(304 páginas. 22€. Año de edición: 2009) |
El ritmo lento de esta novela, como me ha parecido leer no recuerdo dónde, es una especie de degustación de queso o una cata de vino. Hay que disfrutar de ese sabor exquisito de las palabras bien escogidas y bien seleccionadas. Sobre todo en las partes ambientadas en el ámbito rural, en ese Teruel profundo donde el ingeniero Alfredo Fortes se encuentra revisando unas obras.
No hay que buscar una gran historia, que no la hay. De hecho, la trama es más bien lo que podría haber sido la obra cuando Fortes viaja a Valencia por un encargo de su "amigo" Meneses (el personaje más estúpido, un nuevo rico estúpido y pretencioso al que dan ganas de que el guardaespaldas de la Compañía Teodoro Tabernas, apodado Hércules, le rompa las piernas; podría representar a la perfección a cualquier trepa de medio pelo de los que abundan en nuestro país que se hace con algún cargo importante y mira por encima del hombro al resto de la humanidad a pesar de su escasa valía) y se hace con un maletín de un millón de euros que estaba en la caja fuerte por error.
Lo más interesante de la novela, aparte de las hermosas descripciones del entorno de Teruel, es lo que no se llega a profundizar, todos esos chanchullos de la Compañía que en teoría se dedica a obras públicas o a la construcción, pero que trafica con armas en Nigeria y blanquea dinero a base de bien. Podemos ver el vaso medio lleno, es cierto, y esta novela englobarla en aquellas que critican el dinero fácil que en este país ha corrido hasta los años de la crisis (o que en los años de la crisis al menos ha dejado de ser tan ostentoso), aunque en realidad el capítulo titulado "Dinero" tampoco es tan relevante en el conjunto y las otras tres partes están divididas así más por capricho del autor que por una disposición del material en cuatro secciones claramente diferenciadas.
Al final, todo se queda en nada, como las historias que arropan la del solitario y alcohólico Fortes (pues no en vano se trata de una novela coral, aunque se quede a medio camino), la de María Antonia, la anciana frutera que siente la presencia del dinero como una fuente de calor y conversa con espíritus, como el de su abuela (me sobra esa concesión o tributo al Realismo mágico); el pastor apegado al pragmatismo (y a veces al egoísmo) de la tierra; Pecholobo y Mariluz, un matrimonio de mediana edad que duermen en camas separadas y que son los regentes del hotel de medio pelo donde Fortes se hospeda; Miguelito, el joven tullido que escapó de la muerte en un accidente de coche en el que murieron sus tres amigos que iban con él y que ahora tiene una aventura con Mariluz; la joven prostituta de lujo Shoshó en menor medida; o Verónica, la exmujer de Fortes, a quien se adivina una relación con el alcohol similar a la de su despreciado exmarido. Si la intención era darles un peso similar a todos, entonces se puede hablar de fracaso porque esta novela está claramente descompensada en favor de Fortes.
Otras pegas de la novela: algunos flashbacks, los que conciernen a las escenas con el psicólogo, parecen ensertadas un poco como pegotes, son un poco áridas o al menos poco gráciles; tampoco me han encajado bien los juegos de Fortes con las letras y palabras, al menos no cuando se produce tan reiterativamente; y muchos de los diálogos, sobre todo los de Meneses, no me han parecido verosímiles o naturales. Eso sí, resulta una novela sencilla y agradable de leer y la psicología de los personajes está bien trazada y te crees las pequeñas miserias de todos cuantos aparecen, sobre todo la del ingeniero, que pudiera ser criticado por su falta de ambición y su pasado degradante con el alcohol, aunque al final, al devolver el dinero y asumir el divorcio con Verónica (seis años después), se redime y al menos parece que puede afrontar lo que le resta de vida con dignidad.
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