(HBO. 8 episodios: 21/06/15 - 09/08/15) |
La entrada contiene spoilers
(si es que consigues seguir la trama)
Por encima de esa trama tan enrevesada que por momentos era infranqueable (¿dónde está la investigación del tal Casper?), dos han sido los principales problemas de la segunda temporada de esta serie tan aclamada por público y crítica: no ser capaces de superar la fama que obtuvo la primera (admitiendo que el genio de Pizzolatto tampoco era para tanto) y la tremenda irregularidad mostrada. Y ojo que a mí ni esta segunda me parece tan mala como algunos medios han hecho eco (demoledora la reseña de Quinta Temporada) y en cambio la primera tanda me parece muy sobrevalorada, y cuanto más tiempo pasa, menos magistral me parece, aunque, eso sí, tenía una pareja protagonista que devoraba cualquier atisbo de debilidad en el guión. Tampoco creo que la marcha de Fukonaga haya hecho descarrillar el tren, aunque es cierto que entre dos siempre se pueden disimular mejor los defectos.
Lo peor, con creces, de True Detective, es esa cierta prepotencia o superioridad, ese creerse mejor de lo que en realidad es, o basar esa actitud sobrada en lo guionístico, cuando la clave de esta serie en realidad es la tremenda factura en producción, que nos arroja una calidad de cine, tiene secuencias de acción asombrosas (esta temporada el episodio del tiroteo, por ejemplo), una banda sonora notable (excepto Lera Lynn, la tía sosa que "adornaba" los encuentros entre Frank y Velcoro en el bar de mala muerte y que vuelve a apoderarse de la escena en el capítulo final) y, por supuesto, una cabecera maravillosa, canción de Leonard Cohen mediante.
Pero de ahí a ponerla a caldo hay un buen trecho. Vale que me sobran protagonistas (sobre todo Paul Wooddrugh, interpretado monocordemente por Taylor Kitsch), y más cuando todos ellos son intercambiables entre sí con un pasado tormentoso y una conciencia turbia de ellos mismos; vale que coger el hilo a las ramificaciones de la trama política asociada al asesinato requiere de un máster superior o vale que en ocasiones los diálogos arrojan sentencias de una profundidad tan profunda que te hace falta un equipo de submarinismo, pero la segunda mitad de la temporada coge vuelo y además, siempre nos quedarán Ray Velcoro y Ani Bezzerides. Hay bastantes puntos a favor como para darle un notable (raspado, eso sí, visto el final) a la segunda temporada.
Velcoro, interpretado por un camaleónico y siempre creíble Colin Farrell, parte de un divorcio traumático en el que mucho tuvo que ver la violación de su mujer, Gena (Abigail Spencer), tras la que el niño que tuvieron, Chad, encima es un pelirrojo con pocas habilidades sociales, abrumado por la contundencia de los métodos expeditivos de su ¿padre? Velcoro hizo algo así como el pacto con el diablo (Frank Semyon, el muy criticado Vince Vaughn, pese a que en el penúltimo episodio muestra su resolutividad) y arrastra esa decisión en una reputación no muy limpia que se diga. Al principio es casi como el topo de la investigación (tanto para el ayuntamiento dirigido por el alcoholizado Chessani, Ritchie Coster, como para el propio Frank), aunque tras el tiroteo con los mexicanos y la resolución falsa del caso, después de dejar la policía, se implica más, sobre todo con Ani. Hubiera preferido otro final para él, aunque sólo fuera por la jugarreta con el móvil, pero lo que importa es que Farrell hace un gran papel.
Ani (Rachel McAdams) se mueve en un mundo de hombres con una contundencia inusitada, tanto en varias de sus contestaciones, como en hechos (es sancionada por tener una relación sexual con un subordinado). Su familia es algo así como hippy, con un padre, Eliot (curioso David Morse con el pelo largo) en una especie de sitio de retiro espiritual y paz y amor, y una hermana, Athena (guapísima Leven Rambin, pero poco relevante) dedicada al mundo de la prostitución a través de las web cams. Un suceso en la infancia (el tópico presente, y hay más de uno) le marcó de pequeña y su manera de huir de ese mundo fue a través de la policía, donde tampoco encuentra su sitio, aunque se refugia en la resolución de los casos. Su compañero del principio, Elvis (Michael Irby), oscila entre llevarse bien con ella a desearla y esta lo contrario, de rechazarlo a reconocer que fue un buen compi. Si en todo momento asume el papel de dirigir la investigación, no duda en infiltrarse en una de esas fiestas en las que los hombres más poderosos alternan con prostitutas. El episodio 6, Churchs in ruins, es, de hecho, uno de los más destacados. La propia McAdams es de lo más destacado en la temporada.
El tercer detective es el motero Wooddrugh, otro ser atormentado, con cicatrices por su cuerpo tras su paso por el ejército (Afganistán, creo), y por dentro con la herida abierta por esa homosexualidad que no termina de aceptar (más tópicos). Su compromiso con Emily (Adria Arjona) y su próxima paternidad, junto con una de esas madres que preferirías que no fuera la tuya, son otros elementos que podrían justificar esa perpetua cara larga, aunque cabría la posibilidad de que el actor tampoco haya dado mucho de sí.
