Es tanta la oferta de las series de televisión hoy en día que llegas al punto de que no puedes perder el tiempo cuando una no termina de arrancar o se le ven más costuras que a cualquier mal remiendo; por lo que, siguiendo con la nomenclatura de la NBA, no queda más remedio que cortarlas. Ahora en verano, por ejemplo, es tiempo de ponerte al día con todos esos estrenos que prometían pero que no pudiste ver, y en muchos casos es tiempo para que te intenten colar algún fiasco, como pasó con Legends el año pasado. Atraídos por la presencia de Ned Stark, parecía atractiva la propuesta del poli que se infiltra en organizaciones criminales. Lástima que pronto (capítulo 2) veías que era inconsistente.
A veces la crítica es unánime, así como el favor del público, y terminan cancelándola, con lo que te quitas la decisión de mandar al garete esa serie, aunque a veces eso no pasa (Agents of shield, que dicen que mejoró a mitad de primera temporada, pero ya daba mucha pereza retomarla). Como con Extant, un cúmulo de despropósitos en el que no sé cómo han convencido a Halle Berry. Después de aguantar hasta el final de la primera temporada, dije no más. Ya puede ser la segunda entrega la leche en verso, que no me desdigo (que se lo digan a Homeland). Algo similar pasó con Helix, aunque a esta serie la prolongaron una temporada más. Vista la primera (o sufrida), no sé cómo tuvieron otra oportunidad.
De este año, me he bajado antes de tiempo de otras dos: The librarians, en la que ni el piloto me llegó a convencer y jugaba a ser demasiado infantil o demasiado fantástica, y ni la presencia (esporádica) de Noah While la sostenía. Otra es Forever, no porque no me pareciera entretenida, sino porque me cansan las series procedimentales en las que lo principal es resolver un asesinato en cuestión, por más que sea interesante que el protagonista resucitara en el río Hudson cada vez que se lo cargaran. Con Constantine, antes de que decidiera si pasaba más allá de su piloto, al ver que no la renovaban, perdí el interés por completo.
De la que no sé cómo no me he bajado antes es de Under the dome, a la que le he otorgado un plazo excesivo para lo poquito que había mostrado. Y es que he llegado hasta los dos primeros episodios de la tercera temporada. Aquí ya no he encontrado excusas a las que agarrarme (el calor, el aburrimiento, ya no hay True Blood, con qué otra mierda relleno los tiempos muertos), sino que veo que la escuálida de Melanie estrangula sin oposición ni dificultades a quien se le opone, Barbara y Julia son vomitivos, Joe y Norrie tres cuartos de lo mismo, ya cansan los arrebatos de Big Jim y el peinado de su hijo Junior, y cada personaje que calzan es peor que lo que ya había (que ya es decir). Cuando meten las realidades paralelas inducidas por los capullos en los que están confinados casi todos los del pueblo, llegas a tal nivel de saturación que ni puedes terminar el episodio y resuenan esas risas de los que ya abandonaron mucho antes.
Y llego a la última deserción, quizá la más polémica, pero lo siento, no me creo ni aguanto a las reclusas de Litchfield. Y es que Orange is the new black supuso un soplo de aire fresco en su primera temporada, pero ya flaqueó en su segunda. Y con ver el primer episodio de la tercera parece que la línea a seguir es pintar un cuadro idílico y antirrealista de una cárcel femenina, en la que vale, hay algunos problemas, pero hasta la Pantoja ha pedido ir para allá para disfrutar de esos benditos problemas. No te crees absolutamente nada y la creadora ha aposentado sus reales para explotar la gallina de los huevos de oro. Ninguna reclusa querrá salir de allí jamás, por más que haya que aguantar a la intolerable Piper (y más intolerable cuando está al lado de Alex). Cuando se te hace cuesta arriba acabar un episodio y los doce restantes te dan más pereza que bajarte a correr a las cuatro de la tarde con 45 grados centígrados, es el momento de decir ahí te quedas a los Caputo, Crazy Eyes, Red, Taystee, Poussey y compañía. Y ahí se quedan sus ya redundantes flashbacks.
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