(704 páginas. 10,40€. Año de edición: 2015) |
El tocho del verano ha sido esta obra francesa titulada Rojo y negro (aún tengo que saber el porqué del nombre más allá de la fuerza que transmite el título), novela característica del Realismo del siglo XIX. Es indudable que esta corriente literaria hoy en día parece algo acartonada y que ese narrador omnisciente es ortopédico e intrusivo, un mirón por momentos molesto e indiscreto al que preferiríamos no escuchar.
Echa para atrás ese comienzo fecunda y largamente descriptivo sobre la zona en la que acaecen los hechos, pero ese rigor documentado es marca de la casa. Esos aspectos que cuestan más a un lector actual no son óbice para que luego podamos disfrutar de un despliegue abrumador de un escritor magistral a la hora de mostrarnos unos retratos profundos, de enorme riqueza psicológica. Julien Sorel se lleva la palma, pero la minuciosidad del autor te lleva a comprender a cualquier personaje.
Estructurada en dos partes y 45 capítulos, la primera transcurre entre Verrières (inventada por el autor, a lo Clarín con Vetusta) y Besançon, y la segunda en París, y es un documento óptimo para conocer las costumbres sociales de la época, como bien se encarga de señalar el propio autor (bajo el seudónimo de Gruffot Papera en el apéndice de esta estupenda edición de Penguin, que también incluye una exhaustiva introducción de Michel Crouzet).
Esa Francia de 1830 post Napoleón y post revolución, muy clasista y muy influida por la religión (aunque eso lo vemos porque Julien entra como seminarista o algo parecido), se rige por valores emparentados con las apariencias. El mérito de Stendhal es capturar, por así decirlo, un fragmento de la realidad y traspasarlo al papel. Todas las clases sociales son retratadas, y la psicología de los personajes abruma por momentos de tanta complejidad y profundización.
En lo que sería la iniciación del hijo del egoísta y mezquino aserrador, Julien, a sus 19 años, entra como preceptor de los tres hijos del alcalde de la ciudad, el señor de Rênal, gracias a la fama de su manejo del latín y su buena memoria (es capaz de aprenderse la Biblia), virtudes estas amparadas por el clérigo ochentón de la zona, el padre Chélan, pero sobre todo para favorecer su imagen y su posición de cara a su oponente, el director del asilo llamado Valenod. El problema es que la joven esposa del alcalde, la señora de Rênal, de treinta años, se acabará enamorando de él y cometiendo un adulterio que tampoco se explicita demasiado.
La maestría de Stendhal viene en la manera de exponer esta relación que surge por la conjunción de la inocencia y falta de maldad de la señora de Rênal, una mujer hermosa de ojos claros, mucha dulzura y poca experiencia con hombres, y el sentimiento de clase y el orgullo del joven Julien, que además de su prodigiosa memoria, cuenta con un rostro muy bello y una ambición desmedida. Al principio se mueve por el dinero y luego ya aspira a mejorar su posición en la sociedad, todo ello bajo el signo de su admiración secreta por Napoleón Bonaparte.
Es curioso cómo se inicia este adulterio, por el roce casual con la mano de la señora de Rênal, y el reto que le supone a Julien que una mujer rica no le quite la mano cuando intente de nuevo tomársela. Como quiera que Elisa, la criada de la casa, aspiraba a casarse con Julien, esta y el propio Valenod mandan anónimos al señor de Rênal, al margen de las imprudencias que cometen los amantes, que suceden entre Verrières y la casa de campo de Vergy, donde una familiar de la señora de Renal, la señora Derville, es testigo de las imprudencias de la esposa del alcalde. Faltaría por mencionar a Fouqué, el amigo que no sé muy bien de dónde se saca Julien, y que quiere convencerle para meterse en negocios con él.
