Vikings. Temporada 4 (primera parte)

(History. 10 episodios: 18/02/16 - 21/04/16)
Contiene spoilers

No entiendo demasiado bien la decisión de dividir la temporada en dos partes. Hemos tardado mucho en arrancar y mientras que antes en 10 capítulos teníamos suficiente, ahora nos hemos quedado a la mitad. Quizá obedece a la dispersión que ha caracterizado esta temporada, en la que hemos tenido tres líneas argumentales al mismo tiempo: la de Ragnar, la de Wessex y la de París. Al iniciar la incursión a París, incluso cuatro, con Kattegat y la guapísima pero insufrible Aslaug campando a sus anchas. Normal que se haya ralentizado la trama. 

Cuando se estiran los hechos que se cuentan, se corre el riesgo de que haya menos cohesión. El caso es que hemos tenido momentos casi vergonzantes, como las escenas de la infumable china Yidu (Dianne Doan) en plan geisha de las drogas, con otros momentos épicos, como la derrota que sufren las huestes de Lothbrok. Y demasiados tiempos muertos, demasiadas elipsis, demasiadas vueltas para terminar donde siempre: en el campo de batalla.

Uno de los mayores méritos de Vikings es sortear esa sensación de estar viendo siempre lo mismo: invasiones y más invasiones, unas veces en Inglaterra, otras en Francia. Ragnar incrementando su fama, mientras sus fieles se convierten en infieles, ora Rollo, ora Loki. Empezábamos con la desconfianza del rey de los vikingos hacia este último por haber asesinado al cristiano Athelstan, y no iba a ser nada en comparación con la traición (otra más) de Rollo al hacerse parisino de adopción. Por cierto, este bárbaro ha dado una lección de polígloto al aprender francés en cursos acelerados (no se ha mostrado demasiado bien en pantalla este aprendizaje para mi gusto)...

Mientras Ragnar se recuperaba de las heridas sufridas en la primera invasión a París, Yidu medraba para subir de status: de esclava pasaba a ser una elegida del hombre más influyente de los vikingos, aunque este personaje ha pasado sin pena ni gloria, y cuando Ragnar la ahoga porque no le surte más droga, ni siquiera ha alcanzado el rango de insufrible Yoko Ono. Ha sido un personaje insulso y desdibujado. No he entendido muy bien la evolución de esta mujer incrustada sin ton ni son en Vikingolandia cuya única finalidad ha sido la de hacer de nuestro héroe un yonqui.

Floki sufre por el asesinato de Athelstan una dura pena, la tortura de estar crucificado en una cueva mientras una gota horada su cráneo, a no ser que la sufridora Helga le ayude con un cuenco a modo de rudimentario paraguas. Muy mitológico, con concomitancias con el gamberro dios Loki. Cuando a este hombre le da por torcer el gesto y ponerse en plan no pero sí, te quiero Ragnar, pero te voy a apuñalar por la espalda, te voy a construir barcos y complejos sistemas para transportar barcos por encima de las montañas aunque en el fondo te deteste por no seguir a los dioses como a mí me gusta, sentimos un hastío solo comparable al que sufrimos con Rollo.

Y es que Rollo se corta la melena y se nos viste de cortesano. Se nos "sansoniza" ridiculizándose y su motivación (se supone) esta vez, más que la envidia que siente por su hermano, es el supuesto amor que siente por la princesa parisina Gisla (Morgane Polanski sufre una divertida transformación: de amargada y casi estreñida a desatada y eufórica cuando el vikingo le da matraca). Lo que ocurre en la corte de París, más allá de las estupendamente logradas escenas de guerra, es de impresión: se suceden las conspiraciones para conseguir más poder, como las que se traen entre manos el sadomasoquista conde Odo, la taimada Therese (al menos es guapísima Karen Hassan) y su insulso hermano (creo) Roland. Todo para que el pusilánime del emperador Charles acabe confiando en el bárbaro casado con su hija (algo que parece bastante lógico, por otra parte) y se cargue a los otros dos.

Tampoco resulta muy atrayante lo que ocurre en Inglaterra. El rey Ecbert consigue lo que se veía venir desde el principio, que es meterse Tracia a su saca, a costa de la reina Kwenthrith. Su relación con su nuera Judith (sí, la de la oreja cortada) más que incestuosa es inconcebible, aunque como ha practicado el intercambio de parejas con su hijo Aethelwulf, que a su vez quiere estar con Kwenthrith, todos tan contentos, hasta que el maquiavélico Ecbert manda a su hijo a que acompañe al hijo de la otra o de no sé quién (ni me importa) a peregrinar hasta Roma. En fin, puede que haya algo de histórico en todo este mejunje, pero la forma de ganar Tracia (un noble heredero acorralado va y se lo entrega, así sin más) es cuanto menos discutible o poco verosímil.

Tampoco mejoramos mucho en la trama entre Aslaug y su marido. Aslaug no confía en él y se lo quiere quitar de en medio y Ragnar tampoco está por la labor de pasar de cortantes contestaciones y desprecios públicos. El hijo Ivar es escalofriante y no por ser un impedido, y gana algo más la copia de Vikie el vikingo, otro de los muchos hijos de Ragnar, aunque el jeta de Harbard es el pleno al quince de todas las apuestas: se las tira a todas y encima es como si hiciera un favor divino. La escenita semionírica que intercambian Aslaug, Harbard y Floki es de lo más bizarro y extravagante que se recuerda. 

Nos quedamos, pues, con todo lo referente a lo guerrero. Bjorn Ironside tiene un curso acelerado de hombría y autoconocimiento marchándose a las montañas solo para luchar contra osos y salvarse en cabañas milagrosamente construidas en medio de la nada para luego reclamar a la sosa de Torvi. Tenemos una nueva "tribu" de indómitos vikingos liderada por el rey Harald Finehair (Peter Franzén) y su hermano Halfdan, muy pintarrajeados ellos, que nos recuerdan la brutalidad y salvajismo que se les supone a los vikingos y que había quedado un tanto difuminado. Aunque Ragnar está un poco aletargado entre las heridas y las drogas, sigue siendo su mirada furibunda uno de los principales puntos fuertes, y Bjorn es digno heredero suyo.

Falta aún por reseñar lo mejor de la serie, el impulso fundamental, que no es otra que la maravillosa y racial Laguerta. Katherine Winnick se está convirtiendo en un referente y esa manera de cumplir su palabra a pesar de que estaba empezando a sentir algo por el conde Kalf en la ceremonia de su boda ha sido de lo más espectacular de la temporada, junto con la batalla naval por el Sena. Lo peor, sin embargo, llega con esa última elipsis temporal, en la que vemos a los hijos de Ragnar, ya talluditos, comentando la desaparición de su padre, que llega a Kattegat desafiante y, suponemos, limpio de estupefacientes. Un final un tanto insulso o anticlimático, aunque ya veremos (si es que nos acordamos dentro de un año) a dónde nos lleva, que no puede ser otro sitio que la venganza por la derrota sufrida ante el traidor de Rollo.


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