(Netflix. 13 episodios: 31/03/2017) |
No revelo ningún spoiler al decir que Hanna Baker está muerta y que la voz que escucha Clay Jensen (Dylan Minnette) a través de las cintas de casete (antigualla de museo para estos adolescentes, snif) proviene de un pasado reciente en el que una chica muy guapa decide nombrar a los culpables de su suicidio. Nunca antes se había retransmitido algo así, echando por tierra uno de los argumentos del Orientador: "No podemos saber qué pasaba por su cabeza cuando hizo lo que hizo".
Lo primero que piensas es que para elaborar un plan así, parece que queda suficiente esperanza y ganas de vivir, y elucubras la posibilidad de que Hanna en realidad no esté muerta, y se dé un giro espectacular en algún momento. Pensar que alguien tan ingenioso, ocurrente, joven y divertido esté muerto, es una dura realidad que no tiene vuelta de hoja. ¿Qué le ha llevado ahí? ¿Y quién? Durante siete cintas, por las dos caras (salvo la última, es decir, 13 episodios) lo veremos:
Los dos grandes aciertos de esta serie son abordar un tema tan peliagudo como el suicidio adolescente, que normalmente viene a continuación de una situación de bullying; el otro, la manera de narrárnoslo, con constantes saltos al pasado, que son llevados a cabo con mucho acierto a través de detalles como el corte de pelo de Hannah (más corto en su segundo año de instituto, más próximo a su muerte) o la herida en la frente de Clay, que nos permite diferenciar el presente del pasado. Además, se juega con la luz, con distintas tonalidades en la transición hacia el flashback.
Es por eso por lo que hay que tragar con algunas trampas, empezando por el hecho de que un chico como Clay, que parece ser tan diferente a otros que salen en las cintas (es un chico cortés, con valores, honesto, un caballero adolescente, en definitiva), compañero suyo de trabajo (un cine), enamorado de ella, sea una de las razones por las que Hannah ya no está. Pero parece no haber duda, como le hace saber Tony (Christian Navarro), su mejor amigo y el que es el custodio de las cintas, alguien que no sale en ellas pero que se encarga de que lleguen a sus destinatarios.
Este chico amable y a la vez duro, puesto que protege una y otra vez a Clay y es respetado, en parte por conducir su coche de época, es una especie de ángel de la guarda, un Pepito Grillo extraño por lo bajito, el personaje que más te choca, que no te cuadra, alguien que parece seguro de sí mismo y que sabe lo que quiere. Para mi gusto, este personaje encierra la mayor trampa, no solo porque su fidelidad para con el deseo casi póstumo de Hannah de hacer llegar las cintas se contrapone con ayudar a los padres de Hannah, sino porque su secretismo desespera sin fundamento a Clay.
Con constantes saltos temporales, asistimos a la llegada de la guapísima Hannah (gran descubrimiento el de Katherine Langford) al instituto, puesto que sus padres han abierto una tienda. Empieza con mal pie al colarse por el guaperas que juega al baloncesto, Justin Foley (Brandon Flynn), que hace extender el rumor de que la chica es fácil, por una foto inoportuna bajando por el tobogán. Se trata de la primera piedra en el camino, y por tanto la primera cara.
La principal preocupación de Hannah (cómo no) es hacer amigos. Y la primera amiga que hace es otra recién llegada, Jessica (Alisha Boe), con quien comparte confidencias, cafés y un sentido del humor particular. La amistad se rompe cuando el dúo se convierte en trío con la llegada del teñido Alex (Miles Heizer), y este y Jess empiezan a salir a escondidas de Hannah. Como se irá viendo, no se trata de un solo hecho puntual lo que lleva al desequilibrio a una persona, sino que es un cúmulo de hechos (que irán creciendo en intensidad) los desencadenantes de la tragedia.
En una sociedad como la nuestra, el poder de la imagen es uno de los motores principales. Las redes sociales, que muchas veces son tildadas de necesarias para potenciar la comunicación entre nosotros, son un peligro si no se establecen filtros de control. Qué difíciles son estos para todos, y más para chavales que están creciendo, formándose como personas, madurando. Un mirón fotógrafo, el introvertido Tyler (Devin Druid), además de acosar a Hannah escudado en su cámara, propagará una foto con otra chica, Courtney (Michele Selene Ang), cuyo lesbianismo no lo tiene asumido, en parte por defender a sus padres gays. Pese a que no quedó claro quiénes eran las de las fotos, los rumores de que una de ellas era Hannah también pesará.