Se acaba la parte más "rural", más de provincias, para dirimir intrigas más urbanas o palaciegas, y es que al final Julien tendrá que dejar la casa y partirá para Besançon, al seminario, en lo que es la parte más aburrida del libro, al dirimir las disputas entre jacobinos (que no me ha quedado del todo claro si son monárquicos, si son republicanos, si son liberales o si son conservadores) y la otra facción de clérigos. El padre Pirard lo dirige y aunque al principio se muestra distante y frío con él pese a la recomendación de su amigo Chelán, cuando lo destituyen por intrigas de párrocos, se decide a llevárselo con él a París, donde lo meterá en la casa (palacio, vaya) del marqués de La Mole, un par francés.
Aquí tenemos un retrato profuso de los usos y costumbres cortesanos de la época. Buenos modales, refinamiento, superficialidad e hipocresía podrían ser las señas de identidad. Julien entra como secretario del Marqués y aunque pronto demuestra habilidad como su lacayo, y como quiera que es del agrado de este hombre, poco a poco lo van introduciendo en los salones o en costumbres más propias de esta clase social, como la equitación. Los primeros intentos son un fracaso y produce más hilaridad que curiosidad, pero de nuevo el carácter decidido y orgulloso de Sorel le abrirán las puertas.
Aunque más bien la que le abre las puertas es la hija del marqués, Mathilde, una joven clasista que se aburre de los aduladores de su entorno, en el que destaca el marqués de Croisenois; ni su hermano, el conde Norbert, ni su padre se enterarán a tiempo del idilio amoroso entre alguien tan inferior como Julien, y esa muchacha que es tan cambiante como alta su consideración social. De nuevo la habilidad de Stendhal es hacer creíble una relación amorosa así, que se fundamenta en las aspiraciones de Julien y las fantasías heroicas de otras épocas. El embrollo es casi imposible de reproducirlo.
El caso es que tras dimes y diretes varios, te quieros y ya no te quieros porque eres un vil sirviente de mi padre, entre el proceder silencioso y calculador de Julien y los consejos de un aristócrata condenado a muerte, el conde de Altamira, que le aconseja dar celos haciendo la corte a otra (la señora de Fervaques) e ignorándola, a pesar de que Julien parece enamorado de Mathilde como lo estuvo (relativamente) de la señora de Rênal, terminan casándose en secreto porque ella se queda preñada (es curioso cómo lo sexual queda desterrado de toda alusión, por cierto).
Aquí llega la parte más novelesca, aunque por otra parte esté basada en hechos reales: el marqués de La Mole, cuando su hija se lo confiesa (por carta: si ocurriera hoy en día se hubiera valido del whatsapp), pide informes a la señora de Rênal, que acusa a Julien, por intercesión de su confesor (que quería prosperar, aquí no hay mucho cura que se libre de ambiciones políticas o económicas), de aprovecharse de su belleza y de su éxito para con las mujeres. Julien se vuelve loco y parte para Verrières, donde dispara en dos ocasiones con la que fue su primer amor.
Aunque la Rênal se salva por la mala puntería de Julien, este es condenado a la guillotina (creo, porque se menciona la cabeza del protagonista). En la cárcel Julien transita entre el hastío que siente por Mathilde (a quien baja en el escalafón de sus amores cuando ve que ya no prosperará y cuando ve que ella se arrastra de todas las maneras por ese amor que le lleva a aguantar todo tipo de desplantes, olvidando su orgullo de casta), el amor recobrado por la señora de Rênal, y las dudas acerca de su comportamiento (aunque, paradójicamente, no hay demasiadas con respecto a su proceder con Dios como buen cristiano).
Cuesta entender la totalidad de la obra porque las costumbres sociales no tienen nada que ver, pero es maravilloso el lenguaje del autor y la introspección de los personajes. Es por eso por lo que no importa que el narrador omnisciente, aunque tosco para nuestros ojos de siglo XXI, tenga tanto protagonismo o haga transiciones tan poco sutiles. Más actual es ese retrato de lo que podría considerarse un antihéroe, un tipo que es calculador, vanidoso y mezquino, que no le importa manipular o pisotear para conseguir sus ambiciones.
