07/04/2014 |
Contiene spoilers
Por fin, la espera terminó. Y hasta que no vuelves a ver el universo de Poniente no te das cuenta de lo mucho que habías echado de menos esta serie, esta indispensable serie. Es increíble cómo año tras año se queda fuera de la nómina no sólo de premiados, sino incluso de nominados, cuando es indudable que su calidad alcanzaría como mínimo a figurar entre las mejores. El mérito de GoT es terrible: tantos personajes (solo hay que pasarse por la nómina de algún episodio en IMDB), tantas tramas abiertas, tanta complejidad narrativa y formal (por no hablar de ser fiel a una de las sagas más importantes en la literatura actual) y sin embargo consiguen transmitir unidad y apenas hay secuencias que no te digan nada. Aparte de que, como dice Benioff (o Weiss, no los distingo) en el S04E00, esta serie cuenta con dragones. ¿Alguien da más? Imposible.
Por ejemplo, en este primer episodio, transcurrido alrededor de un mes después de la matanza de los Stark (ay, Robb, ay, Catelyn, ay Oona Chaplin) en el Cuello, se nos sitúan casi todas las piezas del gigantesco tablero de juego de los Siete Reinos, a excepción de Stannis, Bran, Meñique o Theon. Normalmente, vemos un patrón común en las tres temporadas anteriores: inicios calmados, a modo de introducción, el nudo a no mucho tardar, que suele tener una resolución impactante en los penúltimos episodios. En la cuarta temporada, parece que volvemos a lo mismo, aunque el caldo de cultivo está próximo a llegar a su punto de ebullición y es como si estuviera a punto de estallar antes que nunca.
Gran parte del protagonismo recae en Desembarco. Tenemos a Sansa de duelo, vigilada de lejos por Jaime y Brienne, que le recuerda la promesa hecha a Catelyn de cuidar de sus hijas. Sansa encuentra un apoyo en la figura del bufón de sir Dontos (perdido desde el 3x1), por más que la pelirroja tendría el apoyo de un Tyrion, cuya evolución no puede ser más evidente en la escena del burdel (hay que recordar su llegada a Invernalia, asaltando los prostíbulos del Norte).
A Tyrion, relegado como tesorero del reino, le han encomendado la misión de recibir a uno de los príncipes de Dorne, una misión delicada dada las malas relaciones desde la masacre liderada por la Montaña contra los Targaryen antes de "usurpar" el trono de hierro. En este sentido, la puesta en escena de Oberyn Martell (Pedro Pascal) ha sido deslumbrante (y eso que no conozco al personaje de los libros). Otra destacada elección de los castings, con un actor que rezuma carisma, vehemencia y arrogancia. Después de recordar el episodio tras el que las relaciones entre su familia y los Lannister se vieron rotas por el salvaje asesinato de su hermana, pronuncia aquello de que no solo la familia del león paga sus deudas.
Si preocupado parece Tyrion, su hermano Jaime no lo tiene más fácil. Primero se escabulle del exilio al que le iba a conferir su padre, Twynn Lannister, presente en la forja de dos espadas valyrias con la que arranca la temporada, incluso antes de la fantástica (y alterada de nuevo) intro. Luego choca con Cersei, su querida hermana, para quien la llegada de su hermano y amante es demasiado tardía. Y para rematar, le toca las narices nuestro detestable rey favorito, Joffrey, al recordarle su nula valía histórica. Ya con 40 y sin la mano derecha, parece que no le deja mucha opción a rellenar las páginas de ese libro en el que deberían relatar sus hazañas. Debe de ser duro volver disminuido después de tanto tiempo y ver que has perdido tu sitio por completo.
Fuera de Desembarco, los salvajes reciben refuerzos (refuerzos que asustan sólo con ver lo que asan al fuego), los Thenn, que le imponen incluso al gigante Tormund, y Jon Snow avisa del inminente ataque al consejo que decide si hay que decapitarle o no por desertar y "yacer" con una salvaje. Al final, el sabio y ciego Aemon prevalece sobre Alliser Thorne (que está de vuelta) y se le perdona la vida. En la travesía de Daenerys, los dragones siguen creciendo a pasos acelerados y cada vez son más difíciles de controlar incluso por su madre, y se acercan a otra ciudad, mientras que Daario parece haberle caído en gracia a la Madre de los Dragones, como se demuestra con el lance de las flores que le regala.
Y dejamos para el final lo que puede ser la pareja del año: Arya y el Perro. La escabechina en la taberna por el pollo es de las que se pueden recordar en mucho tiempo. Una muestra de cómo nos enfrascamos en este universo particular es disfrutar de cómo le clava la aguja al capullo que se cargó a un amigo suyo. O eso o nos hemos insensibilizado a la muerte ajena entre tanto zombi y tanto engañoso final de serie...
Comentarios