(HBO. 10 episodios: 21/02/16 - 17/04/16) |
Después de cinco temporadas, he conseguido ubicar esta serie al menos en mi cuadratura de esquemas. Ni comedia tipo Friends tal como cometía el error de encuadrarla en la primera temporada, ni tampoco dramedia, como aún me empeñaba en decir en la cuarta temporada. Girls es Girls, ni más ni menos. Ni podrá ser considerada una obra maestra de ese genio creador que debe de ser Lena Dunham, ni podrá resultar indiferente a nadie. Una de las mayores virtudes suyas es la de provocar, de ahí la profusión de tetas (y coños), casi siempre de la propia Hannah.
Que tenga identidad propia es uno de los mayores méritos de esta serie. Cuando ves por casualidad un episodio suyo, sabes al instante que es Girls (si es que la has visto, claro está), y no sólo porque casi todo transcurra en Nueva York, ni porque sus protagonistas sean reconocibles. Más bien es ese tono de seria frivolidad, ese reflexionar sobre temas tan intrascendentemente problemáticos. ¿Quién soy, por qué soy como soy, voy a cambiar algún día o voy a ser una loca/egoísta/insegura/marginada toda la vida?
Tras titubear bastante en entregas anteriores, lo curioso es que Girls se ha afinado o ha sabido depurar alguno de sus fallos más flagrantes para fluir con mayor armonía. Si bien Hannah es el centro neurálgico de la serie y de las cuatro amigas, cada una de ellas tiene su cuota de protagonismo, y la distribución argumental está más compensada, incluso para los otros secundarios. Tal y como sucede en la vida misma, unos están más próximos y otros se alejan más; las amistades se afianzan o bien se tambalean y amenazan con quedar rotas.
Empezamos con Marnie, que en el primer episodio va a casarse con ese peculiar sujeto llamado Desi, un pringado cambiante que va de enrollado y que encubre una falta de ideas propias alarmante. A todas luces sabes que va a cometer un grave error eligiéndole, pero como ya le había ocurrido a Jessa, el matrimonio no es esa institución que debería ser permanente, una decisión irrevocable surgida de una meditación profunda y madura. Da igual gastarse dinero, que lo importante parece recibir protagonismo y atención. Si me arrepiento después, me divorcio y punto. A la mierda los dólares que haya costado todo, a la mierda el amor de mi vida, que pase el siguiente.
Lo curioso es que después de ese bello episodio que es el seis (el más valorado por IMDb: The panic in Central Park, 9.0), cuando Marnie se encuentra por casualidad con Charlie y revive esa conexión que tuvo con él, hasta que se da cuenta de que el muchacho es un despojo y está enganchado a las drogas; parece que Marnie siente su particular epifanía y es capaz de reflexionar con la madurez que no suele tener, y deja a Desi, con quien no hacía más que discutir (y que se pondrá a salir ni más ni menos que con Lisa Bonet, mujer que ha debido de pactar con el diablo y parece que es su propia hija). Claro que a renglón siguiente la muchacha sueña que peina a Ray, y vuelve con él cuando su resolución era probar a vivir sola, independientemente. No sorprende mucho tampoco que vuelva a liarse con Desi después. El truco es decirle cuatro cosas bonitas para reafirmar esa autoestima devastada.
Shoshanna protagoniza uno de los episodios más divertidos: el tercero, Japan, es una muestra de lo paradójica que es esta chica. Vive en un país lleno de contrastes, muy moderno, mucho más que la propia NY, más cool, más colorida, más extravagante, y parece moverse como un pez en el agua. Sus costumbres las adopta como propias y ser extranjera en un país lejano no parece ser problema alguno. Hasta que la despiden del trabajo pese a que es muy eficiente, y el chico que le gusta es demasiado bueno. "Si me vuelven a pedir perdón tras chocarse conmigo, voy a volverme loca", llega a decir. Antes alguien dice que Japón parece el coño de Kate Perry. Puntazo.
El caso es que vuelve a EEUU y lo hace de la mano de Ray, cuyo local está siendo vapuleado por una cafetería prohipster, con un par de dueños políticamente correctos y estúpidamente encuadrados en su alternativismo. Cuando Shosh propone orientar el local de Ray como una cafetería antihipster, da en el clavo. La gracia está en que cuando menos preocupada o agobiada está en su éxito profesional, más equilibrada está. Sigue deparando momentos cuestionables, como con su ex, a quien ni avisa de su llegada ni con quien corta debidamente. Pero es Shosh y es la menos estrangulable de las chicas.
Jessa ha sufrido una transformación importante. Rehabilitada de su adicción a las drogas y al alcohol, con la motivación de querer ser psicóloga y ayudar a la gente, parece que su tendencia a la misantropía se ha atenuado o lo disimula mejor. Cae fatal (sobre todo a las tías) por esa forma suya de ser sincera y despreciable, y su aceptación de sí misma es total. El problema es que se enamora de Adam. Y Adam la busca y al final la consigue. Hay seguidores de la serie que detestan esta pareja y quieren que Adam vuelva con Hannah (incomprensible), los hay que la adoran y dicen que es auténtica, por no decir que perfecta.
