(48 páginas. 12,95€. Año de edición: 2008) |
Vale que elaborar una reseña de un cuento de Navidad en mayo no es muy ortodoxo, pero en mi descargo tengo que decir que por la casualidad (estaba buscando libros infantiles para mi sobrina), el nombre del autor en portada y por el aspecto del libro, merecía la pena ser comprado (y regalado), y quién iba a acordarse de que El cuento de Auggie Wren era un cuento de Navidad, y que ya lo había leído. Hace demasiado que no leía a Paul Auster, y mi memoria falla pese a que este blog nace precisamente para rellenar los vacíos de mi memoria (la reseña de Smoke data del 2010, cómo acordarse de estos detalles).
Vale que no te lleva ni media hora leer el cuento, y que te retrotrae al libro ya mencionado e incluso a la película, y que se deslizan datos que no se mencionan aquí, como cuando Paul Auster (creo recordar, vaya) reconoce a su mujer, creo que muerta, entre la colección de fotografías del vendedor del estanco, el mismísimo Auggie Wren, cuya obra fundamental en la vida es fotografiar el cruce de dos calles a la misma hora todos los días del año.
Pero da igual. Da gusto leer a Paul Auster, aunque sean menos de 50 páginas y aunque en esta edición tan bonita de Lumen, con un tamaño casi apaisado, tapa dura, e ilustraciones preciosas, originales y evocadoras (de la argentina para mí desconocida Isol), haya un equilibrio de fuerzas entre la prosa de este prolífico e imaginativo autor y el esmero de dicha edición. Lo bueno de este libro es que se puede disfrutar tanto de las originales ilustraciones (de hecho, se puede seguir el mapa del relato a través de ellas) como de las historias de Auster.
Me ha redoblado las ganas de releerlo o leer alguno de sus libros de memorias. Es fascinante cómo entreteje historias, cómo pasa de un hecho rutinario ("Auggie y yo nos conocemos desde ya casi once años. Él trabaja detrás del mostrador de un estanco de tabaco en la calle Court, en el centro de Brooklyn, y (...) suelo ir allí con bastante frecuencia") a ser testigo de la obra de Auggie (¿verdad, ficción? Da igual, lo importante es lo original del proyecto, "un inacabable delirio de imágenes redundantes"). Con naturalidad, te da la clave: "Si no miras con detenimiento, nunca conseguirás ver nada". "Mañana y mañana y mañana el tiempo avanza cauteloso" (cita de Shakespeare).
Y cuando te embauca con esta historia, resulta que no era el tema del relato. El tema del relato era el encargo de un cuento navideño para el New York Times, para el cual no se le ocurre nada. Por la módica invitación a comer, Auggie auxilia a Auster (de nuevo: ¿ficción, verdad? Poco importa) y le cuenta la historia que será el núcleo central del cuento, que se remonta al verano del 72, cuando un chico, Robert Goodwin, roba varios libros de bolsillo y en la huida pierde su cartera. Auggie se la queda, deja pasar el tiempo y el día de Navidad decide hacer una buena obra devolviéndosela.
Pero resulta que le abre su abuela Ethel, que está ciega. "Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert". Pasan el día juntos y llega un nuevo giro cuando, después de cenar, decide ir al baño, donde ve "una pila de seis o siete cámaras". Auggie decide coger una y ahí empezó su proyecto fotográfico. Luego volvió tiempo después a ese piso, pero la anciana ya no estaba ahí. Auster recela un poco: "Estuve a punto de preguntarle si me había tomado el pelo, pero (...) había conseguido que le creyera, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no sea verdadera". Es imposible no creer a Paul Auster...
Y colorín colorado, esta pequeña joya ha pasado por mis manos para ser referida y comentada antes de ser regalada.
Comentarios