(226 páginas. 16,50€: 2ª edición, 2012) |
No acostumbro a asomarme mucho por las páginas de los ensayos, pero las circunstancias obligan (hermana a punto de regalar una sobrinita) y ayudan (una amiga que te presta el libro que te ha recomendado), así que aunque no esté muy acostumbrado, trataré de reseñar este volumen.
Estamos con un título que promete, que remite casi a la copla, aunque después el sino didáctico se hace patente en el subtítulo: "Cómo criar a tus hijos con amor". Otro de los titulares que asoman en la portada es este: "El libro que enseña a cuidar a los niños como antes". Lo que no se sospecha es que ese antes incluso remite a 100.000 años atrás, cuando los seres humanos no estaban tan avanzados y sin embargo, esa herencia genética determina en gran parte el comportamiento de las crías humanas, hoy en día rebautizados como bebés.
El libro está estructurado en tres partes: la primera ("El niño bueno y el niño malo") introduce en materia al lector, hablando por ejemplo de la generalidad de muchas teorías existenten, que emulan el lenguaje del político: ocupan mucho pero significan poco; en la segunda ("¿Por qué los niños son así?") ya nos habla de temas como el llanto del bebé, la separación por las noches con el niño contra el colecho (que se defiende), las muestras de afecto como algo no reprobable, sino todo lo contrario, los celos...); y la tercera ("Teorías que no comparto") trata de derribar mitos sobre malas prácticas para criar niños.
Es imposible no quedarse con la tesis principal que defiende el pediatra Carlos González: hay que criar a los niños con un ingrediente básico y este no es otro que el amor. Y aunque parece algo bastante lógico, sobre todo cuando lees el apartado de "Teorías que no comparto", te das cuenta de que el universo de las teorías de crianza a menudo son tan peregrinas como ilógicas o retrógradas, por más predicamento que hayan tenido.
Amor y sentido común, algo que falta muchas veces (como se ve en la puericultura fascista, en el llanto terapéutico, en los experimentos conductistas o en el "tiempo fuera", en el que se tiene que introducir al niño "rebelde" en un corralito aparte), por tanto, son los pilares básicos de la teoría que se defiende. La bibliografía aportada es abundante y en este sentido el trabajo del autor es elogiable.
Lo que no me parece tan elogiable es gran parte de la argumentación que aplica el autor. Muchos ejemplos son extremistas, por no hablar de esa ironía un tanto destemplada (página escogida casi al azar: "Dicen que el gas es más rápido, pero nunca lo he probado, y desde luego no lo recomiendo"; "Si se da prisa, podrá abrazar a su hijo antes de que acabe la Primaria"). Sólo le salvo cuando quita la palabra bebé o niño y utiliza la de mujer o adulto, para demostrar que muchas creencias respecto al cuidado de los niños serían inadmisibles en cualquier otro contexto, e incluso en estos casos está siendo bastante demagógico.
Me sobran páginas y yo iría más al grano, pero son pecados menores en comparación al mensaje que se transmite:
"Los días más felices de nuestra infancia son aquellos en que nuestros padres (o nuestros abuelos, hermanos o amigos) nos hicieron felices (...) Los días más felices de su hijo están por venir. Dependen de usted".
Un libro que propugna y promueve los besos, las caricias y los abrazos a ese ser pequeño e indefenso que justifica una existencia no puede sino ser recomendado para aquel que va a empezar a asomarse a ese vertiginoso paso en la evolución personal, el de ser padre o madre (sobre todo se centra en esta última). La lectura es amena y la moraleja es sencilla.
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