Hasta que llegan los problemas, en forma de bebé sin nombre, puesto que la hermana de Adam, Caroline, ha huido, dejando a Laird solo. Una terrible discusión en la que destrozan la casa (ese hiperbolismo es también marca de la casa) dictamina el estado real de ambos, que en principio parecen más centrados (y lo son, a tenor de dónde venían, pero todo en cierta medida).
¿Y Hannah? Parece que ha encontrado su vocación en la docencia. Tiene un novio que es un chico normal y por tanto perfecto, Fran, por lo que todo su entorno (sobre todo sus padres: Loreen, que trata de reencontrarse a sí misma una vez que su marido Tad ha salido del armario: los problemas se suceden en cualquier momento de tu vida) le recomienda que no lo pierda, pese a que Hannah sabe a ciencia cierta que el chaval es idiota (le corrige los trabajos, juzga y prejuzga, se siente superior en todo momento y actúa en consecuencia...).
El egoísmo habitual en ella se alterna con momentos de lucidez. Dejar a Fran es un rasgo de inteligencia, pero lo deja bajándose de la caravana a las primeras de cambio de las vacaciones, vía SMS, escondida en el baño de las chicas. El despropósito de ese episodio es cuando le hace una mamada a Ray, que viene a rescatarla a las afueras, con su cafetería motorizada, y todo para demostrar que no es egoísta. Lo es, y cada vez lo tiene más asumido, como todas sus excentricidades. Eso sí, al menos lucha por remediarlo, como demuestra con la situación de que su mejor amiga esté con su ex, sin que esta le haya dado ninguna explicación, anteponiéndole a su amistad (total, ella se ha ganado a pulso que otras personas solo miren por ellos mismos).
Me queda Elijah, que emprende una relación con una celebridad, un presentador de televisión, ni más ni menos que Dill Harcourt (Corey Stoll, The Strain, House of Cards, poco creíble como gay promiscuo). Pronto el problema será que es uno más dentro de esa especie de harén que es su vida. No sé hasta qué punto era sincero cuando se le declara y le dice que él no lo quiere solo por su fama y por interés.
Lo mejor de la serie es que la próxima temporada será la última y parece que está encaminándose a que su cierre sea muy positivo, como positiva ha sido esta temporada, mucho más ágil en la fragmentación de tramas, menos Hannahnizada que en otras ocasiones. Ya que hemos llegado hasta aquí, habrá que ver cómo termina, por más que nos saquen de las casillas las protagonistas o por más que estemos hartos de tanta teta que no viene a cuento.
Que tenga identidad propia es uno de los mayores méritos de esta serie. Cuando ves por casualidad un episodio suyo, sabes al instante que es Girls (si es que la has visto, claro está), y no sólo porque casi todo transcurra en Nueva York, ni porque sus protagonistas sean reconocibles. Más bien es ese tono de seria frivolidad, ese reflexionar sobre temas tan intrascendentemente problemáticos. ¿Quién soy, por qué soy como soy, voy a cambiar algún día o voy a ser una loca/egoísta/insegura/marginada toda la vida?
Tras titubear bastante en entregas anteriores, lo curioso es que Girls se ha afinado o ha sabido depurar alguno de sus fallos más flagrantes para fluir con mayor armonía. Si bien Hannah es el centro neurálgico de la serie y de las cuatro amigas, cada una de ellas tiene su cuota de protagonismo, y la distribución argumental está más compensada, incluso para los otros secundarios. Tal y como sucede en la vida misma, unos están más próximos y otros se alejan más; las amistades se afianzan o bien se tambalean y amenazan con quedar rotas.
Empezamos con Marnie, que en el primer episodio va a casarse con ese peculiar sujeto llamado Desi, un pringado cambiante que va de enrollado y que encubre una falta de ideas propias alarmante. A todas luces sabes que va a cometer un grave error eligiéndole, pero como ya le había ocurrido a Jessa, el matrimonio no es esa institución que debería ser permanente, una decisión irrevocable surgida de una meditación profunda y madura. Da igual gastarse dinero, que lo importante parece recibir protagonismo y atención. Si me arrepiento después, me divorcio y punto. A la mierda los dólares que haya costado todo, a la mierda el amor de mi vida, que pase el siguiente.
