The Leftovers. Temporada 3 y fin

(HBO. 8 capítulos: 16/04/17 - 04/06/17)
A modo de epílogo, a los creadores de esta serie, Damon Lindeloff y Tom Perrota, les quedaba rematar lo que ya podría considerarse de por sí un objeto de culto con los 20 episodios que habíamos disfrutado. Minoritaria y no apta para cualquier paladar, si nos hubiéramos quedado con el maravilloso final de la segunda temporada nos habríamos sentido más que satisfechos, como ya nos pasara con la primera temporada, una vez superadas las dudas y los resquemores iniciales, una vez que nos habíamos acostumbrado a un paisaje de sentimientos desolados y extrañezas superpuestas, una vez que habíamos pasado las pruebas y no habíamos renegado de la fe lindeloffiana.

Y si bien, para mi gusto, nos encontramos con altibajos y no se llega al nivel excelso de los dos anteriores cierres, nos damos cuenta de que necesitábamos un final para los dos personajes principales, Nora y Kevin, además de alargar un poco más las peripecias de otros destacados como Laurie, Matt o incluso Kevin Garvey Sr. Qué pena haber visto fugazmente a Jill, a Erika, incluso a Tom, aunque estos ya habían hecho las paces con los acontecimientos del 14 de octubre de ya hace siete años (tenemos, pues, un pequeño salto en el tiempo).

Contiene spoilers

Uno de los principales aciertos es cambiar de nuevo de localizaciones. Si el eje temático de los primeros episodios fue Mapleton y pasamos en los segundos a Harden, ahora el foco recae sobre Australia, donde el padre de Kevin se ha trasladado, siguiendo los pasos de su ejemplar de National Geografic del 72 (esos misterios marca de la casa que tan ajetreados nos tuvieron en Lost). Irán detrás de él, como una especie de imán, casi todos los demás personajes. 

Otro de los puntos fuertes de la serie es cómo se juega con el relativismo. El caso más claro ocurre en el episodio 3, cuando Kevin Garvey Sr. recorre la geografía australiana con las grabaciones en cintas de casete (se han puesto de moda este año) de su hijo, intentando recrear una danza para frenar el diluvio universal que se originará el 14 de octubre, esa fecha que tantos tienen marcada como el fin del mundo

(Magistral, y reveladora, a todo esto, la utilización de la apertura de la temporada, con unos religiosos subiéndose al tejado de sus casas ante la inminencia de otro final del mundo, aunque la fe de la familia se resquebraja y al final solo queda incólume la mujer, mientras que el marido y el hijo hasta se abochornan de ella; otra apertura desconcertante, esta del episodio 4, con un francés que se despelota en un submarino y lanza una bomba nuclear mientras suena una canción, no es menos reveladora, aunque esta cumple más el propósito de descolocar).

Es decir, a ojos de cualquiera este hombre está más trastornado que nunca, más incluso que cuando escuchaba voces y lo habían internado en el psiquiátrico. Su firme propósito, sin embargo, lo aleja de esta consideración. Tal es su fe que te hace dudar; como mínimo, es fiel a sí mismo y su autenticidad impide que sea objeto de chanzas. Eso sí, el episodio 3, Crazy Whitefella Thinking, es extenuante, como los episodios centrados en la fe de Matt de temporadas anteriores. 

No es el único personaje que realiza una particular visión de los acontecimientos. Esa desaparición del 2% de la población mundial es tan incomprensible que las interpretaciones son tantas como peregrinas, y cualquiera puede llevar razón porque es imposible demostrar lo contrario. Por eso, si Matt se dedica a escribir un evangelio porque piensa que Kevin es el nuevo Jesucristo (no en vano ha resucitado en un par de ocasiones), quién va a ser el valiente en contradecirle, si su propia esposa salió de la catatonia y tuvo un hijo, y si vivimos en un mundo de imposibles hechos realidad.

En un momento dado, antepondrá la necesidad de dar de trascendencia divina a su convicción mesiánica por encima de su propia familia, y ni siquiera el cáncer que se le ha reproducido logrará pararle. Este personaje, magníficamente interpretado por Christopher Eccleston, ese actor de sonrisa seráfica y envolvente, es el ejemplo más palmario de hombre de fe (esa dualidad con la que ya jugaron Lindeloff y Abrams) que se antepone al hombre de ciencia (cuyo representante principal diría yo que es Laurie). Y es capaz de arrastrar a agnósticos como John (ni una sombra de lo que fue, lo que hace una caracterización en la que unas simples gafas redondas atenúan el salvajismo que le representaba en la segunda temporada), o a personas más dadas a creer como Michael, sus discípulos.

