Sense 8. Temporada 2

(Netflix. 11 capítulos: 05/05/17)

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Si se confirma que han cancelado esta serie, tenemos un serio problema con un final que no era en absoluto un final, algo que reprochar y bastante a las hermanas Wachowski, puesto que deberían haber sido más cautelosas teniendo en cuenta el coste promedio de cada episodio, un dineral muy difícil de recuperar. La imaginativa propuesta de un grupo de seres emparentados con el Homo Sapiens (Homo Sense) y esa correlación tan metafórica como acertada de que lo diferente suele perseguirse (lo vemos con la transexual Nomi o con el recientemente salido del armario Lito) se puede quedar muy diluida si no tenemos un cierre adecuado.

Un gran problema si tenemos en cuenta que la segunda temporada estaba siendo bastante notable, y eso que ya queda claro que la exaltación de las virtudes de esta serie es una constante. No nos van a ofrecer grandes misterios ni unas tramas intrincadas (más allá de esa interrelación mental y sensorial entre los ocho personajes); incluso la principal, esa cacería por parte del implacable Whispers (apodado el Caníbal por otros clanes de senses), tampoco ofrece avances significativos más allá de la vuelta de tuerca que consiguen Will y los suyos, y el descubrimiento de que su organización, la BPO, no es tan uniforme como cabría esperar.

Cuando se explota esa multiplicidad resulta apasionante para la vista, sobre todo en las escenas de acción, que resultan apabullantes, llevándose la palma la que ocurre en Berlín, cuando se enfrentan los clanes de nuestros senses y de la retorcida y peligrosa Lila Fachini (espectacular Valeria Bilello), en lo que resulta una de las puntas de lanza de lo que se explora en esta nueva tanda: el clan de Angelica no es el único en el mundo.

Lástima que en cada episodio se tiende al exceso en cuanto a esa orgía sensorial (y eso que el sexo esta vez no está tan presente): no falta capítulo con la correspondiente fiesta, la música de turno y la cámara ralentizada para que nuestros protagonistas disfruten simultáneamente. Si con solo recortar 5 minutos por cada capítulo en esto se hubiera avanzado la trama, probablemente no nos hubiéramos encontrado con este cierre inconcluso.

El ejemplo más notorio de este aspecto de irse por las ramas nos lo encontramos en el último episodio, en el que Sun entra en la fiesta privada de Joong Ki-Bak, su hermano, bien para buscar venganza, bien para obtener justicia. Tres cuartas partes del episodio giran en torno a este aspecto, pero no se obtiene ningún resultado concreto, ya que el hermano, después de una espectacular persecución por las calles, uno en coche y la otra en moto, pilotada por Capheus ("¿mi hermana es el puto terminator?", pregunta entre asustado y flipado uno de los más repulsivos personajes de esta serie de polos duales netamente marcados), al final escapa ayudado por un ministro. Venga, hombre.

Luego, en el último cuarto de hora, a Wolfgang le atrapa Whispers, gracias al chivatazo de la arpía de Lila. Y nuestros senses dejan todas sus tramas (que ahora referiré) para liberarle. Capheus deja su carrera electoral para ser presidente, Kala su escapada a París para encontrarse con el referido Wolf, Lito su desembarco a Hollywood y, lo más sangrante, Sun, la prófuga más perseguida en Corea, sale del país como si nada gracias a unas gafas de pasta.   Venga, hombre.

Quedan diluidas las luchas de Nomi, Amanita y el friki de Bug por conseguir que la a la primera se le borre su historial delictivo. La pareja, a pesar de atravesar todo tipo de crisis que el lado hacker de la que una vez fue Michael, tiene como punto fuerte esa estabilidad basada en un amor profundo. Su final al respecto es como mínimo emocionante.

La depresión de Lito por haber sido despedido de sus managers se contrarresta primero al ser invitado en Brasil por el Orgullo Gay para dar un discurso, y luego por la oferta de Hollywood que le consigue la alocada pero siempre resolutiva Daniela, el contrapunto perfecto para el más contenido Hernando. Las tramas de nuestro actor español son el respiro a tanta seriedad, pero con el mérito de no terminar siendo intrascendente.

Aunque Will y Riley han permanecido juntos en Amsterdam, se tienen que separar si quieren dejar de estar buscados por Whispers. Riley, que vuelve a Chicago (donde se reencuentra con Diego, el compañero de Will), además trata de ponerse en contacto con otros clanes para tratar de contrarrestar algún ataque. Su concierto es un momento muy arriesgado que conlleva premio, puesto que da con personajes como el sexual (y algo patético) Puck (Kick Gurry), the Old man of Hoy (Sylvester McCoy), un/una budista y alguno más que no pasan de fugaces presencias. El descubrimiento más importante es que casi todos sobreviven gracias a unos inhibidores, unas pastillas negras que imposibilitan las conexiones temporalmente.

Capheus, siempre acompañado de su amigo Jela, además de postularse como presidente casi de la noche a la mañana, ve cómo su madre y el mafioso de la primera temporada se enamoran, casi al mismo tiempo que él y la periodista Zakia (Mumbai Maina); Kala cada vez tiene más dudas respecto a su matrimonio con Rajan, y no solo porque está enamorada de Wolfgang, sino porque su marido parece ocultarle cosas turbias de la empresa farmacéutica; y la peripecia de Sun la lleva de escaparse de la cárcel a visitar a su maestro y ser perseguida por un policía que fue un rival suyo en el tatami.

Se refuerzan los lazos entre los miembros del clan, se potencian las personalidades de todos ellos, para regocijo de los fans, que no tienen problema en conectar con ellos; pero se le da demasiado peso a lo formal, a lo visual, obviando en ocasiones de dotarle de contenido. Mucho efectismo, pero poca chica, en definitiva, por no hablar de la ya referida desmesura y desequilibrio, que se hace más sangrante con este final interruptor.

La pregunta es: ¿se merece una temporada tercera? Al menos, yo apuntaría a un capítulo final a modo de epílogo.

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