(384 páginas. 8€. Año de edición: 2015) |
Si este libro fuera una estación, sería otoño; si fuera un momento del día, el atardecer; si fuera una criatura, sería sin duda una en su ocaso de la vida. Estamos ante una obra crepuscular, melancólica, pálida más que gris. No tengo una gran afición por las obras realistas que son cronológicamente lineales y abarcan casi una vida entera y prefiero que se centren en algún determinado momento o en una peripecia sobre la que ahondar, pero Años luz emplea una prosa tan refinada y cuidada que incluso eso se le perdona.
Más allá de lo que se quiere contar, una especie de miscelánea de las vidas de los Berland, Nedra y Viri y sus dos hijas, Franca y Danny, permanece la esencia a todo ello, el recorrido interior más allá de ellos mismos, para conducirnos hasta una honda reflexión de la existencia humana, pero sin resultar doctrinal o excesivamente metafísico, sin alejarse de sus criaturas principales. Impera un estilo vagamente impresionista, con pinceladas aquí y allí, tanto de los personajes protagonistas, como de otros más secundarios.
Sólo Nedra y, en menor medida, Viri, aparecen profusamente retratados. La grandeza de la novela reside en que incluso es difícil desenredar el carácter de los protagonistas: ¿son felices, o desdichados, están en paz, o alborotados, saben lo que quieren, o están perdidos en su búsqueda? Depende del momento, e incluso en una misma época, de la sucesión de acontecimientos que estén de por medio.
Siempre me ha parecido que aquel que sabe lo que quiere o que quien afirma conocerse de raíz, o se miente profusamente, o es un fanático peligroso. La vida es un fluir constante, es un río, un constante deterioro. La palabra permanencia está en perpetuo estado de extinción y nuestras maneras de ser están tan condicionadas por factores externos que la esencia es una pincelada con tendencia a emborronarse. Esa complejidad reside en las páginas de Salter, un autor que simplemente con este libro se ha ganado el derecho de pertenecer a los clásicos del siglo XX.
Dividida en cinco partes (no entiendo bien el criterio de tal división y hubo un momento en que creí que serían cuatro, como cuatro son las estaciones del año) y, a su vez, en capítulos no muy extensos y sí muy llevaderos, empezamos el recorrido con la metáfora principal y uno de los escenarios fundamentales, una casa a orillas del río Hudson. "El río es un reflejo. Contiene sólo silencio, un frío relumbrante".
Partiendo de una mezcla entre verbos en pretérito imperfecto, en lo que parece una descripción de algo que ya no existe ("el mediodía era glorioso, paseábamos por el jardín, los árboles eran secos, estaban encendidas las luces"...), y verbos en presente ("hay casas de piedra, existen fincas, el conductor entra en la casa"...), nos encontramos con quien habita esa casa en la que un poni (Úrsula) se ha escapado. El típico matrimonio bien establecido en una casa a las afueras de Nueva York, con perro (Hadji) incluido.
"Era el otoño de 1958. Sus hijas tenían siete y cinco años. La luz se derramaba sobre el río de color pizarra. Una luz suave, la ociosidad de Dios. El puente nuevo, a lo lejos, brillaba como una afirmación". Nedra tiene en este momento 28 años. Llegaremos hasta sus 47, casi veinte años después (1977), momento en el que se dice de ella que tenía "el cabello hermoso y abundante y las manos fuertes (...). La embargaba un sentimiento de cosecha, de abundancia". Sus señas de identidad en esta primera descripción ("Voy a describir su vida desde dentro hacia fuera") se van a mantener bastante estables: es alta, de cuello largo, boca grande, seria, confiada, serena, bien vestida, perfumada, de color albaricoque, le preocupa lo esencial de la vida (la comida, la ropa de cama, las prendas de vestir), pero es derrochadora por naturaleza. Le cuesta hacer amigos ("se desengaña enseguida"), pero la ama todo aquel que se cruza con ella. Es sutil, penetrante, con una fuerte inclinación a amar. "Ella había aceptado las limitaciones de su vida" (en común con Viri). En general, es una mujer fría, insatisfecha.
