28/04/13 |
Contiene spoilers
Casi sin darnos cuenta, nos encontramos en el ecuador de esta magnífica tercera temporada. Los episodios se disuelven como un azucarillo pese al aumento de duración y eso que las tramas parece que no avanzan, al contrario que las intrigas (que se lo digan a Twinn). Aunque digo que parecen porque no estamos ante un cuadro estático y el verdadero admirador de Juego de Tronos, o de Canción de Hielo y Fuego, sabe apreciar todo lo magnífico que hay en esta serie.
Puede que haya mucho seguidor defraudado porque no encuentra toda la acción que requeriría, como si solo debiese haber Blackwaters a diestro y siniestro, pero hay que saber saborear todo lo que conduce a dicha acción. Porque esta serie no va de guerras, no se centra exclusivamente en si los Baratheon o los Targaryen o los Stark o los Lannister se acabarán imponiendo, ni en si los Salvajes Más Allá del Muro reventarán esa imponente línea divisoria y podrán contener a los Caminantes Blancos, es sobre todo mostrar las reacciones humanas ante el poder, ante la gloria, ante la victoria y la derrota, la traición o la lealtad, es también hablar de la amistad, el amor, el sexo, la vida en tiempos oscuros, es la digestión del miedo ante lo desconocido, lo amenazante, lo aterrador, es describir la asimilación o el rechazo ante lo que ocurriría si la magia empezara a reaparecer en la existencia.
Hay quien ve en la fragmentación de las tramas una debilidad porque dificulta el seguimiento o la comprensión o la identificación con los personajes. Quien no vea que el logro es la conjunción de todos los engranajes dispuestos que busque otro refugio más básico o más primario.
Hay que comprender la trascendencia de Shiree, la hija deforme de Stannis, que encierra (un personaje que vive encerrado, por lo que se nos sugiere) la bondad y sabiduría que sus enajenados padres (Stannis por su fanática obstinación por suceder a Robert; Selyse, su mujer, por tener en recipientes los fetos de sus hijos muertos y por dejarse convencer por Melissandre de lo que hay que hacer para alcanzar los objetivos -qué estupenda forma de caracterizar, por cierto, un personaje que no había aparecido hasta ahora en una escena de escasos minutos) no han sabido transmitirle, al contrario que su amigo Davos, el humilde caballero de la Cebolla, a quien quiere enseñar a leer para que la permanencia en prisión no le sea tan tediosa.
Hay que entender el sentimiento de Gendry, que ha servido toda su vida haciendo que esta sea algo poco menos que prescindible y cuando ve que la Hermandad sin Estandartes le proporciona sueños de igualdad ni siquiera la compañía y la amistad (y quién sabe si algo más) de Arya se puede comparar. Pobre Arya, tan cerca de la venganza y al final tan lejos. Cuando habla con Thoros de Myr, el sacerdote rojo de R’hllor (como muy bien nos indican en la, para variar, magnífica reseña de Todoseries), quién no se siente conmovido ante la añoranza de su padre, a quien le hubiera gustado ver resucitado, como con Beric Dondarrion, derrotado por el Perro pese a que la espada de fuego le había aterrorizado.
Hay que escarbar en la vanidad de Meñique, que nunca se conforma con lo que consigue y quiere más y más, como si su principal misión fuera ahuyentar esa versión de sí mismo que estuvo tan por debajo de los Tully, y da igual si tiene que aplastar los sentimientos de una voluble quinceañera. El juego de tronos que no supo interpretar Ned Stark, con las múltiples intrigas de Cersei, Varys, el propio Meñique y ahora Lady Olenna (qué magnífica su interpelación con Tyrion, al que no hay que criticar que parezca que no se entere, sino que hay que ver que se encuentra ante un papelón para el que no estaba preparado o mentalizado, las cuentas del reino), sigue su curso, y hay que ver el magisterio del viejo e implacable zorro Twynn, que no pestañea a la hora de detener las intrigas de los Tyrell aunque sea entregando a sus propios hijos a matrimonios concertados en lo que es una memorable (para variar) última escena del capítulo. Da miedo pensar lo que este hombre puede llegar a ser capaz por culpa de su desmedida ambición...
Hay que dejar tiempo a un paréntesis ante tanta carga de responsabilidad y ese paréntesis lo encontramos en una
cueva, donde unos jóvenes e inexpertos (al menos Jon) ocupan su tiempo en algo tan secundario como amarse. Qué pena
que el deseo de Ygritte no se pueda cumplir y no puedan permanecer toda
su vida en esas aguas termales, dedicándose a lo que debería ser lo
principal y que, sobre todo en estos tiempos de guerra que se avecina,
muchas veces queda no relegado, sino directamente olvidado.
Hay que temblar ante lo que se puede llegar a hacer por venganza, como Rickard Karstark, que asesina a dos niños por llevar el mismo apellido que el asesino de su hijo. La respuesta de Robb es tan noble como equivocada. Desoye los consejos de Edmure, Brynden, Talisa o su propia madre y decide ajusticiar al que era su aliado como lo habría hecho su malogrado padre. Esa barba, ese porte y ese mandoble de espada no es sino un cercano reflejo del añorado Ned, aunque eso no es muy buen augurio para el cada vez más debilitado Rey del Norte, y sin que Twynn tenga nada que ver. El repentino fogonazo de táctica en busca de golpear Roca Casterly, para el que debe negociar con Walden Frey, tiene muy mala pinta, y más cuando acaba de romper un pacto con ese hombre taimado e implacable, una versión más cutre, anciana y casposa del propio Twynn.
Con menos sentido del orgullo que Robb, Danaerys sigue administrando justicia ante su nuevo ejército, ante las cábalas y cálculos de sus dos principales consejeros, ser Jorah y ser Barristan, que hablan del honor en una velada acusación por parte del viejo Selmy hacia la lealtad de Jorah (o eso parece con la previa al capítulo, al recordar la escena en la que llegó a un acuerdo con Varys para asesinar a la Khaleesi).
Y para acabar, quizá el diálogo más sobrecogedor del capítulo porque da paso a la más que probable redención de Jaime Lannister, que se queja en el baño (después de tratar con hombría la asquerosa herida de su muñón) ante una desnuda (y frágil por primera vez) Brienne de su apodo de Matarreyes y esboza un retrato implacable de su acto de traición ante el rey loco Aerys, que podría considerarse la mejor acción en su vida. Como han señalado muchos, esta pareja está dando los mejores momentos de la temporada y aunque no veo que pueda haber nada romántico o erótico entre ellos, nunca se sabe. Por cierto, ¿la amabilidad de Roose Bolton no podría tratarse de una estratagema que no beneficiaría nada a Robb? No sé si estoy influido por el spoiler de medio saber quién es el causante de la destrucción de Invernalia (algo que todavía no se ha aclarado)...
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