En este punto, llega la acción más reprobable del intachable Clay. En un momento de rabia y de ofuscación, opta por el ojo por ojo contra el eslabón más débil, el bicho raro, el que sufre más persecución por parte de los demás chicos, que suelen rechazar la presencia de Tyler. La foto que le toma cuando está desnudo y que luego pasa a los demás chicos es algo impropio de él.
De la pandilla a la que quiere entrar Hannah, faltan Sheri (Ajiona Alexus), animadora buenina que no sabe reaccionar cuando se estrella contra una señal de stop y provoca indirectamente un accidente después; su contrapartida en masculino, Zack (Ross Butler), del equipo de baloncesto, un niño bueno que se cuela por Hannah, pero se comporta mezquinamente, aunque no tanto como Marcus (Steven Silver), uno de los estudiantes más brillantes, y para mí uno de los más repulsivos. Aunque ese pedestal se reserva para Bryce (Justin Prentice), capitán del equipo de baseball, niño rico consentido que aunque no ha recibido la cinta y no sabe nada, es el causante de que Jess esté destrozada, entre otras cosas.
Por parte de los adultos, el dolor está perfectamente representado con los padres de Hannah, la combativa Olivia Baker (Kate Walsh) y el más fluctuante Andy Baker (Brian d'Arcy James); la madre de Clay, Lainie (Amy Hargreaves) es bastante metomentodo, aunque un buen giro será cuando acepte defender al instituto de la demanda de los Baker; el padre, Matt (Josh Hamilton) es más medido y más enrollado. Y queda Kevin Porter (Derek Luke), el orientador, que queda descalificado desde el momento en que le dice a Hannah lo que no puede estudiar, algo que ningún docente debería hacer, aunque con él, indirectamente, se pueden apreciar los estragos de los recortes en aspectos tan trascendentales como en educación, puesto que una sola persona no puede ocuparse de todo un instituto.
Estamos, pues, ante un producto diseñado para público joven, pero que es muy apto para todos los públicos. Junto con la segunda temporada de American Crime, el tema del acoso escolar está perfectamente retratado, algo que de por sí ya justifica la elección de seguir esta serie. No escatima momentos duros, como la violación o el suicidio (advertidos, a modo de inevitable spoiler, al principio de cada episodio), y esa dureza es necesaria. El final, aunque recargado en cierto modo y que sugiere la posibilidad de una segunda temporada, cierra el tema tratado, y esa segunda temporada no aportaría nada en caso de llegar.
Ojo: spoilers
Los dos grandes aciertos de esta serie son abordar un tema tan peliagudo como el suicidio adolescente, que normalmente viene a continuación de una situación de bullying; el otro, la manera de narrárnoslo, con constantes saltos al pasado, que son llevados a cabo con mucho acierto a través de detalles como el corte de pelo de Hannah (más corto en su segundo año de instituto, más próximo a su muerte) o la herida en la frente de Clay, que nos permite diferenciar el presente del pasado. Además, se juega con la luz, con distintas tonalidades en la transición hacia el flashback.
Es por eso por lo que hay que tragar con algunas trampas, empezando por el hecho de que un chico como Clay, que parece ser tan diferente a otros que salen en las cintas (es un chico cortés, con valores, honesto, un caballero adolescente, en definitiva), compañero suyo de trabajo (un cine), enamorado de ella, sea una de las razones por las que Hannah ya no está. Pero parece no haber duda, como le hace saber Tony (Christian Navarro), su mejor amigo y el que es el custodio de las cintas, alguien que no sale en ellas pero que se encarga de que lleguen a sus destinatarios.
Este chico amable y a la vez duro, puesto que protege una y otra vez a Clay y es respetado, en parte por conducir su coche de época, es una especie de ángel de la guarda, un Pepito Grillo extraño por lo bajito, el personaje que más te choca, que no te cuadra, alguien que parece seguro de sí mismo y que sabe lo que quiere. Para mi gusto, este personaje encierra la mayor trampa, no solo porque su fidelidad para con el deseo casi póstumo de Hannah de hacer llegar las cintas se contrapone con ayudar a los padres de Hannah, sino porque su secretismo desespera sin fundamento a Clay.
