(224 páginas. 16€. Año de edición: 2010) |
Un trol que vive debajo de un puente y que se quiere alimentar de la vida de un niño; un timador que nos describe su mayor y mejor golpe; un gato capaz de mantener a raya al mismísimo diablo; una señora que compra el Santo Grial en una tienda de segunda mano para encontrarse, al día siguiente, con que un caballero de la mesa redonda del Rey Arturo se lo quiere llevar… Cada una de estas fantasías nos introduce en el inimitable mundo de Gaiman, adaptado para sus lectores más jóvenes.
Decir que Neil Gaiman es uno de mis autores favoritos no es descubrir nada nuevo. Sí en cambio ha sido una novedad leer algo irrelevante en un libro suyo. Incluso en las historias secundarias de Sandman, rara vez he tenido la sensación de que sobraba algo. No digo que haya mal escrito (no incurriré en tamaña herejía), pero sí que, dentro de la inevitable originalidad gaimaniana, sobraba alguna página, alguna historia un tanto precipitada o con lo más parecido al tópico o a lo anecdótico sin más que he visto nunca en este autor. Que alguien como él incurra en una literatura más terrenal, menos prodigiosamente perfecta, es incluso un motivo para el regocijo, si lo observamos desde un punto de vista un poco más cicatero.
Al mismo tiempo, este libro orientado a un público más juvenil (se supone: al menos la editorial Roca lo ha incluido en esta edición en su catálogo Roca Junior, una edición estupenda, con tapa dura y un papel tirando a amarillento y de mucho grosor) contiene alguna joya que es una especie de contraprestación. También contiene alguna curiosa paradoja, como no encontrar ningún título como el de la portada. El más parecido es La lápida de la bruja. Quizá es una licencia que se han tomado en España, puesto que he leído por ahí que el título original es "M is for magic", que parece que le pega mucho más.
Respecto a los cuentos más prescindibles, por así decirlos, habría que hablar de El caso de los veinticuatro mirlos: por más que a una historia detectivesca le incluyas el detalle de que se refiere a canciones infantiles (inglesas, eso puede afectar en mi lectura al no conocer ninguna referencia), no deja de sonar a algo que nunca hubiera sospechado en Gaiman: a lo mismo de siempre, la femme fatal y el giro final. Demasiado breves son No le preguntes a Jack (breve e inquietante) e Instrucciones (escrito en algo así como el verso), que dan pistas de que le sienta mejor a Gaiman una mayor extensión.
Un peldaño por encima situaría Cómo vender el puente de Ponti, aunque solo sea por reconocer espacios (el club clandestino de los Siete Mundos) y personajes (Stoat, el timador que protagoniza el timo que se relatará, Gloathis, Redcap, el propio narrador) tan característicos del universo de Gaiman; El precio se me antoja interesante por incluirse él mismo en la narración, junto con su familia, a quienes salva un gato callejero; Cómo hablar con las chicas en las fiestas tiene un punto gracioso, o estrafalario, pues el narrador y su amigo Vic se salvan por los pelos de quienes consideran un grupo de turistas salidas, algo que rememora el narrador 30 años después.
Otro peldaño por encima quedaría El pájaro del sol, por esa mezcla de humor y esa manera tan original y característica de plantear tramas y personajes únicos: los socios del Club Epicúreo, constituido por cinco socios, Augustus DosPlumas McCoy, cuyo bisabuelo fundó el club, el profesor Mandalay, pequeño y gris como un fantasma, Virginia Boote, "una distinguida y esplendorosa ruina", Jackie Newhouse, descendiente del amante Giacomo Casanova, y Zebediah T. Crawcrustle, que no tiene donde caerse muerto y que presume de ser mayor de lo que aparenta. Han exprimido tanto sus apetitos deleitosos que apenas les queda nada por probar, hasta que Zebediah les refiere sobre el Pájaro del Sol de la Ciudad del Sol, algo que les embarcará en una peculiar aventura con final particularmente circular.
En Caballería, lo cotidiano (la tienda de Oxfam, que vende "ropa de segunda mano, baratijas, retales, restos de serie y una inmensa variedad de libros baratos") entra casi sin concesiones ni explicaciones con lo extraordinario. De hecho, la primera frase nos lo enuncia: "La señora Whitaker encontró el Santo Grial". ¿Qué hace con él? Ponerlo encima de la repisa de su chimenea, para adornar. Al poco aparece el caballero Galahad, caballero de la Tabla Redonda, joven de melena hasta los hombros y cabello rubio con reluciente armadura de plata y caballo gris, al cual un sublime designio le ha traído hasta allí. En fin, un personaje legendario que acaba tomando té en el salón de una anciana no deja de resultar hilarante.
Y me queda situar en el podio, aunque no sé en qué orden, los tres mejores relatos: El puente del trol, narrado en 1ª persona, desde que Jack tiene siete años y emprende un largo camino hasta el puente donde vive el trol, que amenaza con comerse su vida, pero que le deja irse a condición de volver años después; con quince años, regresa, esta vez acompañado de Louise, su primer amor, después de deambular enamoradamente, por lo que no se da cuenta de que va a besarla justo en el mismo puente de su infancia. Aunque no consigue cambiarse por la chica (choca esa vileza, vileza que rechaza el rol: "Ella es una inocente, tú no. No la quiero a ella. Te quiero a ti"). Pasan más años, Jack se casa, se convierte en ejecutivo de una discográfica, su mujer le deja, está solo. Y las últimas páginas son maravillosas.
La presidencia de Octubre personifica todos los meses del año, que se reúnen en torno a una hoguera para comer salchichas y contarse historias. Relatos dentro de un relato, marca de la casa. La que cuenta el propio Octubre recuerda un poco a la historia de Matilda, pues Donald es un niño que no encaja en su familia, sobre todo por culpa de sus hermanos gemelos mayores, que le apodan el Enano. A los diez años decide fugarse de casa. Llega hasta una granja en ruinas, donde conoce a Bienamado, un niño que es un espíritu, con quien juega toda la noche, y con quien lo pasa tan bien que le pregunta qué tendría que hacer para quedarse. "No dije que estuviera vacía, dije que estaba deshabitada, que no es lo mismo".
Y por último, La lápida de la bruja, que es un capítulo de El libro del cementerio. Nad (Nadie) es un niño que vive en un cementerio, al cuidado del señor y la señora Owens, muertos como los demás, incluyendo Silas, su mentor, o Liza Hempstock (de nuevo ese apellido, de resonancias tan nostálgicas al relacionarlo con El océano al final del camino), la niña bruja, a quien conoce en una de sus incursiones, y por quien saldrá del cementerio, con la noble intención de proporcionarle una lápida a la niña. En la segunda parte del relato aparecerán Abanazer Bolger, especie de anticuario y prestamista, a quien le trata Nad de vender el valiosísimo broche que le arrebata al Hombre Índigo en su tumba, Tom Hustings, un corpulento amigo de inclinaciones no menos turbias que Abanazer, y un tal Jack, alguien a quien temer y que solo aparece de refilón. Por más que da la sensación de que es un fragmento más que un cuento en sí, los personajes son tan atractivos que lo único que queda son ganas de leer la historia completa.
En fin, aunque algo irregular, aunque tal vez haya páginas que son de lo menos interesante que he leído a Neil Gaiman, hay historias y palabras que son una maravilla merecedora de leerse. Como dice el propio autor en la introducción (el mejor resumen posible de los cuentos es suyo), "Hay historias que, si las lees a la edad apropiada, te acompañarán el resto de tu vida". Dan ganas de ser niño para que te den este libro a leer...
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