La amenaza de que algo pasará en el 7º aniversario de la Partida repentina es el motor de la primera parte de la temporada. La convicción, cada vez más acusada, de que Kevin es el Salvador, mueve la acción inicial, además de mostrar la deriva a la que Nora está siendo arrastrada, sobre todo al perder a Lily a manos de su verdadera madre, Christine (estupendo acierto también el de mostrarnos a todos los personajes que han aparecido, asegurando la recurrencia).

No encontramos concesiones en ningún momento, como se muestra desde la propia intro, que va mutando en cada episodio, al menos en lo referente a la selección musical, que a su vez es una pista temática de lo que nos encontraremos. Estamos hablando de una serie arriesgada, diferente, que va creándose y mutándose a medida que transcurre el metraje. Si hubiera sido complaciente consigo misma, por ejemplo, no habrían tocado la magnífica intro de la primera temporada, música incluida.

Digo lo de las concesiones porque ya desde ese The book of Kevin, en el que el concepto de familia y de superación están tan presentes, se nos descoloca con un colofón en el que vemos a una Nora envejecida haciéndose llamar Sarah y renegando de Kevin (alusiones bíblicas en todo momento), un flashforward marca de la casa que no tendrá explicación hasta cerrar el círculo en The book of Nora (donde la palabra 'book' creo que debe interpretarse más como 'historia' que como 'libro').

Los elementos extraños, casi surrealistas, más bien propios de un plano onírico, no faltan. Que la serie sea capaz de generar interpretaciones, guiños, hipótesis, tal y como hiciera su predecesora Lost, es otro de los puntos fuertes. Por ejemplo, el segundo episodio, Don't be ridiculous, tiene de protagonista a Mark Linn-Baker, el de Primos lejanos, interpretándose a sí mismo, el cual le presenta a Nora un invento con el que, previo pago, se pueda reunir con los desaparecidos, al haber encontrado la misma frecuencia registrada el 14 de octubre. De nuevo la duda: ¿timo, o realidad? Así como las intenciones de Nora: ¿intentar destapar un nuevo fraude, o dejarse llevar y creer que es posible reunirse con sus hijos (es decir, una manera diferente y cara de suicidarse)?

Estamos ante EL personaje. Nora es fascinante, y el trabajo de Carrie Coon debería reconocerse como mínimo con una candidatura a algún premio. Es difícil encontrar casos en los que algún personaje de ficción produzca una atracción y una repulsión proporcionales. Por momentos parece fría, por momentos comprensiva, por momentos egoísta, por momentos una cabrona, por momentos una santa. Prevalece, no obstante, esa manera de actuar un tanto contradictoria con respecto a la pérdida de sus hijos. Ese tatuaje que se empeña en borrar con tal de no dar explicaciones, ese final en el que, al ver que sus hijos estaban bien, se da la vuelta y se va, ese extraño proceder con Kevin por momentos, ese querer y renegar a la vez de tener más hijos, dotan a este personaje de una riqueza incomparable, uno de los pocos que te va descolocando e imposibilitando su encaje en ningún molde.

Tal vez el punto culminante de la relación entre Nora y Kevin se produce en el cuarto episodio, G' day Melbourne, uno de los que más perplejidad concitan sin necesidad de recurrir a esa dimensión paralela a la que acude Kevin cuando muere. Kevin parece haber recaído en su acceso de locura, puesto que ve por la tele australiana a Evy, que en el primer episodio nos habían mostrado cómo moría por una bomba para acabar con ese  crepúsculo de remanentes en el que también perecía Meg. El final del episodio, cuando le recrimina a Nora su egoísmo, es implacable. 

It's a Matt, Matt, Matt world es prácticamente el testamento de Matt, el colofón a esos episodios suyos en los que el parece imposible seguir adelante, aunque aquí es más bien porque todo es demasiado extraño, o bizarro, o delirante: sube, acompañado por Michael, John y Laurie, a un barco para llegar a Melbourne, y en este se produce una fiesta o una orgía a favor de un león que por lo visto repobló un zoo pese a ser un vejestorio. La culminación es su charla con David Burton (Bill Camp, The night of), un personaje que habíamos visto ya en la serie en el plano dimensional donde Kevin se da unos paseos mientras muere, y que ahora dice ser Dios porque ha resucitado, algo que parece contradecirse cuando un león lo devora al final.

