(Showtime. 10 episodios: 03/05/15 - 05/07/15) |
No sé si es por el perfil medio de esta serie o por las fechas un poco estivales o por qué, pero a Penny Dreadful no le ha afectado el síndrome de la segunda temporada (en las que se aprecia una recaída considerable de lo que las primeras temporadas nos dan) y, de hecho, nos ha ofrecido casi una más completa, compacta y redonda. Todo lo positivo que en ella había (buenos personajes, estupenda ambientación y banda sonora, tramas sólidas y bien hilvanadas en torno a personajes de la literatura gótica) se ha mantenido y ha mejorado aspectos como una acción más continuada o más efectiva.
Aunque lo más seguro es que el principal motivo para que esta serie siga en un notable acomodado tiene un nombre y un apellido: Eva Green. El trabajo de esta mujer es de nominación, y lo mismo se pone tierna dando cariño o consejos o conversación con cualquier desarrapado, que blasfema en la lengua arcana de las brujas, ronca y siseando, transmutada en el escorpión que yace bajo su piel, como una segunda identidad.
(Por si acaso, llamo al orden avisando de posibles spoilers)
El leit motiv, por así llamarlo, de esta segunda temporada, trata de esa oscuridad que rodea a nuestros protagonistas, haciéndolos malditos (que no especiales, aunque Sembene defienda esa postura), obligándolos a la marginación para no hacer daño a los que más les quieren. A Vanessa Ives lo que más le gustaría es ser una persona normal, y por eso cuando en el último episodio el Diablo le tienta, le ofrece visiones de lo que sería su vida así. Ethan Chandler, tres cuartos de lo mismo. Cada vez más preocupado por su faceta de hombre lobo, aunque se enamora de Vanessa, teme al monstruo que lleva dentro, esa doble cara de su personalidad que no puede controlar. En Little scorpion, el capítulo en el que ambos huyen a la casa donde Vanessa aprendió la brujería de Joan Clayton (espectacular Patti LuPone en su única aparición, episodio 3, The nightcomers), vemos ese quiero y no me atrevo que resulta casi desgarrador porque parecen hechos el uno para el otro.
La trama principal de estos diez episodios gira en torno al ataque de las brujas, lideradas por la implacable madame Kali (Helen McCrory), que había aparecido en la 1ª temporada como vidente. Esta mujer, obsesionada con no envejecer, aplica sus artes nigromantes para seducir a sir Malcom (llega a conseguir hasta que se quite la barba), y así lograr atraer a Vanessa, el objetivo del Diablo. Será espectacular la posesión que realiza de su mujer, que ante la invasión a su cerebro de imágenes de sus hijos muertos termina rajándose la garganta. La habitación de los muñecos de vudú es impactante, aunque una de sus discípulas, Hecate Poole (Sarah Green) le saldrá bastante díscola.
Por otra parte, tenemos las andanzas de Victor Frankenstein, que había hecho resucitar a Brona para satisfacer a Caliban, ahora conocido como John Clare. El experimento, por supuesto, sale rana para el pobre John, y de rebote para el propio Victor, que se enamora de esa criatura endeble e ingenua que parece ser Lily (así la bautizan). Lily termina siendo una de las revelaciones más sorprendentes, y habrá que ver hasta qué punto llega la alianza con Dorian Gray, que hasta que se cruza con ella había estado en plan marginal jugando a provocar con la travesti Angelique.
Tanto creador como criatura terminan sumidos en la soledad más excluyente: Victor enganchado a las drogas (hay escenas que remiten al doctor Thackeray de The Knick) y Clare repudiado hasta de Lavinia, la muchacha ciega, hija de los Putney, cuyo negocio se basa en ser una especie de museo de cera de los horrores con los sucesos londinenses. Aunque hay una conexión especial entre Vanessa y él (en una especie de catacumbas, estas conversaciones arrojan unos diálogos exquisitos, de lo mejor de la temporada), de nuevo el tema de la fatalidad que rodea a unos y otros acaba resultando excluyente. De ahí que el final sea desolador.
Nos queda por referir a dos personajes, el inspector Rusk (Douglas Hodge), que perseguirá implacablemente a Ethan por los sucesos que dieron cierre a la temporada anterior en la posada, con la transformación en lobo cuando unos maleantes le requerían para regresar a Estados Unidos; y Ferdinand Lyle (Simon Russell Beale), el encantador, refinado, presumido y ambiguo trabajador del museo, que formará parte del grupo anti monstruos liderado por Vanessa, aunque con un poco de doble juego. Su contrapunto ligero en algunos momentos viene bien ante tanto suceso serio.
Buena temporada, en definitiva. No sé qué le falta a esta serie para resultar más redonda aún, pero en líneas generales se trata de un entretenimiento bastante compacto y sin muchos altibajos (pero sí con algunos puntos fuertes a lo largo de estos 18 episodios), y con enormes posibilidades de cara a una tercera temporada que vendría marcada por la diáspora del final. ¿Una grave amenaza que obligue a reunir a nuestros protagonistas?
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