El océano al final del camino. Neil Gaiman. Roca editorial

(240 páginas. 17,90€. Año de edición: 2013)
No soy muy partidiario de dar consejos, pero voy a desdecirme y allá va uno: si lees este libro (si tienes la suerte de leer este libro, más bien), no esperes una historia realista y por tanto no dejes que la fantasía imperante desde que aparece Lettie Hempstock te arruine una experiencia espléndida; tan solo déjate llevar por las páginas de este sencillo, breve y efectivo relato. 

Muchas veces piensas qué requisitos ha de reunir una novela para pasar a ese estante imaginario de tus favoritos y a mí me suele pasar que los libros que más me han gustado son los que más me ha costado dejar porque imperceptiblemente han encontrado un refugio en ti; me descubro releyendo pasajes, o empezándolo un poco por encima para acabar absorbido de nuevo por lo que acabo de leer; otra señal es que me gustaría haberla escrito a mí o, cuanto menos, me incita a querer escribir. No algo parecido, porque para eso habría que tener un universo interior tan fecundo como el de Gaiman, sino simplemente escribir.

Lo cierto es que al cabo de varias páginas iba con cierta reticencia. Conocía al autor de los cómics sobre Sandman (Preludios y nocturnos, La casa de muñecas, ahora estoy deseando seguir leyendo las aventuras de los Eternos) y por unas razones o por otras (sobre todo empezar a leer teniendo sueño), estuve hasta dudando si dejar el libro porque para realismos mágicos tenía a García Márquez (que en paz descanse). Sin embargo, desde el momento en que pude encadenar un par de capítulos, cualquier duda queda desterrada y se inicia una especie de encantamiento, el que produce la complicidad del recuerdo de este narrador en primera persona al que vemos en el prólogo y el epílogo con casi cincuenta años, regresando, tras un funeral, a donde pasó sus años de la infancia. Volver a lo que queda de su antigua casa no le produce demasiada nostalgia, algo que sí consigue la visita a la granja del final del camino, la de las Hempstock.

El mérito del libro es sumergirte en las aguas del océano de la memoria perdida del narrador y recuperar las fantásticas aventuras que vivió a los siete años; hacernos creer que realmente estamos bajo la óptica de esa edad ("Vi cómo la mano de mi padre, la que tenía libre, se deslizaba hasta la curva del trasero de Ursula Monkton (...) Ahora lo interpretaría de otra forma, pero en aquella época no le di importancia. Solo tenía siete años"). Estamos ante un niño que no tuvo una infancia feliz porque le faltaron los amigos, sustituidos por las páginas de los libros que leía. Y en buena parte del relato cabe la duda de si estamos asistiendo a una rendición de la fantasía de un niño con excedente de mundo interior. Pronto eso deja de importar porque estamos delante de una inmersión al placer de leer, imagino que gracias a que el autor sintió el placer de escribirla.

Poco a poco, empiezas a sentir que formas parte de esas memorias sobre la marcha (el narrador sentado frente al estanque en un torrente de recuerdos) y te empapas de esa mezcla entre ingenuidad y ternura que te suscita, así como va rebajándose el estupor ante los "poderes" de Hettie, de once años (¿desde cuándo tienes once años?, le pregunta el niño, a veces certero en sus inocentes cuestiones), de su madre Ginnie, de unos cuarenta, y de la abuela, un trío matriarcal que en ocasiones parece indisoluble y al mismo tiempo es algo así como la representación de unas deidades naturales que velan por el buen funcionamiento del mundo. 

Si bien no te enteras del todo de cómo se han desencadenado esas fuerzas extrañas, arcaicas y peligrosas que amenazan al niño (a raíz del suicidio del minero de ópalos sudafricano), y si bien el relato tiene mucho de Alicia en el País de las Maravillas (citado en el libro) y del universo de Tim Burton (hay mucha oscuridad, aunque solo sea a través del miedo que siente el niño), no deja de ser porque es un universo reconocible, el de nuestra infancia, el universo que nos hubiera gustado vivir a pesar de las amenazas en forma de la temible pulga/niñera Ursula Monkton, que luego darán pie a los terroríficos pájaros. 

