Game of Thrones. S04E07. Mockingbird

18/05/14
Contiene spoilers
Si hubiera que elegir algún nombre propio para encabezar la reseña de este capítulo séptimo, habría dudas entre Petyr y Oberyn, más allá de que Tyrion está todavía más impresionante que nunca y las suyas son las mejores escenas del episodio, a pesar de que está confinado en prisión. Las visitas que recibe, como la de su hermano Jaime, que abre el episodio, como la posterior de Bronn (y qué decir de la última, la de la víbora), reflejan que no hacen falta fastuosos decorados para elevar el dramatismo de una serie que avanza a paso firme a unas cotas inusitadas. Como tampoco hace falta que se explicite lo evidente: la transición entre lo que dice Jaime del campeón de su hermana y la demostración de la Montaña contra un grupo de pasto futuro para los buitres dice más que cualquier nombre.

Quizá haya sido el capítulo más descompensado más allá de los tres nombres propios del inicio, a pesar de que las parejas diseminadas siguen afianzando sus nexos de unión: cada vez está más claro que Arya y el Perro no solo son complementarios, sino que se necesitan porque sus maneras de ver la vida (y la muerte) son similares. Como similares son sus códigos de conducta. Ambos están expuestos a la soledad y ambos han demostrado valerse por sí mismos. La curación de Arya de la herida de su "captor" puede ser un detonante para que nuestra joven espadachina lo quite de su lista negra. Los diálogos de ambos son estupendos.

Entre Brienne y Pod, de momento, están primando los momentos simpáticos, y más teniendo en cuenta que sus pasos están bastante desorientados. Se encuentran con un viejo amigo de Arya, Hot Pie (no me sale en español ahora), que les da una pista sobre ella, pero poco más aquí. Otra pareja en escena ha venido de manos (o de tetas) de Melisandre, cuya conversación con Selyse, la esposa de Stannis, pone los pelos de punta porque esta madre que roza la insania parece estar dispuesta a sacrificar a su hija por el Señor de la Luz.

Uno de los aciertos de la serie es cómo están desarrollando la trama en el este, con una Daenerys que se muestra con dotes de mando incluso a la hora de acostarse con uno de sus vasallos ('Take off your clothes', le dice a Daario). Sus cambios de opinión, inducidos por la mesura de sir Jorah, de momento tienen bastante sensatez. Si incidieran más minutos en ella, sin embargo, rozarían el aburrimiento.

En el Muro, nada nuevo salvo la mala leche de Alliser Thorne y su obcecación con llevarle la contraria a Jon, que de momento está sabiendo morderse la lengua. Su razonable idea de sellar las puertas del Muro para frenar los avances de los salvajes, pues, queda rechazada.

El momento más emocionante llega con la visita de Oberyn a Tyrion. Nos refiere una anécdota del pasado, cuando nació el enano, y el príncipe de Dorne fue a verlo movido por la fama de monstruo que tenía. Ya Cersei le odiaba. Por suerte para el más grande de los Lannister, este personaje que gana enteros con cada aparición tiene buena memoria. Más allá de esa anécdota, Oberyn reclama su venganza, por lo que sera el campeón de Tyrion. Esta alianza induce al aplauso, sin duda.

Y para el final llegan las escenas de Meñique. Tras la primera buena acción de Sansa en toda la serie (abofetear a Robin, el niñato de Lysa), aparece este personaje que pese a su mostruosidad consigue adoptar un halo atractivo y atrayente (aunque cuando besa a Sansa resulta bastante repulsivo). Por dos veces Petyr proclama que su verdadero y único amor fue Catelyn, y la segunda, ante la Puerta de la Luna, resulta fatal para la estúpida, celosa y desequilibrada Lysa. Un espectacular punto y final para el séptimo episodio. Que pase el siguiente, y pronto, por favor...

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