(Netflix. 13 episodios: 15/02/14) |
Contiene spoilers
En muchas ocasiones, una serie se viene abajo en su segunda temporada. Ya no tienes a tu favor el factor sorpresa y corres el riesgo de repetirte o cansar. House of cards quizá no se encontraba en esa situación porque el recorrido de sus protagonistas, Frank y Claire Underwood, aún tienen demasiado recorrido. Los espectadores no nos hemos cansado de sus intrigas y de sus retorcidas manipulaciones. No sé dónde leí que ponerte a favor de este matrimonio -creo que fue en Todoseries- es algo así como el síndrome de Estocolmo. Puede ser o puede simplemente tratarse de la mayor manipulación en la historia de la televisión, porque cuando Frank se dirige a nosotros, nos embauca de una manera inexplicable. Sí, ya sé que eres un cabrón sin piedad, pero te estás dirigiendo hacia mí, me estás haciendo partícipe de tus movimientos y me haces sentir especial. Yo también querría ser un Doug Stamper, un fiel lacayo agradecido por dejarme asistir a los prodigios de una mente retorcidamente brillante.
El primer episodio de la temporada es paradigmático, como había sido la primera escena de la primera temporada: asistimos durante todo el capítulo a una conclusión de lo acontecido en los trece capítulos anteriores y se nos golpea brutalmente contra el metro que llega a la estación. Todo vale, todo está permitido con tal de alcanzar tus objetivos. De aliado o incluso amante puedes pasar a víctima, ¿verdad, Zoe Barnes? Cuando Frank se aleja con esas gafas y ese sombrero parece que estás viendo al mismo demonio. Si antes quedaba la elegancia de su primer asesinato porque no había sangre en sus manos, ya no se puede decir eso.
Pero si digo que es paradigmático es sobre todo porque tarda casi tres cuartos de hora Kevin Spacey en dirigirnos a nosotros y cuando lo hace descubrimos que tiene toda la razón: le echábamos de menos:
There is but one rule: Hunt or be hunted. Welcome back.
Le echábamos de menos y cómo no posicionarnos a su favor, por más que sea capaz de decir "hasta luego, Lucas" a Zoe de la peor manera y mandar a su novio a los calabozos acusándole de conspirador informático. Si hace falta cualquier otra víctima, aunque sea para hundirla de cualquier forma, seguiremos rindiéndonos ante su ingenio y su maestría, con tal de que nos siga haciendo partícipes de sus frases:
One heartbeat away from the presidency and not a single vote cast in my name. Democracy is so overrated.
Why does everything have to be a struggle? Can't some people just say yes for once?Do you think I'm a hypocrite? Well, you should. I wouldn't disagree with you. The road to power is paved with hypocrisy.The only thing more satisfying than convincing someone to do what I want, is failing to persuade them on purpose. It's like a "do not enter" sign, it just begs you to walk though the door.
En esta segunda tanda de episodios, la trama tiene una mayor carga política, con juegos a menudo confusos entre Congreso y Senado, con triquiñuelas para conseguir votos y alianzas, con favores que siempre traen consecuencias, e incluso se dispara al entremezclar asuntos incluso bélicos con el Gobierno Chino. Sí, por momentos es bastante difícil enterarse y te pierde tanta maquinación, tanto cálculo y tanto tecnicismo, sobre todo porque con los Underwood siempre tienes la sensación de que están anticipando el siguiente movimiento con muchísima antelación (y eso que en esta ocasión no aparece el ajedrez, aunque no por eso dejo de pensar que Frank está detrás hasta de las amenazas terroristas en forma de polvo blanco o el tío al que cogen cerca de su residencia).
El protagonismo de Zoe es sustituido por el antagonismo de Raymond Tusk (soberbio Gerald McRaney), un multimillonario pretencioso y arrogante que queda retratado cuando le pide que se calle repetidamente a un pájaro y, como no le hace caso, abre la jaula y lo espachurra. La guerra desatada entre él y Frank es mayúscula y casi todos los que rodean a ambos personajes bailan a su son, por más que se trate del mismo presidente de los Estados Unidos. En ese sentido, el presidente Garrett Walker no es un oponente del mismo calibre y deja bastante que desear en comparación. Tampoco puede hacer mucho el empresario chino Xander Feng (Terry Chen), socio de Tusk hasta la intromisión de Frank. Mejor se defiende Remy Danton, aunque estar en un fuego cruzado entre estos dos colosos del dinero y del poder puede quemarle a cualquiera. A Meechum no le ha llegado la hora de salir escaldado, pero ese juego perverso y sexual que le lleva a un trío con los Underwood seguro que trae consecuencias. Qué decir si eres Freddy, un humilde dueño de un restaurante donde sirves costillas.
Claire al menos tiene un par de segundos de debilidad, cuando la esposa del presidente, la ingenua Tricia Walker, le dice por teléfono que es una buena persona. A ella, que ha jugado con todos con su ley contra las violaciones en el ejército (impactante la entrevista en la que confiesa, sospecho que calculadoramente, que fue víctima de una violación), ya fuera su propio amante, puede que el amor de su vida, Adam, o ya alguien inspirada por dicha entrevista (no recuerdo su nombre). Francis ni eso, aunque está a punto de perder los estribos en un par de ocasiones, cuando se ve contra las cuerdas.
De los nuevos personajes, me quedo con la congresista Jackie Sharp (Molly Parker, me sonaría por haber aparecido en Dexter, aunque no la ubico ahora), la sustituta de Frank cuando es ascendido a Vicepresidente. Fría, dura, luchadora, no es una simple palmera que le baile el agua como Catherine Durant. Y si mantiene una relación con Remy, perfecto para no saber quién está jugando con quién, aunque parece que el principal perjudicado es él, no ella.
El jefe de prensa, Seth Grayson (Derek Cecil, aparece en el segundo capítulo de Fringe, qué gracia al verlo) puede dar más juego, a no ser que le pase como a Connor, que fue casi visto y no visto, o como con Christina, que pensaba que tendría más vuelo; veremos lo que le espera a Rachel tras su justo conato de rebeldía ante el para mí despreciable Doug, y Gavin, el chiflado hacker del conejo, los cabos sueltos para la tercera temporada, imagino. Por otra parte, Ayla Sayyad como heredera directa de Zoe no puede cubrir ese hueco dejado, por más que sea buena periodista.
La factura de la serie sigue siendo impecable (salvo la cagada de la escena en el estadio de béisbol, qué falso parecía el graderío), el guión es una máquina perfecta y los diálogos son demoledores, especialmente los de nuestro "amigo" Frank, que se despide mirándonos a los ojos y dando dos golpes rotundos y firmes en la mesa del despacho de la Casa Oval. Como no podía ser de otra manera. Hasta pronto, despreciable amigo.
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