El viaje íntimo de la locura. Roberto Iniesta. El hombre del saco

(371 páginas. 19€. Año de edición: 2009)
"No digo diferente, digo raro", podría decir, empleando palabras de un grupo de rock rival, de este libro. Inclasificable libro. Y más si tienes en cuenta su autoría. Trata de buscar los ecos de Extremoduro y tendrás una recompensa. Siendo generosos, podemos inclinar su lectura hacia el lado de que al letrista y cantante de uno de los grupos más importantes de este país se la suda todo. Tenía un libro en la cabeza y lo sacó adelante. Hay que darle la enhorabuena, y a la editorial (El hombre del saco) por una edición notable, portada extraña incluida (dicen un par de reseñas que he leído -No siga leyendo y The Bilbao Times- que revela una escena importante del libro, pero no la identifico).

Si nos ponemos académicos, no hay por dónde cogerla: dividida en tres partes, casi parecen independientes la una de la otra. Tres libros en uno, tres tonos completamente distintos entre sí. Por medio, tenemos un coautor que es una lombriz, aunque, como bien se queja ella misma, el peso entre un narrador y otro es considerable. La pobre lombriz apenas tiene varios párrafos para contrarrestar los cientos de páginas que se le dedican, en 3ª persona, a don Severino, el personaje principal, casi el único de esta indescriptible historia.

Se nota que detrás del libro no hay mucho bagaje literario, como bien se puede deducir de las propias palabras de Robe, en la entrevista de El País. Puede ser bueno en el sentido de la intensa originalidad (se nota que es algo escrito por alguien a quien le suda la polla lo que piensen los demás), y no tan bueno si hay tanta heterogeneidad que acaba siendo un producto disgregado, que se mueve a impulsos o arrebatos, sin ningún tipo de cohesión interna. 

Al principio tu motivación está impulsada por la curiosidad que te provoca la identidad del autor, pero luego es cierto que te atrapa el contraste entre lo que esperas leer y lo que te vas encontrando. Y es que en ningún momento te esperas que el protagonista sea un notario gris aburrido, rutinario, huraño y maniático hasta la desesperación. Don Severino, un hombre metódico de mediana edad, no sabe vivir la vida si no es ajustándose a las líneas de sus costumbres de siempre, con el eje vital de la casa que construyó su abuelo, la carrera que prácticamente le eligió su padre. Ni rastro de drogas o rock and roll...

El lector consigue meterse en la piel de este hombre y por tanto lo que le supone la serie de incidentes que empiezan a jalonar su existencia: rupturas de la línea telefónica, de la corriente eléctrica, del agua... Se inicia una espiral de reparaciones que no lleva a ninguna parte porque cada domingo todo vuelve a estropearse. Este hombre contenido y mesurado empieza a desesperarse, y con razón. ¿Qué está pasando?

Ese componente fabuloso se acentúa en la segunda parte, cuando la casa se levanta de sus cimientos y empieza a volar. Sí. A volar. El viaje no tan íntimo de don Severino le lleva a la desesperación y ahora el mérito del autor reside en que un único personaje lleva el peso de la acción y esta es muy monótona y estrambótica. La supervivencia es el objetivo, pero lo intrincado de todo esto empieza a hacer mella en el ánimo de este hombre robótico, que pese a todos los pesares sigue confiando en ser rescatado. 

A medida que pasa el tiempo, esa esperanza languidece y don Severino pierde la chaveta. Llegan momentos divertidos y de crítica (un tanto macarra o simplista) en los que defeca encima del Papamóvil o de la Reina de Inglaterra, otros más escabrosos como cuando se come a su único amigo, un gato. Hasta el cerezo o el eucalipto hacen compañía. He leído en una reseña el término "Realismo mágico", pero no estoy muy a gusto con esa etiqueta. Yo iría a una comedura de tarro increíble. Lees en gran medida para ver dónde acaba todo ese tinglado sin pies ni cabeza.

Y la historia acaba con una pandilla de monos. En la selva. La tercera parte es ni más ni menos que un relato de Tarzán y Jane, algo así como un relato de denuncia de la tala de árboles en el Amazonas. El factor verosimilitud vuelve a ponerse en riesgo al encontrarnos con que el español es la lengua principal para todos los personajes, como la doctora Teresa Martínez, o los cámaras Joaquín y Roque. Sólo falta que los monos Isaco, JuguiroGuiayara hablen como nosotros. Nuestro loco se ha dado a la vida primigenia y claro, la civilización y la cordura quedan en entredicho porque la vida natural mola más, por supuesto. El único peligro es el hombre y su voracidad para talar árboles con tal de enriquecerse (de nuevo la crítica llega tan amortiguada o extemporánea que no cala). Si encima añadimos que Severino se enamora hasta el tuétano, para qué queremos más motivaciones. Qué guay es despreciar 100 millones de dólares por la tía que te mola...

Podríamos perdonar que un jaguar se zampe a la monita o que los diálogos no tengan el más mínimo atisbo de adecuación, podemos divertirnos con lo del homo erectus, pero lo de incorporar al Sol, la Luna o las Estrellas al elenco protagonista, eso ya rechina mucho más, aunque llegados a este punto, que un árbol se ponga a volar mientras nuestros protagonistas se deshacen de amor es lo de menos. Queda hasta la duda de si vale con calificar este libro (¿novela?) de bueno o malo. Aún no me he decidido. Mientras tanto, me ha entretenido y me lo he leído de un soplo. Eso malo no tiene que ser...

Comentarios