Predominan los diálogos, como el del segundo episodio en la velada con los Daro, Peter y Catherine. Un poco a lo Woody Allen, conversaciones burguesas, pero sin demasiado sentido del humor, a menudo pedantes. Se tiende a que sean verosímiles, aunque en ocasiones acaban siendo bastante más grandilocuentes que en la "vida real". Otros amigos estables son Arnaud y Eve. Y se entremezclan con fragmentos discursivos: "La vida es el tiempo que hace. Son las comidas (...). El olor de tabaco. Queso brie, manzanas amarillas, cuchillos con mango de madera. La vida son los viajes a la ciudad".
Viri, en cambio, no está tan bien descrito (por ejemplo, sabremos mucho más tarde, hacia el final, que su nombre completo es Vladimir y que sus orígenes son rusos, aunque nunca conoceremos nada de sus padres salvo que están muertos, mientras que el de Nedra sí que aparece). Tiene 32 años y es arquitecto, aunque sus sueños de ser famoso, "crucial para la familia humana", van esfumándose casi a la par que su cabello. De carácter apacible y paciente hasta el extremo con sus hijas, a quienes lee cuentos que entre Nedra y él inventan e ilustran, parece menos complicado en su forma de ser. En el capítulo 6 llega la primera grieta en ese matrimonio aparentemente perfecto y bien avenido, al fijarse él en una chica de una fiesta: Kaya Doutreau.
En el capítulo 8 las niñas ya tienen nueve y siete años. Ese es el transcurso que nos espera. Viri tiene una aventura con Kaya, pero no aparece el sentimiento de culpa por ninguna parte y eso no quiere decir que sea peor persona. Se ha enamorado de otra mujer, aunque parece que de una manera bastante compatible con su matrimonio ("Dos vidas son perfectamente naturales, pensó Viri"). No se trata en ningún momento de que le vayan a pillar ni de que tenga que elegir. El sexo, por otra parte, siempre será de puertas para fuera, no leeremos que se produzca ninguna relación (ni ningún beso) entre Viri y Nedra. Esta, por su parte, tiene una aventura (mucho más duradera) con Jivan, quien al principio parece un amigo de la familia, y no alguien que pueda atraer a Nedra, hasta que leemos que "Nedra se acostaba en la cama de Jivan en la tranquila habitación trasera". Ese capítulo 11, centrado más en el amante de Nedra, cierra la primera parte.
En la segunda (15 capítulos, la más extensa) los protagonistas se cuestionan sobre la felicidad. Hasta el sexo que tiene Nedra con Jivan es contenido, aunque algo sí la trastoca porque "sus gemidos comenzaban a subir de tono". No da la impresión, no obstante, de que ella esté enamorada de su amante, como le ocurre a Viri con Kaya ("Viri el adúltero, el hombre desvalido"). Franca tiene ya 12 años y asoma el final de su niñez. Los síntomas de la falta de consistencia en la vida que llevan, aparte de en los amantes, se insinúa en esa insatisfacción de Nedra, que propone viajar a Europa. Al centrarse en la felicidad de las niñas, aplazan las turbiedades. En el capítulo 9, Nedra tenía 34. "Había perdido el interés por el matrimonio. No había más que decir. Era una cárcel", fantasea con el divorcio porque sólo le une a Viri la amistad, nada más. El padre de Nedra enferma y tiene que regresar de donde huyó con 17 años para acompañarle en sus últimos momentos.
Para la tercera parte (más breve, de tan solo 8 capítulos), Franca tiene 16 años y su primer novio, Mark, algo mayor que ella. Nedra me pasma cuando afirma ante Viri que está convencida de que ya ha hecho el amor con él, como si tal cosa. La relación de Viri con Kaya ya ha terminado, aunque él sigue sintiendo cosas por ella. Arnaud pierde un ojo cuando dos negros intentan atracarle y nunca vuelve a ser el mismo. "Las cicatrices dividen la vida como los anillos de un árbol". Nedra rompe con Jivan, quien le presenta al que será su nuevo amante, André Orlosky, un poeta. Si me había pasmado lo de Mark y Franca, cuando hablan de André y resulta que Viri sabe de los amoríos de su esposa, me dejan sin palabras: "¿no es mejor ser una mujer que sigue su verdadera vida y es feliz y generosa, que una mujer amargada y que es fiel?". Danny sucumbe ante un chico llamado Juan Prisant y también entra en el mundo adulto al acostarse con él (sin demasiada ceremoniosidad). Nedra y Viri por fin viajan a Inglaterra, aunque tras eso llegará el divorcio ("hay algo que he decidido definitivamente". "No quiero volver a nuestra antigua vida"). Cuando en su carta le declara su amor a André no deja de sorprender que incluso declarándose sea tan contenida.
