(345 páginas. 8,50€. Año de edición: 1991) |
Subtitulado "Para educación de príncipes", Valle-Inclán incluye en este tablado tres piezas: Farsa italiana de la enamorada del rey, Farsa infantil de la cabeza del dragón y Farsa y licencia de la reina castiza. Tres obritas de teatro que exponen en gran medida ese genio creador de principios de siglo XX, sin parangón en la mezcla entre belleza por la belleza y degradación asociada a la realidad española, casi siempre en permanente estado de crisis. No cuesta ver cómo se está gestando el paso desde el teatro poético al esperpento.
Antes de hablar de ellas, un apunte: el libro fue adquirido en la Cuesta de Moyano y la edición del Círculo de lectores tiene el aliciente de un estudio introductorio muy interesante de Jesús Rubio Jiménez. No sé si la edición es fácil de conseguir, pero merece la pena. En la introducción, por ejemplo, se habla de
"el carácter subversivo que las preside, su tendencia a convertir la percepción habitual, revelando que la vida es juego de apariencias y que en cualquier momento lo que parecía más consistente puede desvanecerse. Esta reversibilidad se concreta en la utilización sistemática de algunos procedimientos: presencia de personajes pertenecientes al mundo de la farándula, abundante uso de disfraces, el teatro dentro del teatro, la ruptura constante de la ilusión barajando tiempos y lugares o simplemente contrastándolos, la presentación de la literatura como mixtificación de la percepción del mundo".
Otro aspecto en el que se incide en la introducción "son los ecos cervantinos en la creación de personajes (Micomicón, la Maritornes, Espadián, Fierabrás..." y situaciones (mezcla realidad-apariencia, la escena de la venta)".
Yendo por orden, nos encontramos primero con la Farsa italiana de la enamorada del rey, ambientada en "una corte del siglo XVIII, con luces y comparsas de opereta", y con una primera y tercera jornada que discurren en una venta situada en La Mancha, mientras que la segunda transcurre en un palacio neoclásico (los contrastes son uno de los ejes de la escritura de Valle). Tenemos una Mari-Justina a lo don Quijote, enamorada de una imagen idealizada del rey, un rey desvencijado y cochambroso, y tenemos a un Maese Notario (titiritero) que ayudará a la joven para que el rey sepa de estos amores. Está escrita en verso, por si fuera poco.
Luego viene Farsa infantil de la cabeza del dragón, de seis escenas, cuyo mérito reside en esa doble lectura que consigue que leamos esta obrita en primeros cursos de la ESO y sin embargo, permite interpretaciones mucho más críticas y profundas. Ese Valle comprometido y crítico pone en boca del Bufón la siguiente intervención:
"Si corriste mundo, habrás visto cómo España, donde nadie come, es la cosa más difícil el ser gracioso. Sólo en el Congreso hacen allí gracia las payasadas. Sin duda porque los padres de la Patria comen en todas partes, hasta en España".
La vigencia es, como puede observarse, absoluta, y no sólo porque muestra la inutilidad de las instituciones españolas más importantes, encabezadas, cómo no, por esa monarquía anacrónica ya a principios del XX. Lo que parecía una pieza fantástica y distanciada de la realidad, con duendes, princesas (bueno, infantinas) y dragones, para nada resulta evasiva como lo pueda ser el Modernismo del que proviene el propio autor.
Por último, Farsa y licencia de la Reina castiza es una sátira demoledora del reinado de Isabel II, famosa por una conducta erótica que no pasó desapercibida en su época (ayudada en parte por sus propias indiscreciones, ya que incluso las ponía por escrito). El Gran Preboste sería Narváez y el Ministro de Guerra Urbiztondo Tragatundas. Vuelta al verso y a las tres jornadas, y quizá la obra con más visos de esperpento de las tres.
No sé si porque me cuesta más el verso que la prosa, o si por ser la obra más conocida o reconocible para mí, pero me quedo con la Farsa infantil, dentro de lo que es disfrutar de una prosa exquisita y unas intenciones que todavía engrandecen más a Valle. Sin duda, hoy en día tendría mucho material para poner en pie su creación más emblemática, aunque esta vez los espejos del callejón del Gato no tendrían que ser cóncavos o convexos, tan sólo tendrían que apuntar a ese Congreso donde no consiguen ponerse de acuerdo para gobernar...
Comentarios
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