(169 páginas. 10€. Año de edición: 1998) |
El
impronunciable autor polaco, al que me habían comparado con el más
reciente israelí Keret (en el extranjero anda el juego, señores), no ha
hecho sino depararme buenos momentos con esos relatos que presentan
situaciones disparatadas, a menudo humorísticas, un humor cínico y
sarcástico bajo el que oculta una corrosiva crítica. No es fácil
distinguir cuál me gusta de los dos, porque cada uno tiene un registro
diferente, más difuminado quizá el de Mrozek, más cercano, aunque sea
por el componente temporal, el de Keret.
A
pesar de que al inicio me estaba dejado indiferente (puede que por
necesitar un periodo de adaptación a ese estilo lacónico y preciso, esos
diálogos casi incoherentes o esas explicaciones que podrían tildarse de
surrealistas), los 42 relatos de escasa extensión ofrecen un poco de
todo, aunque predominan aquellos que presentan una alteración de los
papeles, la adopción de la postura menos lógica, como ocurre al que da
título al libro, El árbol, en el que el narrador se preocupa de
que el árbol de su parcela pueda ocasionar algún accidente (en realidad,
su preocupación es hacia el árbol, no hacia los conductores, como
cabría esperar). Otro relato paradójico es La advertencia, con una conversación en la que el
interlocutor le confiesa al narrador una serie de jugarretas para
justificar sus remordimientos de conciencia. "Los dramas morales hay que
respetarlos", asume con estoicismo el narrador. El secreto de la vida
parece seguir los mismos parámetros, pero la visita inesperada de
Einstein cambia la resolución de ese narrador que hasta el momento
recibía con paciencia y aguante infinitos las pedantes reflexiones de su
amigo mientras le gorroneaba.
Creo que a partir de Intervalo es
cuando se puede afirmar que las señas de identidad del autor se hacen
más presentes, las cuales incluyen referencias filosóficas de forma muy
directa: aquí dos boxeadores se funden en un abrazo de músculos y no se
despegan en horas, por lo que inician una conversación y diversas
reflexiones que no se corresponden con su condición de bestias pardas.
En La guardia en la montaña, la aparición de una luz en el
horizonte cambia el signo de la excursión de tres amigos, sobre todo el
de uno, que no soporta no saber de qué se trata y se dirige hacia esa
luz que solo aparece de noche.
Eso no se hace
me ha recordado a Millás: a partir de que el narrador se entera de que
por encima de nosotros vuelan satélites que lo ven todo, toma
precauciones en su vestimenta e incluye un final apoteósico, con calvo
incluido. En el meollo esboza el miedo y la inseguridad en
tiempos de conflicto para alguien que se refugia en un uniforme ("Yo
formaba parte de ellos. llevaba su uniforme. Sin embargo, nadie sabía
que yo era uno de ellos solo para esconderme de ellos"). El demiurgo
es uno de los más extraños y perturbadores con la conjunción de un loco
que se cree un demiurgo, una niña y un narrador con morbosa fijación en
la niña.
Immanuel es un relato genial sobre la adaptación cinematográfica de la Crítica de la razón pura de Kant. La esperanza no se queda atrás a partir de un simple hecho: el narrador empieza a recibir cartas en blanco. En El desarrollo
un grupo de cucarachas se juntan y van representando obras maestras de
la humanidad, haciendo un recorrido por la historia del arte hasta la
actualidad y más allá (que es cuando ya no ve nada: "qué tonto que soy.
¿Cómo podría ver algo, si aún no me he desarrollado? (...) Mi percepción
no alcanza a seguirles el paso".
Hamlet plantea
el problema de la igualdad de derechos llevada al absurdo: el narrador
recibe el papel principal, como ocurre con los otros ocho aspirantes,
por lo que tienen que salir a escena a la vez nueve haciendo de Hamlet. El octavo día
es también magnífico: un hombre le escribe a Dios sucesivamente
pidiéndole un día de descanso más ("El hombre no es Dios, se cansa
antes", empieza) hasta que le pide un octavo día porque tener solo siete
libres le parece una "limitación de mi libertad". Contiene otro final
de escándalo. En la montaña de cristal asistimos a un juego de espejos infinito, muy del estilo de Continuidad de los parques.
En El museo,
las travesuras de un niño aburrido en una visita al museo evidencia la
poca diferencia entre su comportamiento y la de los adultos. Nosotros dos participa también de ese componente humorístico que expresa la incoherencia de las personas (dos amigos que se reencuentran en la vejez se congratulan de los achaques del otro). Una noche en el hotel
me ha recordado a un relato ya leído (¿Cortázar también?) sobre el
ruido del zapato que cae oído desde la habitación de al lado (en este
caso son tres ruidos y falta por llegar el cuarto). El pequeño amigo, uno de los más extensos, es una especie de versión del Retrato de Dorian Gray de Wilde cambiando el cuadro por un gato y añadiéndole mucha mala leche, asesinato final incluido
La fotografía
vuelve a recordarme a Cortázar en esa inversión al final de términos
(de contemplar fotos de familiares muertos en bodas pasa a ser
contemplado); Política interior encadena consecuencias cada vez más graves a partir de un hecho nimio. Relato de un viejo agente
cuenta una disparatada historia de agentes dobles disfrazados que lleva
al narrador a considerar que un mono subido en un árbol es otro como
ellos; en La soledad uno de los dos fugados se detiene quejándose de que nadie le presta atención y se siente solo.
Las cuitas del joven Werther
nos lleva a un grupo de jóvenes que le piden un anticipo al director de
la filarmónica a pesar de no estar en la orquesta ni saber tocar,
justificándose en su juventud. Y para acabar, Memorias de un capellán relata la preocupación de un ateo durante un combate al haber oído unas
risas (del diablo, parece) cuando estaba a punto de morir, algo que se
lo impide por una cuestión de dignidad y que cambia el curso de una
batalla.
Algunos
otros relatos (aparte de otros que no menciono porque me han gustado menos), eso sí, se quedan casi en chiste o mera anécdota con final
disparatado, aspecto que no impide que sean divertidos (La experiencia, El parque de atracciones, Ese gordo que reía, El dilema de Majer, El hicha, El testamento de un optimista, Té y café, El corresponsal especial, Una carta en una botella o Estratos), si bien es verdad que parecen algo más limitados.
(* Hay una edición más actual en la editorial Acantilado, por cierto)
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