(104 páginas. 15€. Año de edición: 2016) |
A pesar de que el tema tratado es bastante delicado, por no decir incómodo (y no hablo ya del alzheimer, sino de la vejez), Paco Roca (en Guía del cómic presentan una semblanza suya muy completa) nos deleita con esta historieta gráfica, repleta de ternura y delicadeza, que sobrepasa el propio género del cómic para convertirse en una historia humana entrañable, una experiencia que debería de ser obligatoria.
Juan, el hijo de Emilio, no aguanta más o no soporta por más tiempo hacerse cargo de su padre, aquejado de una demencia senil que va en aumento. En un interesante recurso de mostrarnos lo que el anciano tiene en la cabeza, de hecho, empezamos en una sucursal bancaria, hasta que Juan estalla y para la fantasía del anciano. Quizá no hubiera venido mal, en ese momento o cuando realiza el ingreso en la residencia a su padre, un flashback en el que viéramos a Emilio cuidando de su pequeño (a veces somos seres de lo más ingratos y desagradecidos). En su lugar, vemos en una página dividida en 5 viñetas cómo se siente, como si estuviera en el primer día de colegio ("Qui-quiero irme con mi madre", le dice el pobre al profesor o director que le acompaña).
Digamos que es la introducción del relato, pues el núcleo principal es cómo Emilio se adapta a su nueva vida. Pronto conoce a Miguel, su compañero de habitación, un vivales que siempre está sacando pasta a los residentes, motivo por el cual es una especie de "camello" allí: "Si necesitas cualquier cosa, sólo tienes que decírmelo. Puedo conseguir lo que quieras". El retrato de este personaje es uno de los más conseguidos.
Miguel le presenta los espacios del recinto (las diversas salas donde dormitan los ancianos, la temible escalera que conduce al piso de arriba, donde habitan los asistidos) y a otros habitantes de la residencia, como la señora Sol, una mujer bastante ida y muy adinerada (de lo que se aprovechará Miguel); la señora Rosario, que, pegada a una ventana, imagina que viaja en el Orient Express, y de hecho la vemos al principio con su aspecto de juventud; Antonia, que rapiña los envases que puede para dárselos a sus familiares en alguna visita que tiene; y Dolores y Modesto, pareja de abuelos en la que él tiene un alzheimer bastante desarrollado y ella le asiste en todo lo posible. El descreído Miguel, que se queja de lo mala que es la edad vetusta, resta importancia a la abnegación de Dolores escudándose en que su marido ni siquiera la reconoce (aunque hay detalles, como la mueca de una sonrisa, que sugieren lo contrario).
De manera habilidosa se nos muestran las monótonas rutinas en el centro, como la hora de gimnasia o la del bingo, tratadas con sentido del humor, pero siempre sin caer en bromas chuscas o fáciles. Aparte del tiempo mayoritario que dedican para comer y dormir (magistralmente retratadas en las páginas 46 y 47), se cuelan momentos que definen las relaciones entre los mayores, que se tienen unos a otros, algo más importante si cabe que las visitas externas, como ocurre en Navidades.
El caso más evidente es el de Miguel, que, pese a su fachada de soltero despegado del mundo, se encariña de Emilio y cuando sus síntomas empiezan a ser mucho más evidentes, trata de encubrirlo y de protegerlo. Cuando Emilio va al médico y este le revela la irreversibilidad de su estado, tenemos siete viñetas observando sus pies, pues el alicaído hombre no puede levantar la vista, y los bocadillos nos suministran la temible noticia que era evidente pero que no se había explicitado con palabras.
Llega la lucha contra el destino por parte de Emilio y Miguel, y más cuando suben a Modesto porque Dolores no puede ocuparse de él sola. Decide irse con él y antes se nos explica con un precioso flashback la broma susurrada por parte de ella. Ese "tramposo" que nos remite a su adolescencia, cuando una trampa de Modesto le ayudó a que ella fuera su novia. El punto culminante es la huida de Antonia, Emilio y Miguel de la residencia, coronado por el ataque homicida del ciego Ramón a Félix, su compañero de habitación, que roncaba crispándole los nervios.
Ni siquiera las etiquetas que le procura Miguel a su amigo impiden el deterioro de Emilio. Las últimas viñetas, en las cuales Miguel ayuda a Emilio a comer, son de lo más logradas, (nunca antes tuvo más sentido esa frase de "una imagen vale más que mil palabras") con los trazos que se desdibujan en el rostro de su amigo. Similar introspección a la visita de Antonia al vagón donde viaja Rosario y que rematan este viaje por la vejez.
Era fácil y tentador abandonarse a tópicos o recurrir a la sensiblería barata, pero Paco Roca esquiva el humor a costa de reírse de las dolencias varias de estas personas mayores. Te toca el corazón y te hace reflexionar sobre la vejez, uno de esos tabúes de nuestra sociedad, pese a que cada día nos encaminamos a que sea el sector social más numeroso. Es motivo de alegría las doce ediciones y los más de 6o.000 ejemplares vendidos. He encontrado una guía de lectura por ahí, así como la versión cinematográfica. Por último, hay que destacar la edición, en tapa dura, a todo color, para contrarrestar un tanto la grisura que supone una etapa vital tan delicada.
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