(Channel 4. 17/12/2014) |
¿Temporada 3, o capítulo especial navideño sin más? Sea como fuere, estamos ante uno de los mejores episodios del año en cuanto a televisión se refiere. Y no ya porque tengamos al sin par Jon Hamm (¡Don Draper, por dios!) y a las dos españolas integrantes de Game of Thrones, la sugerente y atractiva Oona Chaplin y la más turbia e inquietante (y no menos sugestiva, al menos aquí) Natalia Tena, sino porque dentro del universo opresivo e inquietante que nos propone esta serie con un ojo puesto en cómo las tecnologías pueden mediatizar el comportamiento del ser humano, en esta ocasión consiguen la cuadratura del círculo.
Hasta el momento quien más quien menos tenía su lista de capítulos preferidos de esta serie, pero hay que restablecer las clasificaciones porque este episodio es una maravilla. Tres historias cortas contenidas en él (a modo de cajas chinas), a cual más perturbadora y terrorífica. Qué gran acierto que los avances técnicos den pie a relatos en la senda de Poe, Lovecraft y todos los grandes autores de un género que ve en la posmodernidad un caldo de cultivo perfecto para proponer nuevas variantes al terror. Los ingleses, desde luego, se han ganado un tanto a su favor. A ver quién mejora sus propuestas...
¿Qué tenemos en White Christmas? Pues a dos hombres que llevan cinco años confinados en una especie de casa o de lugar de trabajo muy lejos de la civilización, a modo de purga o de castigo por lo que se sugiere. El primero, Joe Potter (estupendo el para mí desconocido Rafe Spall), con quien se abre (y cierra) la narración, le dedica un cariño a una foto de quien parece su novia; llega a la cocina-sala-salón-lo que sea, y no parece muy por la labor de seguirle el rollo a Matt Trent (de nuevo lo destaco...: ¡Don Draper!), que se muestra parlanchín e incluso festivo, pues quiere celebrar la Navidad de la mejor forma posible. Qué bien se le da a Jon Hamm eso de ser un embaucador...
Ya que le resulta imposible arrancarle a Joe más que monosílabos, decide contarle a qué se dedica él. ¿Y qué tenemos? La primera historia (por más que el capítulo esté dividido un poco aleatoriamente en creo que cinco partes, perdí la cuenta):
Él en su vida "real" tenía un negocio (luego descubrimos que ilegal) de algo así como "celestino telemático": da un servicio a solteros tímidos y asociales para que estos liguen. Para ello, está provisto de una tecnología que le permite ver lo que el chico, creo que Harry, ve, y además actúa como un ciber Cyrano de Bergerac, apuntándole al pinganillo lo que tiene que decir. Le ayuda a colarse a una fiesta de empresa (donde las trabajadoras están previsiblemente hartas de sus masculinos compañeros) y le asiste en la difícil tarea de asediar a la inasequible Jennifer (irreconocible Natalia Tena si tenemos en mente a su Osha), una mujer que disfruta de que no la presten atención. Alguna referencia a un pasado con drogas no echa para atrás al muchacho, y menos cuando la chica, al salir del baño (y oír cómo hablaba supuestamente solo), le propone ir a su casa. Le ha caído en gracia con sus ánimos para dar un cambio en su vida. Claro que cuando conocemos por qué el bueno de Matt se mete en un tremendo lío -que conlleva el bloqueo y borrado de las lentillas especiales (uno de los aciertos del episodio) por parte de su mujer-, por culpa de este fallido romance, el terror se une a la mala suerte de un temible malentendido.