Cabe destacar gran parte de las citas que encabezan casi todos los episodios (los últimos son los únicos que no tienen), así como argumentaciones alambicadas o sustanciosas:
Estructurada en dos partes y 45 capítulos, la primera transcurre entre Verrières (inventada por el autor, a lo Clarín con Vetusta) y Besançon, y la segunda en París, y es un documento óptimo para conocer las costumbres sociales de la época, como bien se encarga de señalar el propio autor (bajo el seudónimo de Gruffot Papera en el apéndice de esta estupenda edición de Penguin, que también incluye una exhaustiva introducción de Michel Crouzet).
Esa Francia de 1830 post Napoleón y post revolución, muy clasista y muy influida por la religión (aunque eso lo vemos porque Julien entra como seminarista o algo parecido), se rige por valores emparentados con las apariencias. El mérito de Stendhal es capturar, por así decirlo, un fragmento de la realidad y traspasarlo al papel. Todas las clases sociales son retratadas, y la psicología de los personajes abruma por momentos de tanta complejidad y profundización.
En lo que sería la iniciación del hijo del egoísta y mezquino aserrador, Julien, a sus 19 años, entra como preceptor de los tres hijos del alcalde de la ciudad, el señor de Rênal, gracias a la fama de su manejo del latín y su buena memoria (es capaz de aprenderse la Biblia), virtudes estas amparadas por el clérigo ochentón de la zona, el padre Chélan, pero sobre todo para favorecer su imagen y su posición de cara a su oponente, el director del asilo llamado Valenod. El problema es que la joven esposa del alcalde, la señora de Rênal, de treinta años, se acabará enamorando de él y cometiendo un adulterio que tampoco se explicita demasiado.
La maestría de Stendhal viene en la manera de exponer esta relación que surge por la conjunción de la inocencia y falta de maldad de la señora de Rênal, una mujer hermosa de ojos claros, mucha dulzura y poca experiencia con hombres, y el sentimiento de clase y el orgullo del joven Julien, que además de su prodigiosa memoria, cuenta con un rostro muy bello y una ambición desmedida. Al principio se mueve por el dinero y luego ya aspira a mejorar su posición en la sociedad, todo ello bajo el signo de su admiración secreta por Napoleón Bonaparte.
Es curioso cómo se inicia este adulterio, por el roce casual con la mano de la señora de Rênal, y el reto que le supone a Julien que una mujer rica no le quite la mano cuando intente de nuevo tomársela. Como quiera que Elisa, la criada de la casa, aspiraba a casarse con Julien, esta y el propio Valenod mandan anónimos al señor de Rênal, al margen de las imprudencias que cometen los amantes, que suceden entre Verrières y la casa de campo de Vergy, donde una familiar de la señora de Renal, la señora Derville, es testigo de las imprudencias de la esposa del alcalde. Faltaría por mencionar a Fouqué, el amigo que no sé muy bien de dónde se saca Julien, y que quiere convencerle para meterse en negocios con él.
Se acaba la parte más "rural", más de provincias, para dirimir intrigas más urbanas o palaciegas, y es que al final Julien tendrá que dejar la casa y partirá para Besançon, al seminario, en lo que es la parte más aburrida del libro, al dirimir las disputas entre jacobinos (que no me ha quedado del todo claro si son monárquicos, si son republicanos, si son liberales o si son conservadores) y la otra facción de clérigos. El padre Pirard lo dirige y aunque al principio se muestra distante y frío con él pese a la recomendación de su amigo Chelán, cuando lo destituyen por intrigas de párrocos, se decide a llevárselo con él a París, donde lo meterá en la casa (palacio, vaya) del marqués de La Mole, un par francés.
Aquí tenemos un retrato profuso de los usos y costumbres cortesanos de la época. Buenos modales, refinamiento, superficialidad e hipocresía podrían ser las señas de identidad. Julien entra como secretario del Marqués y aunque pronto demuestra habilidad como su lacayo, y como quiera que es del agrado de este hombre, poco a poco lo van introduciendo en los salones o en costumbres más propias de esta clase social, como la equitación. Los primeros intentos son un fracaso y produce más hilaridad que curiosidad, pero de nuevo el carácter decidido y orgulloso de Sorel le abrirán las puertas.
