un Tyrion cada vez más cariacontecido. No le mola ver a los dothrakis expoliando los restos tras la devastadora batalla, entre ceniza y destrucción. Ni tampoco ver esa vertiente psicópata de la reina que le ha devuelto las ganas de vivir y de creer. Pero poco puede hacer. Y es significativa la charla con Varys, cuando él le traslada su misma encrucijada cuando le encontraba traidores al Rey Loco y este los quemaba vivos. "Yo no tengo la culpa, yo no les aso", pero la conciencia no asentía de igual modo.
A ver. Aquí hay ideas encontradas. Parece que a Daenerys se le está yendo, pero por otra parte creo que ya está bien de comedimientos. Basta ya de buenismos. Hay que hacer que Poniente vea que la Khaleesi va en serio. Y que los señores la teman. Lo sentimos por Dickon Tarly, que en un capítulo se había ganado el respeto de los espectadores, el cual no se doblega tampoco y acaba incinerado por el dracarys de nuestra dragona, pero al mismo tiempo existe la justicia poética, y está encarnada en Samwell Tarly, nuestro héroe en la sombra, que había sufrido la injusticia de su despótico y cruel padre. Cuando Jon le libere de su guardia en agradecimiento a los servicios prestados, será el señor de los Tarly, junto con Gilly y su hijo Sam.
La mención de Gilly no es baladí. Su escena doméstica en apariencia intrascendente, que a lo sumo nos iba a mostrar el hastío y el "hasta aquí llego", que te den por culo, ciudadela, plagada de maestres que en su cúmulo de sabiduría dan la espalda a la realidad que tienen por delante, va y nos suelta una noticia que nos ha dejado sin aliento. Esa referencia de pasada a un tal Rhaeggar, un importante príncipe, al que le habían dado la anulación de su matrimonio con Dorne. Es decir, nos han dicho como quien no quiere la cosa que Jon no es ni siquiera hijo bastardo, sino que es legítimo hijo Targaryen. Como si le faltara poca legitimidad para gobernar los Siete Reinos. Además que le da un giro a la legitimidad de la rebelión de Robert. Cada vez estoy más seguro de que cuando nos acerquen la escena del Tridente, nos encontraremos algo más parecido a la lucha en la Torre de la Alegría con Ned y la Espada del Amanecer que una heroica victoria contra el mejor luchador de Poniente.
Hablando de Robert, ha reaparecido su hijo bastardo, Gendry. De la mano del genial Davos, que acude junto a Tyrion a Desembarco, cada uno con una idea. La de Tyrion es convencer a su hermano para que Cersei haga un alto al fuego para hacer caso a la amenaza del ejército de los muertos; mientras, Davos necesita que Jon tenga refuerzos de fiar. El pequeño Baratheon (importante casa desaparecida hasta ahora) lo es, y lo demuestra, y no solo con su mazo a lo Thor. Afirma haber estado esperando algo importante, y la conexión con Jon es inmediata, así como las resonancias con la primera temporada entre Ned y Robert: "estás más gordo", le dijo el primero; "y tú más viejo", le dijo el segundo.
Aparte de esa afinidad instantánea y celebrada, Jon ha protagonizado la irrefutable prueba de ADN de la época, al tocar a Drogon. "Yo soy Targaryen porque el mundo me ha hecho así". El caso es que Daenerys cada vez le mira con mejores ojitos, para desgracia del recién llegado sir Jorah, que no ha salido de la friendzone nunca.
Jon y Daenerys son esos reyes que merece el Reino, aunque los distancien intereses aparentemente opuestos. Ahora mismo, Jon representa la rectitud y el buen juicio, mientras que Daenerys parece más enajenada. Una unión entre ambos haría que ambos ganasen: Jon alguien intrépido que le diese esa sal que le falta, y Daenerys alguien con la cabeza en su sitio, que le impida dar rienda suelta a ese dragón desbocado, incinerante y prepotente. El término medio ha sido obra de Tyrion, todavía bajo sospecha. A él se le ha ocurrido la idea que le traslada a su hermano Jaime, y uno de sus mejores "amigos", Jorah, se ofrece a ayudar en Guardaoriente.
Esa localización novedosa en la intro ha sido el Macguffin del episodio. Después de la visión de Bran, parecía que tendríamos la segunda parte del Hardhome, y que los Caminantes volverían a protagonizar al menos los últimos minutos del episodio. Pero no. Primero volvemos a Invernalia, donde Arya y Sansa tienen un cruce dialéctico, en el que la primera le recrimina a la segunda que no haya defendido más a Jon. Todo apunta a que haya una creciente desconfianza entre ambas, pero yo apunto a que Meñique se va a dar de bruces con un frente más unido de lo que parece.
Que Sansa haya pensado en que su hermano no vuelva y ella siga como Lady Stark liderando el Norte no quiere decir que desee que Jon muera, por más que Arya lo sospeche. O que sospeche que lord Baelish consiga manipularla. Esperemos que no sea él quien manipule a la pequeña Stark para predisponerla contra Sansa, puesto que al parecer la nota de la que solo existe una copia en todo Poniente es la que él guarda, y no es sino la que la propia Sansa le escribió a Robb a instancias de Cersei para que depusiera sus armas.
Para acabar, tenemos la creación del conocido como "Escuadrón Suicida": Jon, Davos, Tormund, Gendry, Jorah, el Perro, lord Beric y Thoros de Myr unidos en contra del enemigo en común que no respira. Al margen de las rencillas pretéritas entre ellos, sin unirse no hay nada que hacer contra las huestes del Rey de la Noche. Ni qué decir tiene que el trailer del penúltimo episodio promete emociones fuertes...
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