(224 páginas. 16,50€. Año de edición: 2013) |
Si tienes sed, tienes hambre y la piel blanca con propensión a quemarte, definitivamente esta no es la novela que deberías leer, y menos si no tienes una pieza de fruta al lado, una botella de agua (aunque debería decir botijo para ir más acorde a lo leído) o lees bajo el sol abrasador sin tu protector solar 50. Cuando en las primeras páginas tienes a un niño escondido en un agujero y se mea encima, apenas puede estirar las piernas y tiene miedo de que el malvado Alguacil le encuentre, sabes que esta obra rural no será muy complaciente. Si pasas las páginas y gran parte del léxico es exigente y exhaustivo (trufero, varea, parihuela, carrizo, tamiz -y ni hemos llegado a la página 20) confirmas tus primeras impresiones. No sabes si estás ante un ejercicio retórico de precisión léxica a modo casi de reconstrucción histórica de palabras arcaicas u olvidadas, o ante una exhibición elitista y preciosista para abrumar al entumecido e ignorante lector. ¿Lirismo, costumbrismo, mérito, pedantería?
Da igual. De esta novela cabe destacar un importante éxito internacional antes incluso de llegar al mercado español. Partiendo de la base de un evidente esfuerzo editorial por vender la obra, ese éxito concita las habituales suspicacias. De tanto decirte lo espectacular que es, te enfrentas a la novela casi a la defensiva. Seguro que no es ni la mitad de buena que lo que dicen, dice un letrero invisible en tu frente que ocupa todo el espacio de tus expectativas.
Dos factores, uno interno (el léxico) y otro externo (su éxito, pese a ser un autor novel), pues, caracterizan esta novela con una oveja como protagonista de esta austera portada. Y luego, un texto muy bien escrito, muy estilizado, con una trama casi inexistente o al menos muy pausada: un niño se escapa de su pueblo (innominado, como todos los espacios por donde transcurre la acción y como todos los personajes) ante los signos de abusos sufridos por parte de la autoridad de la comarca (el ya citado Alguacil). En su huida, va a parar con un Cabrero anciano, que se convertirá en su mentor para esa nueva vida a la intemperie. Y ya no busquemos más variantes o más personajes, aunque un tullido repugnante será un personaje importante.
Espacio y tiempo están desdibujados (el llano, una zona casi desértica, inhóspita; referencias temporales que podrían ligar el texto a la posguerra española, si es que estamos hablando de España, algo que tampoco creo que importe demasiado). El narrador omnisciente lo domina todo y es casi otro personaje con esa técnica de recargar la expresión para situarte todavía más en ese casi apocalíptico escenario (a mí me parece muy cogida de los pelos la comparación con McCarthy). Los personajes son bastante esquemáticos, empezando por el hecho de que ninguno va acompañado de su respectivo nombre propio. Salvo el carácter del niño, que va oscilando según la situación, los personajes son bastante acartonados y maniqueos. Apenas existen diálogos y predomina la forma de elocución descriptiva, que en ocasiones resulta cargante y manierista. Los detalles técnicos, pues, al margen de ese exuberante léxico, no son tan novedosos o cercanos a la excelencia que nos quieren vender, aunque por regla general llaman mucho la atención las expresiones y frases (algunas demasiado rebuscadas, eso sí):
Una atmósfera fosforosa convirtió el refugio en una marmita tóxica.La luz tenía una textura polvorienta y rojiza.el llano se sacudía el sufrimiento que el sol le había causado durante el día, desprendiendo un olor a tierra quemada y pasto seco.Gritos del averno empujan los muros de su cabeza de fuera a dentro.La luna creciente todavía era una tajada estrecha amarilleando sobre el horizonte.La luna en cuarto creciente colgada de un cielo limpio.
No veo como un demérito que no ocurran cosas y eso no es una razón para que una obra te aburra, pero aquí es cierto que tardas en situarte. Los flashbacks no aportan demasiado y el detallismo es por momentos exasperante. Yo diría que hasta que el Alguacil no encuentra al Cabrero bajo las murallas de un castillo abandonado, podríamos resumir las páginas al menos a su mitad, que no pasaría nada (salvo que te perderías un sinfín de palabras que nunca utilizarás, ni siquiera si acabas en el campo). Una referencia para este llibro que no he visto en ningún sitio sería la del aborrecible Coelho: sin llegar a sus notas moralistas y simplistas, a ratos te encuentras con algo así como un análisis de la personalidad del niño, y los personajes con quienes alterna no son sino representaciones de actitudes de personas con las que te vas a cruzar en tu vida. El componente metafórico está muy presente en el texto y más que personajes te encuentras arquetipos.
No ha sido una obra que me haya impactado, vaya, o que la pueda calificar como una de las mejores novelas que he leído (empezando porque más que novela casi podríamos hablar de cuento hiperdesarrollado). Quizás porque soy un urbanita, quizás porque me ha parecido forzadamente elaborada o marcadamente simplista, quizás porque bajo los fuegos artificiales que adornan el paisaje, más allá del sonido retumbante del petardo y del virtuosismo de las luces que restallan en la noche no queda nada. Quizás porque me han vendido que era una de las novelas del año y tengo que llevar la contraria. Puede que si a Jesús Carrasco no le hubiera acompañado esa retahíla de elogios y hubiera sido un éxito de boca en boca, ahora estaríamos hablando de una prometedora carrera literaria y sin las exigencias de un éxito que escapa a las coordenadas del propio autor, algo que tampoco termina de resultar justo.
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