Con constantes saltos temporales, asistimos a la llegada de la guapísima Hannah (gran descubrimiento el de Katherine Langford) al instituto, puesto que sus padres han abierto una tienda. Empieza con mal pie al colarse por el guaperas que juega al baloncesto, Justin Foley (Brandon Flynn), que hace extender el rumor de que la chica es fácil, por una foto inoportuna bajando por el tobogán. Se trata de la primera piedra en el camino, y por tanto la primera cara.
La principal preocupación de Hannah (cómo no) es hacer amigos. Y la primera amiga que hace es otra recién llegada, Jessica (Alisha Boe), con quien comparte confidencias, cafés y un sentido del humor particular. La amistad se rompe cuando el dúo se convierte en trío con la llegada del teñido Alex (Miles Heizer), y este y Jess empiezan a salir a escondidas de Hannah. Como se irá viendo, no se trata de un solo hecho puntual lo que lleva al desequilibrio a una persona, sino que es un cúmulo de hechos (que irán creciendo en intensidad) los desencadenantes de la tragedia.
En una sociedad como la nuestra, el poder de la imagen es uno de los motores principales. Las redes sociales, que muchas veces son tildadas de necesarias para potenciar la comunicación entre nosotros, son un peligro si no se establecen filtros de control. Qué difíciles son estos para todos, y más para chavales que están creciendo, formándose como personas, madurando. Un mirón fotógrafo, el introvertido Tyler (Devin Druid), además de acosar a Hannah escudado en su cámara, propagará una foto con otra chica, Courtney (Michele Selene Ang), cuyo lesbianismo no lo tiene asumido, en parte por defender a sus padres gays. Pese a que no quedó claro quiénes eran las de las fotos, los rumores de que una de ellas era Hannah también pesará.
En este punto, llega la acción más reprobable del intachable Clay. En un momento de rabia y de ofuscación, opta por el ojo por ojo contra el eslabón más débil, el bicho raro, el que sufre más persecución por parte de los demás chicos, que suelen rechazar la presencia de Tyler. La foto que le toma cuando está desnudo y que luego pasa a los demás chicos es algo impropio de él.
De la pandilla a la que quiere entrar Hannah, faltan Sheri (Ajiona Alexus), animadora buenina que no sabe reaccionar cuando se estrella contra una señal de stop y provoca indirectamente un accidente después; su contrapartida en masculino, Zack (Ross Butler), del equipo de baloncesto, un niño bueno que se cuela por Hannah, pero se comporta mezquinamente, aunque no tanto como Marcus (Steven Silver), uno de los estudiantes más brillantes, y para mí uno de los más repulsivos. Aunque ese pedestal se reserva para Bryce (Justin Prentice), capitán del equipo de baseball, niño rico consentido que aunque no ha recibido la cinta y no sabe nada, es el causante de que Jess esté destrozada, entre otras cosas.
Por parte de los adultos, el dolor está perfectamente representado con los padres de Hannah, la combativa Olivia Baker (Kate Walsh) y el más fluctuante Andy Baker (Brian d'Arcy James); la madre de Clay, Lainie (Amy Hargreaves) es bastante metomentodo, aunque un buen giro será cuando acepte defender al instituto de la demanda de los Baker; el padre, Matt (Josh Hamilton) es más medido y más enrollado. Y queda Kevin Porter (Derek Luke), el orientador, que queda descalificado desde el momento en que le dice a Hannah lo que no puede estudiar, algo que ningún docente debería hacer, aunque con él, indirectamente, se pueden apreciar los estragos de los recortes en aspectos tan trascendentales como en educación, puesto que una sola persona no puede ocuparse de todo un instituto.
Estamos, pues, ante un producto diseñado para público joven, pero que es muy apto para todos los públicos. Junto con la segunda temporada de American Crime, el tema del acoso escolar está perfectamente retratado, algo que de por sí ya justifica la elección de seguir esta serie. No escatima momentos duros, como la violación o el suicidio (advertidos, a modo de inevitable spoiler, al principio de cada episodio), y esa dureza es necesaria. El final, aunque recargado en cierto modo y que sugiere la posibilidad de una segunda temporada, cierra el tema tratado, y esa segunda temporada no aportaría nada en caso de llegar.
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