(AMC. 7 episodios: 14/04/14 - 26/05/14) |
Contiene spoilers
Pocas series pueden jactarse de estar en el olimpo de las grandes y menos teniendo en cuenta su larga duración, pero sin duda Mad Men se ha codeado desde su aparición con ellas gracias a su propuesta de ofrecer la evolución de un grupo de personajes en teoría triunfadores (jóvenes, trabajadores, exitosos...) centrándolos dentro del mundo publicitario. Gran parte de su atractivo reside en situarlos a finales de los 50 y llegar, de momento, a finales de los 60. En esa época el glamour adoptaba la pose displicente de un fumador y se establecían las bases de nuestra capitalista sociedad de insatisfechos empedernidos.
Mad Men podrá tener sus defectos o antojarse demasiado lenta para muchos, pero la calidad a lo largo de estas siete temporadas ha sido una constante con apenas desfallecimientos. Muchos de sus protagonistas, de hecho, forman parte de la iconografía más destacada del mundo de la ficción: decir Don Draper, Peter Campbell o Peggy Olsen es decir palabras mayores. Es hablar de seres que respiran, con sus virtudes y, sobre todo, sus mezquindades. La delicadeza, la inteligente manera de narrar, la cuidadísima banda sonora, los diálogos inteligentes y los elocuentes silencios son marca de la casa. Muchas veces podrás no haberte enterado de alguna clave cifrada con sutileza, pero da igual, sabes que ese elemento distintivo respecto a cualquier otra serie está ahí, por más que en un principio no puedas acceder a ella.
Por desgracia, hay que ir despidiéndose de este universo y parece que será una despedida por todo lo alto. Matthew Weiner nos ha deleitado de momento con los primeros siete capítulos de la última temporada y se nos han antojado muy breves gracias a momentos memorables como la constatación del fracaso (vía telefónica, sin aspavientos ni dramatismos, con la contención madmeniana más característica) del matrimonio Don y Megan a pesar de los últimos estertores, como fue el trío que le propuso Megan; la confrontación padre e hija entre Don y Sally (qué grande la evolución de Kiernan Shipka, es la excepción de la regla no escrita de que los niños en las series son repulsivos), cada vez más próxima a su padre y por tanto, casi proporcionalmente, cada vez más distanciada de esa Betty que nos gustaría ver más porque nadie se cree que esté satisfecha con su nueva vida al lado de Henry; el final del capítulo 6 en el que vimos cómo el concepto de familia en torno a una hamburguesería puede estar definido por tres personas que son amigos aunque casi nunca lo sepan (Don, Peggy, Pete); el baile entre Don y Peggy con la canción My way de Sinatra; la despedida musical del excéntrico Bertram Cooper...
Esto se acaba y quién sabe si las imágenes de la cabecera de la serie son el spoiler perfecto o es tan solo una metáfora del vértigo de Don, que en esta primera tanda se ha mostrado más íntegro que nunca, ha tragado más sapos que nunca, ha doblado la cerviz más que nunca, y sin embargo los réditos han sido más bien escasos. Quién sabe si eso le lleva a plantearse que sus tiempos de éxito quedaron atrás, o si con el impulso de Roger (otro gran personaje, me encanta su sentido del humor) le relanza de nuevo.
Una serie que es capaz de definirnos en un par de pinceladas a cualquier personaje, ya sea el trepa (siempre con aura de perdedor pese a que no deja de escalar o de intentarlo) de Harry; el pusilánime (en su vida) de Ted; la secretaria fiel de Don, Dawn; el casi legendario Bob Benson; el de repente zumbado Ginsberg (caray con su momento pezón...)... Por eso muchas veces nos sabe a poco cuando Joan apenas tiene protagonismo (le perdonaremos esa inquina hacia Don), como nos sabe a poco llevar siete temporadas a tan buen nivel, aunque siempre es preferible saber cuándo detenerse. Lo bueno es que podemos presuponer que el final de Mad Men no nos decepcionará, como hasta ahora.
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