Aunque más bien la que le abre las puertas es la hija del marqués, Mathilde, una joven clasista que se aburre de los aduladores de su entorno, en el que destaca el marqués de Croisenois; ni su hermano, el conde Norbert, ni su padre se enterarán a tiempo del idilio amoroso entre alguien tan inferior como Julien, y esa muchacha que es tan cambiante como alta su consideración social. De nuevo la habilidad de Stendhal es hacer creíble una relación amorosa así, que se fundamenta en las aspiraciones de Julien y las fantasías heroicas de otras épocas. El embrollo es casi imposible de reproducirlo.
El caso es que tras dimes y diretes varios, te quieros y ya no te quieros porque eres un vil sirviente de mi padre, entre el proceder silencioso y calculador de Julien y los consejos de un aristócrata condenado a muerte, el conde de Altamira, que le aconseja dar celos haciendo la corte a otra (la señora de Fervaques) e ignorándola, a pesar de que Julien parece enamorado de Mathilde como lo estuvo (relativamente) de la señora de Rênal, terminan casándose en secreto porque ella se queda preñada (es curioso cómo lo sexual queda desterrado de toda alusión, por cierto).
Aquí llega la parte más novelesca, aunque por otra parte esté basada en hechos reales: el marqués de La Mole, cuando su hija se lo confiesa (por carta: si ocurriera hoy en día se hubiera valido del whatsapp), pide informes a la señora de Rênal, que acusa a Julien, por intercesión de su confesor (que quería prosperar, aquí no hay mucho cura que se libre de ambiciones políticas o económicas), de aprovecharse de su belleza y de su éxito para con las mujeres. Julien se vuelve loco y parte para Verrières, donde dispara en dos ocasiones con la que fue su primer amor.
Aunque la Rênal se salva por la mala puntería de Julien, este es condenado a la guillotina (creo, porque se menciona la cabeza del protagonista). En la cárcel Julien transita entre el hastío que siente por Mathilde (a quien baja en el escalafón de sus amores cuando ve que ya no prosperará y cuando ve que ella se arrastra de todas las maneras por ese amor que le lleva a aguantar todo tipo de desplantes, olvidando su orgullo de casta), el amor recobrado por la señora de Rênal, y las dudas acerca de su comportamiento (aunque, paradójicamente, no hay demasiadas con respecto a su proceder con Dios como buen cristiano).
Cuesta entender la totalidad de la obra porque las costumbres sociales no tienen nada que ver, pero es maravilloso el lenguaje del autor y la introspección de los personajes. Es por eso por lo que no importa que el narrador omnisciente, aunque tosco para nuestros ojos de siglo XXI, tenga tanto protagonismo o haga transiciones tan poco sutiles. Más actual es ese retrato de lo que podría considerarse un antihéroe, un tipo que es calculador, vanidoso y mezquino, que no le importa manipular o pisotear para conseguir sus ambiciones.
Cabe destacar gran parte de las citas que encabezan casi todos los episodios (los últimos son los únicos que no tienen), así como argumentaciones alambicadas o sustanciosas:
As the blackest sky / Foretells the heaviest tempest (Como el cielo más sombrío / anuncia la más furiosa tempestad, Byron).
La gozosa sonrisa se heló en sus labios; se acordó del lugar que ocupaba en la escala social, sobre todo a los ojos de una noble y rica heredera. Un momento después, en su rostro sólo había orgullo y odio contra sí mismo. Sentía un profundo despecho por haber retrasado su partida más de una hora para recibir tan humillante acogida.
Mathilde tenía demasiado buen gusto para colocar en la conversación una frase pensada previamente; pero tenía también demasiada vanidad para no estar encantada de sí misma.La cortesía no es más que la falta de cólera producida por los malos modales.
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