Daredevil. Temporada 2

(Netflix. 13 episodios: 18/3/2016)

Sí, hay que reconocerle a Netflix el mérito de haber dado con una serie sólida, por momentos incluso vibrante. Bueno, más bien de haber dado con un universo propio, ese Nueva York y su Hell's Kitchen que tanto juego dio también en Jessica Jones y, por lo que parece, se amplía a Luke Cage (este me llamó menos la atención, y no creo que la siga, que ya si no me saturo de superhéroes). En lo que siempre resulta un reto, o más bien una cuesta arriba que suele costar superar, la segunda temporada de Daredevil ha estado a la altura, e incluso puede que haya superado los vuelos iniciales en algunos aspectos. 

Y es que salvo por menudencias como que el traje de nuestro héroe con bastón es un tanto aparatoso, en contraposición con otros personajes menos vistosos (incluso Elektra con un traje similar no da la sensación de estar disfrazada, al contrario que Matt), o un par de dudas que quedan sin resolver, tipo Lost, la mayor pega que le puedo poner es que sus secundarios han alcanzado un mayor carisma que el protagonista.

Han pasado ya unos meses, pero venga, va, aviso de que vienen spoilers...

Matt Murdock se obsesiona con su faceta nocturna, o eso le parece a su compañero de fatigas, Foggy Nelson, que le pide encarecida y cansinamente que deje su faceta justiciera. Por una parte tiene razón: más allá del peligro que corre (creo que Daredevil es el héroe que más hostias recibe, si Kickass no dice lo contrario), el bufete se ve mermado con tantas ausencias suyas y con tantos frentes abiertos (algunos personajes parece que no duermen nunca). Matt no da a basto, y eso que en buena parte del metraje está acompañado de Elektra (Elodie Yung da la talla, no se queda en el mérito de ser meramente una cara bonita). Esta vez, además, queda más difuminado su sentimiento de culpa, con una única aparición del cura y apenas una vez que se santigua, y este aspecto era tan revelador del personaje como su ceguera.

El componente religioso ya no opera de la misma manera que en la primera tanda y tanto individualismo y tanto fatalismo cansan hasta el más pintado. De todas maneras, Karen Paige lo intenta una y otra vez, y si bien el bufete se va al carajo tras un desastroso juicio defendiendo a the Punisher, la relación aún sigue en el aire, y más con la revelación (por fin) tardía de Matt. 

El caso es que ninguno de los tres protagonistas "diurnos" consiguen atrapar el interés como todo lo referente al Diablo rojo. O bien uno es por momentos muy pesado, o bien a Karen se le saltan las lágrimas con demasiada facilidad (y está metida en todas, o es gafe o muy oportuna), o bien el otro en plan tan mártir como que no. Se hace de día equivale por momentos a llega el bostezo.

O quizá es que ha habido un personaje que se ha merendado al resto: Frank Castle y su drama a cuestas, interpretado por un redimido Jon Bernthal, que nos hace olvidar a Shane en The Walking Dead gracias a un catálogo de contención, dureza y sangre fría. Como he leído por ahí, Bernthal ha nacido para caracterizar a este personaje y es hasta lógico que se haya ganado su propia serie, aunque difícilmente consiga acaparar más protagonismo que en esta segunda temporada. 

Nos va y mucho que haya un justiciero que arramble sin más contra los "malos", si bien es bueno que nos recuerden que eso de tomarse la justicia por la mano es injustificable y debería ocurrir solo en casos de necesidad, como se da en este caso en que la corrupción llega a extremos inauditos. El contraste entre el proceder de Frank y Matt es evidente, y pronto los dos héroes (¿?) dejarán de molerse a palos para colaborar entre sí. La línea que ambos establecen no está tan lejos, una vez que los dos han desistido de los cauces habituales de la sociedad para dirimir los problemas. Que uno siegue vidas y otro se resista a ello no deja de ser una diferencia de matices.


Si bien la parte del taladro en el pie y su asombrosa recuperación da para varias tesis médicas, y si bien la parte en la que se encuentra con el otro gran personaje de la serie, Wilson Fisk, que maneja a sus anchas el cotarro de la prisión, se les va un poco de las manos, la presentación de este personaje no ha podido ser más espectacular. Podría haber un poco más de elaboración en la calavera de the Punisher, pero oye, que hay sprays indelebles que no se van ni con lejía.


Kingpin (me he enterado de que significa mandamás) se va cociendo a fuego lento y aunque sólo se le vislumbra en un par o tres de episodios, su alargada (u oronda) sombra es muy alargada, y asusta más que toda la horda junta de ninjas nipones que por momentos parecían de cartón, de lo fácilmente que se los quitaban de encima Daredevil y Elektra.


Aunque no me ha parecido muy bien resuelta la trama entrecruzada de Blacksmith y de la Mano (para la primera deriva la de Frank y en la segunda se ve más implicada a Elektra), hemos tenido minutos estupendos, como los del tiroteo en la oficina de Reyes, los del hospital con los de la transfusión de sangre, que parecían sacados de una de zombies, o los protagonizados por D'Onofrio. Como siempre, las escenas de lucha son una gozada y la sucia oscuridad le da una ambientación de lo más apropiada. Quizá, eso sí, es demasiado simplista que lo que buscaba este grupo oscurantista cuya cabeza visible vuelve a ser Nobu, regresado de entre los muertos, sea la propia Elektra, aunque su final le da mayor sentido de cara al futuro. Eso sí, el hoyo ese, ¿para qué?


Por lo demás, esta vez me ha parecido menos interesante (o más plano) Stick, gustan los entrecruzamientos con Jessica Jones (Foggy parece que va a acabar en el bufete de Jeri Hogarth) y saben a poco las apariciones de Claire. Alguna costurilla se le ha visto a la temporada, pero en general han mantenido un nivel muy alto, equiparable por momentos a una producción cinematográfica.


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