Hablando de testamentos o de despedidas, la de Laurie llega un capítulo después: en Certified, uno de los mejores de esta temporada, llega el merecido homenaje a uno de los mejores personajes, o uno de los más honestos. Nos imbuimos en un flashback suyo, en el que una paciente, que no es sino la mujer que pierde a su bebé en el primer episodio, le pide ayuda y ella no sabe qué decirle, algo que precede a su decisión de no volver a hablar. Ahora que parece centrada y de nuevo capaz de guiar a cuantos la rodean, le cuesta descifrar el dolor, sobre todo en lo que se refiere a Kevin, a quien sus compañeros de viaje del anterior capítulo, y su propio padre, le consideran clave para la salvación de ese mundo que agoniza. No intenta convencerle, simplemente sincerarse con él. Y luego parece (aquí nunca hay certezas) que se va a suicidar con un "descuido" haciendo submarinismo.

En ese capítulo, llevado con dos líneas temporales, la del presente ya con Kevin, y la del pasado, en la que ayuda a Nora con las científicas que la han rechazado para someterse al rayo que le llevará a la frecuencia donde están todos los que partieron, nos enlaza con el que será el último episodio, aunque antes también nos despediremos de uno de los emplazamientos más absurdos jamás vistos en televisión: esa dimensión post mortem o similar a la que acude Kevin, en la que ahora es ni más ni menos que el presidente de los EEUU, y además tiene un hermano gemelo secreto que es un asesino. En fin, llega a su culminación ese fatalismo mesiánico con un lanzamiento de bombas nucleares que él mismo aprueba, y no hay mejor manera que renunciar a un espacio del que evadirse que así. Además que nos sirve para despedirnos de Patti, de Dean (el de los perros) o de Meg.


Los minutos finales, ya con Kevin de vuelta, subiéndose al tejado donde aparece desolado Kevin padre, una vez que el diluvio universal no ha sido tal (referencias a la apertura con los religiosos), sirven de hilo de continuidad con el último episodio, más lírico e íntimo que hasta ahora, más un epílogo que un capítulo final. Volvemos al futuro que atisbamos en el primer episodio, con una Nora envejecida, que recibe la visita sorpresa de Kevin, que la invita a un baile (que luego es una boda, donde habla el novio de los pecados y las cagadas, y diferencia lo primero de lo segundo en cuanto a la intencionalidad a la hora de cometer errores) y que parece no recordar su relación con ella, aunque todo es un fingimiento porque pretende una segunda oportunidad. 


Cuando menos lo esperábamos, nos encontramos con una explicación de la desaparición del 2% de la población mundial. Y es que Nora relata cómo no se echó para atrás en su decisión de someterse al invento que la desintegraría (por algo es la chica más valiente del mundo según su hermano Matt) y apareció en el mismo sitio en el que estaba, pero sin la máquina. Y comprendió que había llegado a otra dimensión paralela, en la que estaban los desaparecidos. Allí, el 98% de la población había desaparecido, pero se lo habían tomado de otra manera, estrechando lazos entre los supervivientes, abrazando el amor como forma de superar esa tragedia. No llega a efectuarse ese reencuentro con sus hijos porque los ve felices junto con su padre y decide volver, pidiéndoselo al científico que inventó la máquina, y completar su penitencia por estar viva y no saber cómo vivir.


Todo tan extraño que al acabar de relatarlo, le pregunta a Kevin si la cree, y es todo gozo y alborozo cuando él dice que claro. Yo, en cambio, no lo tengo claro, pese a que es la versión más optimista, incluso la que explica mejor que nada lo que sucedió ese día. Es demasiado extraño, al menos en lo referente a cómo regresó. Aunque eso es lo de menos. Lo de más es que nos encontramos con un todo unitario, un universo contado en 28 episodios de manera muy original y arriesgada, con una banda sonora que es un verdadero monumento, empezando por esa partitura que te pone los pelos de punta y que te justifica cada minuto aparentemente baldío.




Si The Leftovers no es una obra de arte, se le parece bastante. Su capacidad de No queda más que dar las gracias por haber asistido a este viaje tan emocionante y tan particular, en el que los sentimientos son el eje fundamental. Y hablando de dar las gracias, me queda un aspecto por destacar: el descubrimiento de los análisis de Nico Frasquet en Youtube, una pasada en cuanto a nivel de análisis.

Comentarios