Pese a que prima este escenario fantástico y por tanto tienen menos protagonismo la madre (el personaje más circunstancial de todos, de hecho), el padre (aunque se habla de las relaciones con él y suyo es uno de los momentos más escalofriantes del libro, el episodio de la bañera con el agua fría, por no hablar de que contribuye a que el punto de vista infantil acerca de su relación con Ursula es genial) y la hermana, en ningún momento dejas de sentir que queda implícita una moraleja certera acerca de la vida, algo similar a ser fiel a quien eres cuando eres un niño, así como la importancia de la imaginación y de la lectura ("Mientras crecía, aprendí muchas cosas en los libros. Me enseñaron casi todo lo que sé sobre cómo se comporta la gente y cómo debo comportarme yo").

Y para los que hemos tenido una infancia algo más solitaria, qué decir de lo que significa Hettie para él. La imposible amistad entre el narrador y Lettie es entrañable porque pese a las enormes diferencias entre ambos confía en ella de manera ciega (de hecho, gran parte de sus problemas vienen por haberse soltado de su mano en un primer momento): si Lettie le brinda su compañía, sabe que no le pasará nada jamás, por más temibles que sean las fuerzas del otro mundo que se desencadenen. Las mujeres Hempstock son un refugio para la soledad y para cualquier peligro, y sobre todo se concreta en su cocina, en forma de lo que come en esa granja (qué magníficas las descripciones: empezando por las gachas con una cucharada de mermelada de moras con nata, siguiendo por las tortitas  con unas gotitas de limón y una cucharada de mermelada de ciruela, el trocito de panal de miel regado con nata, sopa, carne asada, patatas asadas, verduras salteadas, zanahoras asadas tostadas y dulces, pastel relleno de manzana, pasas y nueces picadas, regado con salsa de vainilla, más gachas y tostadas, té, pastel de cordero con puré de patata crujiente, pudin de pasas).

El estilo es una delicia, los diálogos justos, literarios pero realistas, la acción va cobrando fuerza a medida que transcurren las páginas y aparece Ursula Monkton haciendo gala de una crueldad abrumadora, que quiere alejarle de las Hempstock y enemistarle con su familia, el mundo imaginario que se propone (cuando van a buscar lo que se ha desencadenado y tiene que ir con una vara de fresno y cerrar los caminos, buscar algo azul, el lobo manta, el gusano de la planta del pie, los recortes y el cepillo de dientes, la puerta por la que la pulga entra al mundo, las alimañas o pájaros del hambre, el círculo de las hadas, la zambullida en el océano...) es extraordinariamente original, el final es redondo con ese capítulo quince que prefigura el epílogo, y hay ciertos elementos simbólicos o poéticos que son pequeñas joyas:
"Recuerdo el día en que llegó la luna", dice la abuela.

"Te voy a decir algo muy importante: por dentro, los adultos tampoco parecen adultos. Por fuera son grandes y desconsiderados y siempre parece que saben lo que hacen. Por dentro, siguen siendo exactamente igual que han sido siempre".

"Era realmente guapa, para ser una adulta, pero, cuando tienes siete años, la belleza es una abstracción, no un imperativo".

"No echo de menos ser un niño, pero echo de menos el placer que me producían las pequeñas cosas, por más que las cosas importantes se estuvieran desmoronando"

Comentarios

Luis J. del Castillo ha dicho que…
Debo coincidir contigo: para disfrutar de esta obra hay que entregarse a la magia que desprende, sin buscar el realismo. A mí me sorprendió porque no me lo esperaba, pensé que me encontraría ante una historia más cotidiana, unos recuerdos de infancia normales... ¿pero acaso en la infancia no existen esas pequeñas historias increíbles para nuestra mente adulta?

Me ha gustado tu reseña del libro :) Gracias por compartir tus impresiones
Juliiiii ha dicho que…
Hola, Luis J. Me alegra mucho que te haya gustado la reseña, gracias a ti por tu comentario. Tu apunte es totalmente cierto y Gaiman aprovecha el juego de la memoria de un niño para elaborar este cuentecito precioso.
¡Un saludo!
Vanessa ha dicho que…
Gracias por descubrirme ésta maravillosa historia de magia y amistad. Yo también quiero creer que existe un lugar al que todos podemos volver cuando lo necesitamos.
Juliiiii ha dicho que…
Qué ilusión tu comentario, Vanessa.
Estoy seguro de que ese lugar existe, aunque ese lugar sea en vez de un dónde o un quién.
Un besazo