En todo momento de esta historia vamos y volvemos de ese refugio parece que polar donde Joe y Matt tienen su comida navideña. Joe sigue hermético, aunque Matt ha captado su interés. "¿A esto crees que me dedicaba?", le viene a decir el vendedor de motos de Matt. "Eso era en mi tiempo libre". Él en realidad trabajaba en lo que se convierte en la segunda historia:
Es una especie de consultor de la empresa que pone implantes azules en la sien para extraer datos binarios de lo que podría ser un compendio de la conciencia o de la esencia del ser de una persona. Lo vemos a través de Greta, una mujer que está a punto de ser operada no se sabe bien de qué, pero que se ve desde fuera a sí misma en un momento determinado y asiste aterrada a continuación a las explicaciones de Matt sobre lo que es ahora mismo: está en el interior de una "galleta", algo así como un huevo con un sensor azul que le conecta al mundo "real". Y su cometido no es otro que ser la inteligencia de la casa domótica para la Greta de fuera. Como indica Joe en el marco externo de la historia, no es ni más ni menos que una forma temible de esclavitud. Y más cuando Matt le aplica castigos tan duros como confinarla durante semanas y meses a la nada en el interior de esa cápsula blanca para doblegar su voluntad y que trabaje. Pelos de punta...
Por fin, Matt da en la diana. Al ver la reacción de Joe apunta que él es una buena persona. Una buena persona que ha cometido algún error. Y Joe cuenta su historia (la tercera historia): el noviazgo con Bethany (guapísima Janet Montgomery, qué acertado el casting en todo momento), y cómo empezó a torcerse todo cuando encontró una prueba de embarazo en el cubo de basura. Beth se pone intransigente y le aplica el bloqueo y borrado, convirtiéndose en una silueta borrosa sin sonido para él e impidiéndole cualquier comunicación con ella. Ni siquiera puede acceder a sus recuerdos en forma de foto. Por más que insiste y persiste, Beth no cede en sus trece, a pesar de lo cual Joe no termina de desengancharse de ella, siguiéndola en los días de Navidad, cuando sabe que va a visitar a ese padre al que nunca terminó de agradar. Advierte que ella está embarazada, y cada año va viendo a quien no sabe si es niña o niño, hasta que Beth muere en un accidente y descubre, entre otras cosas, el sexo de su hijo/a. Y hasta aquí puedo leer...
Porque de pronto pasa lo que empezabas a sospechar, y las tres historias (en forma de borrado de silueta o de la galleta diabólica) confluyen en una conclusión fascinante, tanto para Matt, como para Joe, con un final visualmente poderoso, estructuralmente perfecto y llamativamente estético. Una delicia de principio a fin. Un regalo navideño en toda regla. Una maravilla que no hay que dejar de ver.
Por fin, Matt da en la diana. Al ver la reacción de Joe apunta que él es una buena persona. Una buena persona que ha cometido algún error. Y Joe cuenta su historia (la tercera historia): el noviazgo con Bethany (guapísima Janet Montgomery, qué acertado el casting en todo momento), y cómo empezó a torcerse todo cuando encontró una prueba de embarazo en el cubo de basura. Beth se pone intransigente y le aplica el bloqueo y borrado, convirtiéndose en una silueta borrosa sin sonido para él e impidiéndole cualquier comunicación con ella. Ni siquiera puede acceder a sus recuerdos en forma de foto. Por más que insiste y persiste, Beth no cede en sus trece, a pesar de lo cual Joe no termina de desengancharse de ella, siguiéndola en los días de Navidad, cuando sabe que va a visitar a ese padre al que nunca terminó de agradar. Advierte que ella está embarazada, y cada año va viendo a quien no sabe si es niña o niño, hasta que Beth muere en un accidente y descubre, entre otras cosas, el sexo de su hijo/a. Y hasta aquí puedo leer...
Porque de pronto pasa lo que empezabas a sospechar, y las tres historias (en forma de borrado de silueta o de la galleta diabólica) confluyen en una conclusión fascinante, tanto para Matt, como para Joe, con un final visualmente poderoso, estructuralmente perfecto y llamativamente estético. Una delicia de principio a fin. Un regalo navideño en toda regla. Una maravilla que no hay que dejar de ver.
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