House of cards. Temporada 1

(Netflix. 13 episodios: 02/02/13)
Contiene spoilers

Seguramente, al tender con facilidad al elogio, esta recomendación quede un poco puesta en tela de juicio, pero House of cards ha sido una de las series que más he disfrutado en mucho tiempo, y eso que en principio el tema me daba mucha fatiga, puesto que la política (y más la estadounidense) la asociaba a lo farragoso, y de hecho no he llegado a ver El ala oeste de la Casa Blanca por motivos similares. Craso error. Menos mal que me han insistido por varios caminos y mi hermana me facilitó el terreno ofreciéndome en bandeja la primera temporada. Si no hubiera conocido a Francis Underwood, ahora mismo vería la realidad con ojos mucho más inocentes y cándidos. Otro craso error.

Desde el principio, desde la primera escena, con un Kevin Spacey que lo borda, que te hace recordar que es uno de los mejores actores del momento, te engancha: un perrito es atropellado y está llorando dolorido; Frank, enfundado en uno de sus casi perennes trajes (o en mangas de camisa, ya no recuerdo), asume la tarea sucia de quitarlo de en medio para que no sufra. 
"There are two kinds of pain. The sort of pain that makes you strong, or useless pain. The sort of pain that's only suffering. I have no patience for useless things".

Mira a la cámara y proclama la inutilidad del sufrimiento sin sentido, para a continuación postularse como esa clase de persona que hace el trabajo sucio que casi nadie quiere hacer. Toda una declaración de intenciones, y la carta de presentación más directa y efectiva que he visto en mucho tiempo. El carácter de este irónico y pragmático personaje es uno de los mayores alicientes que tiene House of cards, y es que se le podría calificar como antihéroe pero en mayúsculas, y a pesar de todo cómo se disfruta de las intrigas de este congresista que manipula tan bien como calcula lo que más le conviene. 

El asalto al poder es uno de los temas fundamentales y ríete de Maquiavelo. Frank estará dispuesto a cualquier cosa (y más a medida que transcurren esos capítulos títulados asépticamente como Capítulo 1, 2, etc.) para primero vengarse por su no nombramiento como Secretario de Estado y después para postularse como Vicepresidente. Y lo hará dirigiéndose ocasionalmente al lector (uno de los puntos fuertes de la serie) efectuando comentarios que resaltan su verdadero pensamiento, la hipocresía a la que juega y que potencian la ironía y el cinismo de este personaje (el discurso en la iglesia, tras la muerte de un niño que le importa un bledo, es el punto culminante, al citar a su padre como ejemplo y aclararnos después, en esa voz en off o en esa reminiscencia al aparte teatral, que su padre no le enseñó nada porque era un pobre hombre, pero claro, eso no quedaría bien en el panegírico).

Pero no todo es Frank Underwood. También cuenta con su mujer, Claire Underwood, una excepcional (y estiradísima) Robin Wright, la media naranja perfecta de este hombre al que podríamos calificar de despreciable y mezquino, aunque solo sea por su declaración de odiar a los niños (uno de los temas más delicados en esta pareja, puesto que Claire no se ha resignado a no ser madre). Claire, una elegante y discreta mujer, maneja las claves de esa sociedad tan estirada y convencional, y colabora con su marido en la medida en que este colabora con ella en una organización no gubernamental. Te quedas pasmado al ver la clase de acuerdos a los que llegan estos dos personajes, sobre todo cuando comparten cigarrillo y confidencias frente a la ventana de madrugada. Tal para cual en lo que concierne a esa aspiración al poder, aunque luego difieran en el legado que vayan a dejar, algo que al descreído Frank no le importa demasiado (de ahí que en su incursión en la iglesia para tratar de obtener algo de calma, y tras declarar que no le extraña que Dios no le haga mucho caso porque él tampoco se lo hace, sople todas las velas con esa mala leche tan característica suya), mientras que ella se plantea que detrás de ellos podría haber un hijo. Ella también tiene su descanso particular en forma del fotógrafo Adam (¿no os parece amanerado Ben Daniels?), un hombre bohemio cuya debilidad es esa mujer que le viene demasiado grande.

La tercera pata de la silla (la cuarta sería David Fincher detrás de las cámaras) es Zoe Barnes (estupenda Kate Mara, American Horror Story), una periodista que se abre hueco gracias a la alianza que establece con Frank, alianza que no excluye el componente sexual y que, aunque podría parecer que acabará como un juguete roto en manos de las maquinaciones de Underwood, se defiende bastante bien, aunque hacia el final, cuando parecía haber superado las diferencias con Frank, sucumbe a la vocación periodista que le recuerda su compañera Janine Skorsky (Constance Zimmer, The Newsroom, Entourage) y que le inspira su compañero sentimental Lucas (Sebastian Arcelus). Veremos, pero visto lo visto con Peter, qué miedito tendría yo si osara a interponerme en el camino de este depredador de la escena política...

¿Y qué decir del resto de personajes? Los políticos más destacados son Peter Russo (estupendo Corey Stoll, un gran retrato de un hombre contradictorio, básicamente bueno pero prácticamente autodestructivo), un congresista marcado por su debilidad con el alcohol, las drogas y las mujeres, sostenido a duras penas por su secretaria y novia Christina Gallaguer (muy interesante Kristen Connolly, y es de presuponer que el arco argumental de su personaje dará mucho juego en la temporada 2); Peter dará pie a una de las tramas más asombrosas de esta primera temporada, y cuya caída tendrá mucho que ver con Rachel Posner (Rachel Brosnahhan), una prostituta de lujo "reclutada" por Doug. 

El presidente Garrett Walker (Michael Gill, correcto en su contención y ese aura que lo envuelve y lo eleva frente al resto) es el eje sobre el que gira Frank, con una participación creciente a medida que transcurren los episodios, siempre respaldado por Linda Vasquez (Sakina Jaffrey cumple con creces ese papel de mujer aséptica y pragmática, aunque Frank la lleve a su terreno gracias a sus conspiraciones). Doug Stamper (muy bien Michael Kelly) es el ayudante de Frank, la escoba perfecta para un hombre que necesita tanto una alfombra bien lustrosa donde esconder tanta basura. Y Remy Danton (Mahershala Ali, el hombre de San Corps, una compañía de gas natural que flirtea con Frank para obtener privilegios) puede funcionar como un aviso para Frank, puesto que fue su ayudante durante varios años y ha aprendido del mejor maestro para volar con métodos bien distantes de la moral y la ética imperantes.

Un elenco, pues, de lo más granado, con profundización en la mayoría de ellos, aunque siempre volcado todo hacia Francis, el catalizador de esta serie que también cuenta con una intro estupenda que te mete de lleno en Washington y el mundillo elegante y conspirativo de la Casa Blanca, esa Casa donde se juega a las cartas a gran escala (imagino que de ahí su nombre), sobre todo cuando suena esa guitarra eléctrica que eleva el tono musical. En fin, que si tienes pocas series que ver en verano, te recomiendo que te enganches al magnetismo de Spacey y su certera caracterización de un político que, reconozcámoslo, por más intrigante que sea, ya querríamos tener en el poder porque al menos supondría que un cerebro privilegiado nos está gobernando (y no las variantes lelas y huecas que tenemos).


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