Lo curioso es que después de ese bello episodio que es el seis (el más valorado por IMDb: The panic in Central Park, 9.0), cuando Marnie se encuentra por casualidad con Charlie y revive esa conexión que tuvo con él, hasta que se da cuenta de que el muchacho es un despojo y está enganchado a las drogas; parece que Marnie siente su particular epifanía y es capaz de reflexionar con la madurez que no suele tener, y deja a Desi, con quien no hacía más que discutir (y que se pondrá a salir ni más ni menos que con Lisa Bonet, mujer que ha debido de pactar con el diablo y parece que es su propia hija). Claro que a renglón siguiente la muchacha sueña que peina a Ray, y vuelve con él cuando su resolución era probar a vivir sola, independientemente. No sorprende mucho tampoco que vuelva a liarse con Desi después. El truco es decirle cuatro cosas bonitas para reafirmar esa autoestima devastada.
Shoshanna protagoniza uno de los episodios más divertidos: el tercero, Japan, es una muestra de lo paradójica que es esta chica. Vive en un país lleno de contrastes, muy moderno, mucho más que la propia NY, más cool, más colorida, más extravagante, y parece moverse como un pez en el agua. Sus costumbres las adopta como propias y ser extranjera en un país lejano no parece ser problema alguno. Hasta que la despiden del trabajo pese a que es muy eficiente, y el chico que le gusta es demasiado bueno. "Si me vuelven a pedir perdón tras chocarse conmigo, voy a volverme loca", llega a decir. Antes alguien dice que Japón parece el coño de Kate Perry. Puntazo.
El caso es que vuelve a EEUU y lo hace de la mano de Ray, cuyo local está siendo vapuleado por una cafetería prohipster, con un par de dueños políticamente correctos y estúpidamente encuadrados en su alternativismo. Cuando Shosh propone orientar el local de Ray como una cafetería antihipster, da en el clavo. La gracia está en que cuando menos preocupada o agobiada está en su éxito profesional, más equilibrada está. Sigue deparando momentos cuestionables, como con su ex, a quien ni avisa de su llegada ni con quien corta debidamente. Pero es Shosh y es la menos estrangulable de las chicas.
Jessa ha sufrido una transformación importante. Rehabilitada de su adicción a las drogas y al alcohol, con la motivación de querer ser psicóloga y ayudar a la gente, parece que su tendencia a la misantropía se ha atenuado o lo disimula mejor. Cae fatal (sobre todo a las tías) por esa forma suya de ser sincera y despreciable, y su aceptación de sí misma es total. El problema es que se enamora de Adam. Y Adam la busca y al final la consigue. Hay seguidores de la serie que detestan esta pareja y quieren que Adam vuelva con Hannah (incomprensible), los hay que la adoran y dicen que es auténtica, por no decir que perfecta.
Hasta que llegan los problemas, en forma de bebé sin nombre, puesto que la hermana de Adam, Caroline, ha huido, dejando a Laird solo. Una terrible discusión en la que destrozan la casa (ese hiperbolismo es también marca de la casa) dictamina el estado real de ambos, que en principio parecen más centrados (y lo son, a tenor de dónde venían, pero todo en cierta medida).
¿Y Hannah? Parece que ha encontrado su vocación en la docencia. Tiene un novio que es un chico normal y por tanto perfecto, Fran, por lo que todo su entorno (sobre todo sus padres: Loreen, que trata de reencontrarse a sí misma una vez que su marido Tad ha salido del armario: los problemas se suceden en cualquier momento de tu vida) le recomienda que no lo pierda, pese a que Hannah sabe a ciencia cierta que el chaval es idiota (le corrige los trabajos, juzga y prejuzga, se siente superior en todo momento y actúa en consecuencia...).
El egoísmo habitual en ella se alterna con momentos de lucidez. Dejar a Fran es un rasgo de inteligencia, pero lo deja bajándose de la caravana a las primeras de cambio de las vacaciones, vía SMS, escondida en el baño de las chicas. El despropósito de ese episodio es cuando le hace una mamada a Ray, que viene a rescatarla a las afueras, con su cafetería motorizada, y todo para demostrar que no es egoísta. Lo es, y cada vez lo tiene más asumido, como todas sus excentricidades. Eso sí, al menos lucha por remediarlo, como demuestra con la situación de que su mejor amiga esté con su ex, sin que esta le haya dado ninguna explicación, anteponiéndole a su amistad (total, ella se ha ganado a pulso que otras personas solo miren por ellos mismos).
Me queda Elijah, que emprende una relación con una celebridad, un presentador de televisión, ni más ni menos que Dill Harcourt (Corey Stoll, The Strain, House of Cards, poco creíble como gay promiscuo). Pronto el problema será que es uno más dentro de esa especie de harén que es su vida. No sé hasta qué punto era sincero cuando se le declara y le dice que él no lo quiere solo por su fama y por interés.
Lo mejor de la serie es que la próxima temporada será la última y parece que está encaminándose a que su cierre sea muy positivo, como positiva ha sido esta temporada, mucho más ágil en la fragmentación de tramas, menos Hannahnizada que en otras ocasiones. Ya que hemos llegado hasta aquí, habrá que ver cómo termina, por más que nos saquen de las casillas las protagonistas o por más que estemos hartos de tanta teta que no viene a cuento.
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