(9 capítulos: 04/03/13 - 29/04/13) |
Contiene spoilers
Las aventuras de Ragnar Lothbrok han proporcionado las dosis justas de entretenimiento a pesar de que el suyo fue quizá un estreno menos sonado que otros. Visualmente poderosa, las aventuras de estos indómitos, violentos y salvajes vikingos nos trasladan de manera bastante precisa a los tiempos en que estos bárbaros adoraban al dios Odín (vinculado aquí al cuervo que parece ser su reencarnación). Es una serie recomendable a pesar de que sufre un considerable bajón desde que el conde Earl Heraldson (genial Gabriel Byrne) queda fuera de escena y Ragnar ocupa su puesto. Supongo que la lucha contra alguien más poderoso es mucho más interesante que cuando el prota ha conseguido establecerse en ese papel (a pesar de que se subordine a continuación al rey de Suecia).
De todas maneras, estamos hablando de una serie dramática que merece mucho la pena, entre otras cosas por el carisma de su protagonista, Ragnar, muy bien interpretado por el australiano Travis Fimmel, ya que a través de sus intensos ojos azules y la casi perenne sonrisa burlona en los labios, a través de la ferocidad de su hacha y de la inteligencia en sus movimientos, llegas casi a desear entrar en el Valhalla a sus órdenes.
El papel del antagonista hasta el capítulo 6 le corresponde al Conde Heraldson y cumple admirablemente ese papel sin incurrir en una oposición tajante entre buenos y malos. Ese es un concepto que no existe entre bárbaros. La justicia es una medida sinuosa y ambigua y el conde tan solo defiende su posición, su status, su poder, como casi habría hecho Ragnar en su lugar (aunque vale, no creemos que hubiera mandado arrasar contra la aldea donde vivía o no habría asesinado a un niño para proteger su tesoro en la otra vida). Además, el recuerdo del asesinato de sus hijos le humaniza todavía más. Y se tiene la impresión de que Siggy, su esposa, es una instigadora de cuidado. Además, el odio se lo lleva su heraldo, el despreciable y faldero Svein.
Una vez que Ragnar reemplaza a Heraldson, la principal tensión recae en Rollo (Clive Standen), el hermano de Ragnar (suponemos que no de sangre, no se parecen demasiado a no ser que se traten de los Zipi Zape vitaminados y ultrahormonados escandinavos). Rollo es un bigardo barbudo y viril que representa su papel de bárbaro a la perfección: impulsivo, valiente, irreflexivo, feroz, descreído, cruel, sanguinario, primario... Tal vez ese primitivismo le instiga más que la ambición, aunque hay que atribuirle un componente de envidia en sus acciones más dudosas, como las del final del último episodio. Ser igual que Ragnar se va convirtiendo en algo que le va royendo y, a pesar de que en varias ocasiones muestra su lealtad hacia su hermano (como cuando el conde pretende que atestigüe contra él a cambio de su hija o le somete a torturas para que le revele su paradero), casi desde la primera vez que se abrazan y se juran fidelidad, estás esperando que le clave un puñal por la espalda (o bueno, ese momento es meridiano sobre todo cuando le tira los trastos a Laguertha y ves que si esa es la fidelidad de un hermano, viva el concepto).
Laguerta (Katheryn Winnick), la bella y resuelta esposa de Ragnar, es la cuarta pata sobre la que gravita la fuerza de esta serie. Una versión moderna de mujer, capaz de dar a luz y de luchar al lado de su marido en Inglaterra, se aleja del concepto de fragilidad femenina que se le ha solido otorgar a las mujeres (y queda demostrado en el primer capítulo, cuando su marido, que está fuera de casa para ir a una asamblea del conde, se defiende de dos saqueadores). No es solo que sea una mujer feroz, sino que combina inteligencia (como demuestra en sus consejos como condesa) y sensibilidad (evita la violación de una mujer inglesa). Es cierto que tras el aborto (aborto natural, tranquilo Gallardón, no vayas a denunciarla retrospectivamente, que seguro que en este caso pensáis que aquí no prescriben los delitos) pasa a obsesionarse (y con parte de razón, visto lo visto en el último episodio con la sugerente princesa Aslaug) por su fertilidad. Y es que a Ragnar el vidente (qué buena caracterización la suya con esa herida o costra que tiene por ojos, y qué asco el lametón en la palma con la que terminan sus consultas) le anuncia una descendencia de varones y el que tiene, Bjorn (vaya peinado el suyo, que denuncie a su peluquero) parece que no cuenta, por no hablar de Gyda, la niña, que solo cobra relevancia al final. Laguerta me recuerda, por cierto, a Scarlett Johanson, se come la pantalla en cada aparición suya.
Y exceptuando a Floki, un hombre peculiar encargado de construir barcos y que está muy apegado a los dioses y las tradiciones y que a veces parece que está como una cabra, o a Athelstan, el monje que Ragnar toma como esclavo en su primera incursión por el Oeste (contradiciendo al conde), los demás secundarios no son demasiado relevantes. Quizá podríamos hablar del rey inglés, a pesar de su escasa participación, aunque no sé si lo destaco porque me ha recordado (por su físico) al rey Robert.
La fotografía está muy conseguida, con bellos parajes y una interesante y no abusiva utilización de la cámara lenta; la música no es espectacular pero cumple por momentos y, en general, las escenas de acción están muy conseguidas. También me gusta mucho la intro, poderosa y sugerente. Todavía no se ha confirmado la segunda temporada, pero esperemos que se la concedan, que si no, nos quedaríamos con todos los frentes sin cerrar...
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