El cuarto protagonista sería el ya nombrado Frank, un empresario o matón de no demasiada mucha monta, muy estirado y ataviado en el 90% de escenas en traje, al que le han dado un buen pellizco de dinero; aunque no sea detective, contribuye a la investigación (?) con sus procederes clandestinos. Está casado con la pelirroja Jordan (Kelly Reilly) y esta pareja resulta cuanto menos chocante. Ni una fisura, vale, pero ese amor que se tienen suena a impostado en todo momento, como sus dificultades para ser padres. No me ha gustado nada el final del desierto para este personaje, conversando con los fantasmas que se le aparecen, con lo bien que habría quedado inmolarse al volar los casinos en el episodio anterior.
De la extensísima nómina de personajes, es complicado hacer un resumen. Se confunden, no son que digamos inolvidables y se olvidan conforme se van conociendo. La pena es que el último episodio tenga unas resoluciones cuanto menos discutibles (empezando por el mismo asesinato de Casper, asociado al robo de unas joyas), después de que la serie hubiera remontado desde el tiroteo, pero tampoco le vamos a echar la culpa a ese deleznable tinte de Ani para salir de EEUU. No, la trama de esta corrupta Vinci no está bien acabada (de pronto sale de la nada un bebé, es de suponer que de Ray, y el dúo Ami y Jordan, acompañada del hombre de confianza de Frank, caminando en medio de una fiesta venezolana, no nos dice demasiado) y es el remate más lógico a una temporada tan irregular y con tantos altibajos. La pena es el bajón del último episodio...
Velcoro, interpretado por un camaleónico y siempre creíble Colin Farrell, parte de un divorcio traumático en el que mucho tuvo que ver la violación de su mujer, Gena (Abigail Spencer), tras la que el niño que tuvieron, Chad, encima es un pelirrojo con pocas habilidades sociales, abrumado por la contundencia de los métodos expeditivos de su ¿padre? Velcoro hizo algo así como el pacto con el diablo (Frank Semyon, el muy criticado Vince Vaughn, pese a que en el penúltimo episodio muestra su resolutividad) y arrastra esa decisión en una reputación no muy limpia que se diga. Al principio es casi como el topo de la investigación (tanto para el ayuntamiento dirigido por el alcoholizado Chessani, Ritchie Coster, como para el propio Frank), aunque tras el tiroteo con los mexicanos y la resolución falsa del caso, después de dejar la policía, se implica más, sobre todo con Ani. Hubiera preferido otro final para él, aunque sólo fuera por la jugarreta con el móvil, pero lo que importa es que Farrell hace un gran papel.
Ani (Rachel McAdams) se mueve en un mundo de hombres con una contundencia inusitada, tanto en varias de sus contestaciones, como en hechos (es sancionada por tener una relación sexual con un subordinado). Su familia es algo así como hippy, con un padre, Eliot (curioso David Morse con el pelo largo) en una especie de sitio de retiro espiritual y paz y amor, y una hermana, Athena (guapísima Leven Rambin, pero poco relevante) dedicada al mundo de la prostitución a través de las web cams. Un suceso en la infancia (el tópico presente, y hay más de uno) le marcó de pequeña y su manera de huir de ese mundo fue a través de la policía, donde tampoco encuentra su sitio, aunque se refugia en la resolución de los casos. Su compañero del principio, Elvis (Michael Irby), oscila entre llevarse bien con ella a desearla y esta lo contrario, de rechazarlo a reconocer que fue un buen compi. Si en todo momento asume el papel de dirigir la investigación, no duda en infiltrarse en una de esas fiestas en las que los hombres más poderosos alternan con prostitutas. El episodio 6, Churchs in ruins, es, de hecho, uno de los más destacados. La propia McAdams es de lo más destacado en la temporada.
El tercer detective es el motero Wooddrugh, otro ser atormentado, con cicatrices por su cuerpo tras su paso por el ejército (Afganistán, creo), y por dentro con la herida abierta por esa homosexualidad que no termina de aceptar (más tópicos). Su compromiso con Emily (Adria Arjona) y su próxima paternidad, junto con una de esas madres que preferirías que no fuera la tuya, son otros elementos que podrían justificar esa perpetua cara larga, aunque cabría la posibilidad de que el actor tampoco haya dado mucho de sí.
El cuarto protagonista sería el ya nombrado Frank, un empresario o matón de no demasiada mucha monta, muy estirado y ataviado en el 90% de escenas en traje, al que le han dado un buen pellizco de dinero; aunque no sea detective, contribuye a la investigación (?) con sus procederes clandestinos. Está casado con la pelirroja Jordan (Kelly Reilly) y esta pareja resulta cuanto menos chocante. Ni una fisura, vale, pero ese amor que se tienen suena a impostado en todo momento, como sus dificultades para ser padres. No me ha gustado nada el final del desierto para este personaje, conversando con los fantasmas que se le aparecen, con lo bien que habría quedado inmolarse al volar los casinos en el episodio anterior.
De la extensísima nómina de personajes, es complicado hacer un resumen. Se confunden, no son que digamos inolvidables y se olvidan conforme se van conociendo. La pena es que el último episodio tenga unas resoluciones cuanto menos discutibles (empezando por el mismo asesinato de Casper, asociado al robo de unas joyas), después de que la serie hubiera remontado desde el tiroteo, pero tampoco le vamos a echar la culpa a ese deleznable tinte de Ani para salir de EEUU. No, la trama de esta corrupta Vinci no está bien acabada (de pronto sale de la nada un bebé, es de suponer que de Ray, y el dúo Ami y Jordan, acompañada del hombre de confianza de Frank, caminando en medio de una fiesta venezolana, no nos dice demasiado) y es el remate más lógico a una temporada tan irregular y con tantos altibajos. La pena es el bajón del último episodio...
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