Hay un chico en el baño de las chicas. Louis Sachar. SM (El barco de vapor)

(256 páginas. 7,90€. Año de edición: 2003)
En clase, a nadie le gusta sentarse al lado de Bradley porque siempre se porta mal. Hasta que la llegada de Jeff, un chico nuevo, le abre las puertas a un posible cambio y se ve inmerso en un mar de dudas. ¿Qué  divertidas situaciones esperan a los dos amigos? Una novela para reír y reflexionar sobre nosotros mismos.

Al principio, Bradley Chalkers es estrangulable, un niño patológicamente mentiroso e inadaptado, que ha acabado siendo una isla en su clase y en su cole. Se sienta detrás del todo, no hace los deberes, no acumula estrellas a modo de premio como los demás y en casa tiene engañados a sus padres. En realidad, lo que le pasa es que está bloqueado y no le ayuda nada ni la profesora, la señorita Ebbel (dice que no tiene tiempo para ocuparse de él porque hay otros 30 en clase, contradiciendo las tesis de Wert) ni su madre, demasiado sobreprotectora. Porque lo cierto es que sus únicos amigos son los juguetes, su colección de animalitos, donde destacan la conejita Roni y el osito Bartolo.

Hay dos recién llegados al colegio que van a suponer para Bradley indicios de cambio: Jeff Fishkin, un niño que viene de Washington y le propone ser su amigo (a lo cual de primeras le responde Bradley con la amenaza de escupirle si no le da un dólar) y, sobre todo, Carla Davis, la nueva, joven y guapa psicóloga, que congeniará con el chico pese a que es un maestro para provocar y sacar de quicio a todo el mundo (aunque no por ello deja de tenderle la mano cuando llega o, cuando acaba la sesión, de agradecerle todo lo que ha compartido con ella).

Carla es el personaje adulto tratado con más cariño de todos, la única al margen de los niños retratada con dulzura (no quiere esto decir que los padres que aparecen sean negativos, ojo). Los niños, por cierto, quedan reflejados como lo que son, con sus aspectos positivos (su ingenuidad, su inocencia, su pasión por divertirse...) y con sus aspectos negativos (sus celos, sus envidias, sus caprichos...). No están idealizados, pero tampoco están demonizados. 

Carla es la única que no los trata como niños, sino que se pone en su mismo nivel (empezando por sus divertidas camisas) y los escucha como a cualquier otra persona, por más que le cuenten sus pequeñas historias, sus preocupaciones más absurdas; siempre les va a ofrecer su escucha atenta y les va a proporcionar una valiosa herramienta: ayudarles a pensar por sí mismos. Eso exige una paciencia que los demás no tienen y el previsible giro de la incomprensión paterna llega justo cuando empiezan a observarse los progresos con Bradley, al que ha animado para que no le tema al posible fracaso, al que le ha hecho confiar en sí mismo.

Esa salida parece convertirse en un retroceso irremediable para Bradley, pero entre la carta que le escribe Carla y lo afianzado con anterioridad, no ocurre eso. Bradley ya es un niño que no miente, que no busca excusas, que no dice odiar todo cuanto le enfada, que es educado y que cae bien. Y es quien ayuda a Jeff, que había efectuado una transformación a la inversa, pasando de ser un chico servicial a hacer casi cualquier cosa por mantener el estatus de popularidad que había obtenido a raíz del ojo morado a Bradley.

La pelirroja Colleen sería la 3ª pata de la historia (la 4ª, ya lo hemos dicho, es la única no niña, Carla), al ser ella la niña que puso su voz en grito cuando Jeff se confundió el primer día de colegio y entró en el baño de las chicas. A partir de ahí, Colleen se prenda de él y las dosis de amores que siempre vienen bien en una novela de este tipo vienen gracias a ella.

Momentos divertidos, tiernos, enseñanzas de las que se puede aprender al no ser demasiado explícitas, una historia sencilla y bien contada, además de personajes redondeados, cambiantes y ricos, incluso los secundarios (Lori, Melinda, que es la que le pone el ojo morado a Bradley y luego a Jeff), salvo quizá Claudia, la insoportable hermana de Bradley.

No me ha convencido del todo el final ni los tantos detalles dados de la fiesta de cumpleaños de Colleen, pero tampoco me parece el peor final posible, al haber esquivado el espinoso giro que podría haber dado a raíz del enamoramiento de Bradley hacia Carla, sobre todo después de que ella le besase en la mejilla. No es descabellado recomendarlo a mayores, aunque parece idóneo para lectores de los últimos cursos de Primeria y 1º de la ESO. Un par de guías de la lectura son la de la propia editorial (al final de página) y de educarm.

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