Las chicas del cable. Temporada 1

(Netflix. 8 capítulos: 28/04/2017)
Decía el otro día en Quinta temporada Natalia Marcos que Las chicas del cable era más de lo mismo, y la comparaba con Gran Hotel o Velvet, que no he visto, aunque podría extender la etiqueta a Amar en tiempos revueltos y similares o derivados, a las que de vez en cuando has echado un ojo en algún rato de siesta perezosa. Es cierto, no ofrece nada nuevo, y lo poco de novedoso incurre en desatinos, como esa BSO en inglés, anacrónica y atemporal, que te saca del poco punto en el que pudiera meterte, o esa prescindible voz en off que funciona a modo de narrador omnisciente de los moralistas y partidistas.

Ni me posiciono ni me dejo de posicionar en la estrategia de Netflix. Me la trae al pairo la estrategia que pueda tener. Lo mejor de esta serie es que son 8 capítulos, ligeros, fáciles de ver y de olvidar, y que te olvidas de la publicidad o de esas extensiones incongruentes que tienen las ficciones españolas. Aquí tenemos una variante o sucesora de un género con raíces en el siglo XIX, el folletín: una mezcla entre drama e intriga, con el fin exclusivo de atrapar la atención del lector a base de sorpresas, giros y sensiblería barata. 

Ni siquiera los que hablan de la conseguida caracterización saben muy bien a qué se refieren. Un par de coches de época y escoger localizaciones muy concretas y en muy primer plano no significa meterte en los años 20. Hace falta más documentación y más rigor, empezando por saber qué calzadas tenía Madrid en aquella época o qué colorido poseían las fachadas, que no creo que tuvieran ese brillo como aparece aquí. Las crónicas de nuestros abuelos hablan de un Madrid provinciano, poco europeizado, más bien retrasado y sucio. Puede que la Gran Vía se escapara de ese aspecto, pero dudo mucho que La Latina tuviera el aspecto sugerido por las Cable's Girl...

Aunque no ponga la etiqueta de los spoiler porque no voy a entrar demasiado en las tramas, baste con decir que se puede deducir lo que va a pasar con ver 5 minutos del primer episodio, al igual que se va a saber que la intención es dejarte la historia en suspenso para quedarte atrapado en el "continuará". Porque entiendo que hay mucho público que no pide más de lo que esta serie ofrece: unas chicas vistosas, unos chicos muy repeinados, historias aseadas y ese tufillo que desprende lo cercano y reconocible. Es la misma historia contada una y otra vez: amores y amistades, todo rodeado de ese salto a la modernidad que ofrecían algunos avances tecnológicos, como la creación de la telefonía.

Es verdad que hay actuaciones más flojas que las raspadillas de por sí. Por ejemplo, la Lidia/Alba que ofrece Blanca Suárez apenas tiene dobleces, por más que la chica ponga cara de póker cuando quiere ir de interesante o de misteriosa. Y eso que ella es el buque insignia, la cara más reconocible y reputada. A lo mejor es que no se puede hacer más con una chica que viene de pueblo y es manipulada por una interesada, Victoria (esa Kiti Mánver que ni viene reconocida en IMDB como actriz en esta serie), a la que el reencuentro con su amor de juventud, Francisco (Yon González, que me había gustado más en El internado, otra señal de que para mucho lucimiento no daba este papel).

El inevitable triángulo viene con Carlos (Martiño Rivas, que aunque no está peor que en la ya mencionada El internado, no da para mucho más este soso), hijo del dueño de la empresa de Telefónica (y marido de Concha Velasco, doña Carmen). Por una parte está la duda de a quién quiere y por otra, una vez superada esa indiferencia por el trabajo de telefonista, su fidelidad a sus amigas: 

La pusilánime Marga (Nadia de Santiago), que viene de pueblo pero más que rural es tontaina, y tiene un sí pero no con un tal Pablo; la más moderna Carlota (Ana Fernández), cuyo padre militar y retrógrado le impide realizarse como mujer moderna e independiente, y que aparte se implicará sentimentalmente con la supervisora Sara (irreconocible Sara Polvorosa, avejentada se supone para el papel de lesbiana o transexual inconfesa) por más que parezca ventajosa su relación bastante abierta con Miguel, uno de los ingenieros de la empresa; y la buena esposa Ángeles (Maggie Cianatos), pese a que su marido Mario se la pega con Carolina (ingrato papel por bruja para Iria del Río pese a ser la más guapa del elenco femenino), la secretaria de Francisco, entre otros.

Si queremos sacar algo positivo, aparte de que es la típica serie que te permite ir al baño, prepararte la cena o saltarte dos o tres episodios sin que te impida reengancharte a lo que se cuenta, podemos hablar de ese feminismo defendido por unas mujeres que ni podían divorciarse de su marido ni votar ni tan solo sacar dinero de la cuenta bancaria, aunque tampoco es un eje demasiado importante. Podemos incluso obviar pálidas interpretaciones como la mujer de Francisco, hija del poderoso empresario que tampoco sale en la nómina de IMDB, que llega al ridículo en ese intento de suicidio tan inverosímil y, de nuevo, recalcar que es una serie que no engaña a nadie, buscando un sector de público muy definido, que se conforma con las pildoritas de humor, de intriga y de acción para que la historia parezca que tiene un poco de todo.


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