Martín Fierro. José Hernández. Editorial Ciordia

(242 páginas. Año de edición: 1968)
En libros como estos, además de consignar los aspectos referentes al propio texto, hay que referir otros elementos ajenos, metaliterarios. Empezando por la preciosa edición del libro, encontrado en una de esas librerías de viejo que pululan por Madrid, con pelo como de vaca en las cubiertas, una bucólica portada con una casa de la pampa, algunas ilustraciones rudimentarias, un apéndice con vocabulario gauchesco, además de un elogioso y grandilocuente estudio a modo de introducción. No hay otra consideración que la de joya para esta edición.

En segundo lugar, con Martín Fierro me he remontado a mis años universitarios, esas clases en la Autónoma, con aquellos maravillosos profesores que te explicaban la literatura y hacían que su estudio tomara un cariz no sólo científico, sino algo más importante, más trascendente, más revelador. Me ha hecho recordar las explicaciones de los profesores de Literatura Hispanoamericana respecto al quid de la cuestión para la literatura de ultramar: la vital cuestión de la identidad americana.

En concreto, para la argentina, reside en el gaucho, ese mestizo entre europeo y americano. Escrito en 1874, la visión romántica alcanza también a América, y no cabe duda de que ese resurgir del folclore es uno de los asideros para este texto. La visión elogiosa, admirativa e idealista del gaucho Martín Fierro es uno de los ejes de la lectura.

Este extenso poema narrativo es considerado como el libro nacional de Argentina. La injusticia social es el detonante para que el autor denuncie que el presidente de aquel entonces, Domingo Faustino Sarmiento (autor a su vez de Facundo, otra obra que tuvimos que leer para profundizar en la problemática dicotomía entre civilización y barbarie), hizo reclutar forzosamente a los gauchos para defender las fronteras contra los indígenas.

Dividida en dos partes (La ida y La vuelta), está escrita en versos octosílabos. La estrofa predominante es el sexteto con rima consonante, aunque hay cuartetas y redondillas. En todo momento se nos dice que es el canto del propio Martín Fierro (aunque hay alternancias entre la 1ª persona y la 3ª, algunas supongo que por motivos de rima), y otros personajes que alternan con él, como el sargento Cruz.

A pesar de las terribles desdichas que sufre Fierro, en ningún momento pierde las ganas de rasguear su guitarra y referirlas a sus oyentes. El componente principal de este personaje es su afán por la libertad, elemento idiosincrásico suyo. Pese a haber perdido su hacienda, pese a haberse tenido que separar de su mujer y de sus hijos por culpa de la injusta ley de estar tres años consignado en la frontera, en condiciones paupérrimas, pasando hambre, frío, abusos de sus superiores y no recibiendo siquiera salario alguno, no deja de elevar su canto.

Tras desertar del ejército y volver a su rancho, se lo encuentra abandonado, se entera de que su mujer ha muerto y sus hijos han tenido que desperdigarse para sobrevivir. Se da a la bebida, se convierte en un gaucho matrero y se mete en bullas callejeras, llegando a asesinar a un negro en una reyerta. La policía lo arrincona, pero él se defiende tan bravamente que uno de esos policías se niega a esa situación de abuso y decide pasarse a su lado. Los dos hombres, que luego trabarán una emotiva amistad, tienen que huir al desierto. Ahí acaba la primera parte.

Siete años después llegó la segunda parte. Esta segunda parte tiene un enfoque diferente, aunque lo que no cambia es la situación límite que viven los personajes. En el desierto están acorralados por los indios, que no terminan de aceptarlos nunca, y pasan hambre y calamidades. Una enfermedad se lleva a Cruz y una mujer a la que acaban de asesinar a su bebé es el desencadenante para que, diez años después (o siete, creo que aquí hay que sumar los tres que pasó en el ejército), regrese de nuevo a la civilización, donde se reencontrará con dos de sus hijos y el propio hijo de Cruz, que se unirán a los cantos guitarreros.

El verso y las expresiones idiomáticas propias complican un tanto la lectura. Hernández se empeñó en dotar de verosimilitud la forma de hablar del gaucho, un tanto inculta ('naide' en vez de 'nadie', por ejemplo). Quizá más allá del interés literario (que lo tiene, sobre todo en cuanto al mérito de llevar una narración por medio del verso), hoy en día interesa más la vertiente histórica, que te hace ver Martín Fierro como un documento literaturizado que da cuenta de aspectos relevantes de la problemática hispanoamericana.

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