Vuelve a aparecer en la cuarta parte (de nueve capítulos) ese narrador en primera persona que casi siempre aparece alejado ("Se divorciaron en otoño. Yo hubiera deseado que no ocurriera"). Él se queda en la casa y ella viaja por Europa y cuando regresa va a vivir con Marina Troy. Tendrá una aventura con el actor Richard Brom y tratará de ser actriz sin éxito. Ya tiene 43 años. Franca trabaja en una editorial, Danny parece abducida por Juan y se hace llamar Karen, aunque después se casa con Theo, el hermano de Juan. Pese a enfocarse más en ellas, nunca terminan de erigirse como verdaderas protagonistas, al igual que le sucede a Viri, que tarda en aceptar el divorcio y en pasar página ("Uno de los últimos grandes descubrimientos es que la vida no será lo que soñabas"). Peter enferma y lo que parecía gota acaba siendo una enfermedad extraña que le paraliza el cuerpo.
El tono del libro se torna aún más retrospectivo y melancólico ("Todo lo demás se había erosionado, ya no existía", "Las cosas que ella creyó imperecederas se oscurecían ahora") en esa quinta parte (10 capítulos, pero más breves). Viri vende la casa y parte a Europa. Nedra deposita sus esperanzas vitales en Franca: "Tienes que llegar más lejos que yo. Tienes que ser libre". Viri acaba en Roma y se casa con Lia Cavalieri a sus 47 años. Ella es una mujer bastante insignificante y centra sus esperanzas en su amor por él (amore, adorato, amore dolce) aunque le salva de ser un personaje abúlico y mediocre cuando tranquiliza a la mujer de limpieza cuando, llorando, le confiesa que tiene miedo a morir. Danny tiene dos hijas. Las referencias a la vejez son una presencia temible. Acabamos con Viri de vuelta a la casa, en primavera. "Sucede en un instante. Todo es un largo día, una tarde interminable, los amigos se marchan, nos quedamos en la orilla".
Lo malo de emprender este recorrido por la vida de los personajes es que las cosas que nos suceden parecen insignificantes, incluso los episodios de mayor trascendencia, como la muerte de los seres queridos. Lo bueno es que permanecen fragmentos tan bien escritos como estos:
"No hay una vida completa. Hay sólo fragmentos. Hemos nacido para no tener nada, para que todo se nos escurra entre los dedos. Y, sin embargo, esta pérdida, este diluvio de encuentros, luchas, sueños... hay que ser irreflexivo, como una tortuga. Hay que ser resuelto, ciego. Porque cualquier cosa que hagamos, incluso que no hagamos, nos impide hacer la cosa opuesta. Los actos demuelen sus alternativas, he aquí la paradoja. La vida, por tanto, consiste en elecciones, cada cual definitiva y de poca trascendencia".
"Los hijos son nuestra cosecha, nuestro cultivo, nuestra tierra. Son pájaros a los que se suelta en la oscuridad. Son errores renovados. Pero son la única fuente de la que puede extraerse una vida más cumplida, más lúcida que la nuestra. De un modo u otro harán algo, irán un paso más lejos, verán la cima. Creemos en ello, en el resplandor que despide el futuro, los días que no veremos. Los hijos deben vivir, deben triunfar. Los hijos tienen que morir; es una idea que no podemos aceptar"."El amor debe esperar; tiene que romperte los huesos"."El final es un judío gordo en un Cadillac, uno de esos hombres fumándose un puro que vemos todos los días. El coche es nuevo, tiene las ventanillas cerradas. El hombre no tiene nada que decir, está demasiado ocupado. Te vas con él. Simplemente. A la oscuridad"."¿Es la enfermedad un aceiten, o es una especie de elección, del mismo modo que el amor lo es: escondido, involuntario, pero cierto como una huella dactilar? ¿Morimos a causa de algún acto de volición, aunque no lo entendamos?""El otro, aquel suntuoso amor que te embriagaba, que uno anhelaba envidiaba y en el cual creía, aquel amor no era la vida. Era lo que la vida buscaba; era una suspensión de la vida. Pero estar próximo a un hijo (...) era la alegría verdadera, la más profunda, la única".
Comentarios